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Catálogo de Goles Rosas | Libros libres listos para imprimir

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Toquecito final: una vez armados se los puede coser usando aguja e hilo doméstico. Se dan dos puntaditas sobre el lomo y listo.

El Uso Sexual de la Lengua

Sangre en el barro,
sexo en el bosque

Relinchan los potros del deseo

Rebalsa el arroyito de tu medio

El uso sexual de la lengua
se hace sin palabras

Al poema, poema
y al silencio, silencio

Las abejas copulan el aire

Muerdo tu belleza con los ojos

Te saco la ropa de lo sagrado,
y te dejo profana y mundana

Y el ojo de mi animal
llora su blanca sangre
sobre tu calma







Sergio Alvez: Sol de otoño

Esta mañana fui a lo de Omar a buscar la marihuana para cocinar las galletas y armar los porros que tengo que llevarle a mi Negro. Me quedé charlando un rato largo con Omar, y después cuando volvía, me sentí tan a gusto con el solcito, que me senté un rato en la plaza, y pensando en tantas cosas, me quedé medio dormida. Cuando me desperté, ya era de mediodía, y me di cuenta que no había comprado papelillos de liar, así que tuve que volver a la tarde, porque ya no quiero seguir arrancando hojas de la Biblia para armar los porros, no porque me dé culpa, si ya casi ni creo en Dios, que me disculpe pero bien que él bastante se ensañó conmigo si es que existe, lo que pasa es que si fuma esas hojas al Negrito le da tos y le hace peor a los pulmones y yo no quiero que ya nada le haga más daño. Quiero que esté lo mejor posible en esa cárcel inmunda hasta que pueda salir y ahí si va a saber lo que es una madre amorosa, ya va a ver como lo cuido y lo saco adelante, de eso no tengo dudas, solo tengo que esperar.
Pensar que antes, al principio cuando Negrito recién cayó preso, odié con todas mis fuerzas a ese Omar, le hice la cruz, y hasta llegué a decirle en la cara que una rata inmunda como él, no merecía vivir, que era un enviado del Demonio que estaba en el mundo sólo para arruinar a los demás con sus venenos. Pero hablando con Negrito, pude comprender que no era así. Omar es un buen muchacho, que se dedica a vender su marihuana porque no tiene otra cosa que hacer, se gana la vida así y solo le vende a gente grande que sabe lo que hace, y para muchos como mi Negrito es una suerte que existan estos tipos, porque sino tendrían que andar metiéndose en lugares más peligrosos y tratar vaya a saber con que clase de gente. Igual, cuando mi Negrito salga ya no va a tener que andar visitando ningún transa (me da gracia que les llamen así, en mi época así se le decía a chapar, a besarse, transar), porque yo misma me voy a encargar de hacer crecer bien fuertes las plantitas de canabbis que tengo en macetas chicas todavía, en el armario. Cuando florezcan y den cogollos, mi hijo querido va a poder fumar tranquilo su propia yerba, sin correr riesgos de ningún tipo.
Todavía me dura un poco de la alegría que sentí esta mañana en la plaza, ahí debajo de los rayos del sol calentándome un poco. Estos días, cuando hay sol, consigo salir de la depresión, puedo sonreír mirando las palomas y los chicos jugando en la plaza, esas escenas que tanto me hacen acordar a la infancia del Negrito, tantas tardes pasamos allí juntos. Me hace bien el sol de otoño, ojalá todos los días del año fueran como éste.


Lo primero que hago es preparar la manteca, a baño María. Antes, pongo el pedazo de marihuana en una olla con agua y lo hago hervir un buen rato para sacarle los hongos y esa porquería amarilla que según Omar es amoníaco. No sé como a los narcos se les ocurre ponerle amoníaco a algo que termina en los pulmones de la gente. Pero esos si que son unos hijos de puta (disculpen la palabra), que no les importa nada de nada, hasta dicen que orinan sobre la marihuana.
Después, retiro de la olla y dejo secar encima de unas servilletas absorbentes, de esas que uso para escurrir  milanesas. Derrito la manteca con la hierba durante una hora, en la cacerola. Y cuando está listo, dejo en el congelador para que agarre frío y se solidifique bien. Mientras voy amasando, para llegado el momento mezclar la manteca canábica y después hacer los bollitos. Para eso, ya tengo el fuego del horno de barro bien caliente en el patio. Me doy maña. Solita como estoy desde que se fue mi marido, me las arreglo bastante bien.
Armar los porros no me cuesta nada, soy una experta, porque trabajé muchos años armando cigarros con hojas de tabaco para una compañía cerca del Congreso de la Nación, ahí por calle Uruguay casi Rivadavia. Me acuerdo qué lindo trabajo era ése. Yo era jovencita, capaz que andaba por los treinta y cinco, Negrito ni había nacido. Nos sentábamos en una mesa larga que daba a la vidriera del local, donde se exhibían los productos de la cigarrera: habanos de todo tipo, pipas especiales, porta cigarros, paquetes de tabaco, boquillas, muchas cosas más. Era una vidriera hermosa y la gente que se paraba a mirar desde la vereda podía vernos a nosotras armando los cigarros sin cesar, éramos parte del espectáculo, y sabíamos que muchos se paraban a mirarnos a nosotras aunque disimulaban estar mirando lo que había en la vidriera.
Por eso íbamos siempre bien lindas, con esos trajecitos celestes y los gorros de heladeros que nos daban. Trabajábamos sin descanso pero podíamos hablar entre nosotras. Con quien más hablaba yo era con una que como yo también se llamaba Julia. Le dábamos a la lengua a la par que nuestras manos liaban esos cigarros, sin darnos cuenta, se nos iba la tarde. Movíamos tanto la boca como los dedos. Recuerdo esa época como un tiempo feliz, todavía sola, porque aún no había conocido al infeliz de mi marido, y la verdad que entonces pensaba que me iba a quedar solterona para siempre, ya me iba haciendo la idea y andaba por ahí haciéndome la superada ante mis hermanas. Les decía que si estaba sola y no tenía hijos era porque no quería ni marido ni hijos. Que me gustaba la libertad les decía. Qué pavada. La libertad. Después, sola en mi pieza los domingos a la tarde me largaba a llorar porque se había pasado el fin de semana y ningún hombre que valiese la pena se había cruzado en mi camino. Cuando una tiene 35 años y sigue sola, empieza a hacer concesiones en sus gustos. Yo hasta entonces, esperaba un hombre alegre pero inteligente, de ésos que son capaz de decirte algo que te deja pensando toda la semana, que le gustara pensar en las cosas grandes de la vida, como el universo, la filosofía, la música, las almas, la muerte, pero que al mismo tiempo supiera disfrutar de lo sencillo y cotidiano, como por ejemplo un rico mate tomado de a dos en la cama. Quería alguien sensible, esa es la palabra. No esos tipos que se hacen los machos, que solo les interesan los autos, la guita, el fútbol y se creen superiores por cualquier cosa. Llegaba el fin de semana y me iba a bailar tangos a las milongas de Boedo, de Almagro, y cuando cobraba iba a la de San Telmo, donde iban turistas y era mucho más caro. Soñadora, ensayaba los pasos frente al espejo del armario, mientras me perfumaba y me preguntaba quién apoyaría sus fuertes brazos en mi espalda, qué sensuales miradas me guiarían por el salón a través de la cadencia, dónde terminaría la noche. Tipos sobraban, pero nunca aparecía algo como yo quería. Y aunque hacía mis concesiones a medida que pasaba el tiempo, por algún motivo no tenía suerte: mis encuentros posteriores al baile no pasaban más que de un revolcón de un par de días en un hotel. Cuando uno se me enamoraba, era yo la que no sentía nada. Cuando me enamoraba yo, los tipos estaban comprometidos o tenían que volver a alguna otra ciudad que no era ésta, o simplemente sólo querían un poco de sexo, tango y compañía en bajas dosis. Uf, por esa época si que conocí tipos.

Llega el domingo, día de visitas en la cárcel. Llevo mis canastita con las galletas canábicas y tres porros metidos adentro de un tampón armado por mí misma, que a su vez llevo adentro de ya saben qué. Es lo más seguro. Cuando nos hacen abrir las piernas y ponernos de cuclillas a ver si se nos cae algo de ahí adentro, me saco el tampón y lo sujeto con la mano. Por supuesto que a ninguna de las perras guardianas que nos requisan se les ocurriría agarrar el tampón de una vieja como yo. El otro día, una de éstas atrevidas me dijo: “¿A su edad todavía le viene o usa tampón para no perder la costumbre?”. Mocosa insolente, no te contesté porque sé que ustedes fichan a los familiares que les contestan mal y después se desquitan con nuestros chicos que están encerrados.
Eso lo aprendí la vez que el pelotudo de mi marido (disculpénme otra vez, no soy de putear tanto, pero cuando hablo de él sólo puedo hacerlo a las puteadas), fue a visitar al Negrito  y no le quisieron dejar pasar una petaca de whisky que llevaba en un bolsillo interno de la campera. Ni siquiera era para Negrito, seguro que se lo iba a tomar él mientras esperaba. La cosa es que se peleó con un guardia a los gritos, y esa misma noche Negrito durmió en la Tumba, un sucucho lleno de ratas y oscuro donde mandan cada tanto a los que los guardias le agarran bronca por algo.
Al fin aparece mi hijo. Me prometí no llorar pero ¡ay! ¡no puedo!, que boba, se me caen las lágrimas, siento como una tenaza que me aprieta el corazón y lo retuerce, la garganta se me cierra y casi ni respirar puedo. Que suerte que nos dejan abrazarnos aunque sea un ratito y bajo la mirada del guardia, porque cuando el Negro me abraza se me van todas las malas vibraciones, como dice él. Siempre tuvo ese poder, desde niño, cuando me veía llorar sola en la pieza porque su padre algo me había hecho, y ese niño de ojitos negros dulces se me acercaba, y sin decirme nada me abrazaba, y yo pasaba de la pena a la felicidad en cuestión de segundos.
Me cuenta que le faltan frazadas. Que el otoño ahí adentro no es como afuera. Apenas entra el sol y las paredes de la celda son húmedas. Por suerte no peleó con nadie. Se pone contento saboreando la primera galleta. Nos miramos, cómplices y reímos a carcajadas. Pobre, cuánto necesita la marihuana. Es lo único que pide. Eso y libros. Pero ya le traje tantos libros que todavía no terminó de leerlos todos a pesar de que lo único que hace es leer y leer todo el día. Me cuenta que su celda se volvió como la biblioteca del pabellón y los demás presos desfilan para pedirles libros. Él les recomienda que leer y muchos ya agarraron el hábito de la lectura gracias a él.
Mastica la segunda galleta y ya empiezo a ver el particular brillo en su mirada, esa efímera alegría que lo envuelve cuando fuma o consume marihuana en comidas. Siempre va a ser un misterio para mi saber exactamente que siente mi hijo cuando la hierba o sus propiedades entran en su organismo. Lo sabré quizá si algún día pruebo pero nunca me atreví. No sé porque. Le tengo miedo, soy cagona con esas cosas. Ni siquiera me gusta tomar más de un vaso de vino porque sé que me puede llevar hacia un lugar que no conozco y yo a lugares que no conozco no me gusta ir.
Qué lindo es ver feliz a un hijo aunque sea por un rato. Nada en el mundo puede ser más gratificante y cualquier cosa que uno haga por eso siempre está bien.
Me pregunta por el abogado, y para no interrumpir su bienestar, le miento. Le digo que lo ví esta semana, que las cosas van bien, pronto habrá novedades le digo. Es una mentira terrible. El abogado está de viaje y lo único que me dijo por teléfono era que las cosas no iban a ser fáciles.
Cuando le digo esto a mi hijo, sonríe aún más, y entonces no me arrepiento de mi mentira.
Se termina el tiempo. El guarda nos ordena despedirnos. Llega el abrazo final. Mi mano se desliza por su cintura y meto el tampón que me saqué mientras hablábamos en su bolsillo del pantalón.
Vuelvo a casa. Está nublado. Ay Dios, dame fuerzas para soportar estos cinco años que quedan, digo. Y unos segundos después, rabiosa, muerdo los dientes y me digo, no sé para que te pido cosas si no existís. Pero sé que lo hago sólo para provocarlo.

David Garrido: No temas por la calle


Veins Art PrintUn hombre y una mujer caminan al atardecer por la callejuelas del casco antiguo. Él pasa de los sesenta, viste gabardina marrón clara y pantalones de pinzas. Ella debe tener algunos años menos, y aunque lo intenta, no consigue disimularlos del todo. Viste abrigo de piel negro y falda de tubo, y los tacones de aguja de sus zapatos golpean los adoquines mojados resonando como picotazos de pájaro carpintero sobre madera hueca. Giran una esquina y ambos se paran frente a un escaparate. Lo comentan y tras unos segundos reanudan la marcha. La ciudad brilla húmeda bajo las farolas recién encendidas. Llegan a una plaza donde los jóvenes se congregan en grupos dispersos. Se oyen gritos y risas mientras, de fondo, alguien toca los bongos.
-Vamos, anda rápido, que este sitio no me gusta nada...
-Míralos, míralos, es lo único que saben hacer, beber y fumar porros...
Ahora andan deprisa; tanto, que cruzan la calle sin  mirar a un lado y a otro y un coche esta a punto de llevárselos por delante. Él pone la mano sobre el capó, como si eso bastara para detenerlo. Y si, el coche se detiene, pero solo después de marcar la calzada con la goma de sus neumáticos. El sonido chirriante del frenazo ha llamado la atención de otros transeúntes. El conductor hace gestos desde detrás del volante. Él la agarra a ella por la cintura y la lleva hasta la seguridad de la acera de enfrente. Luego se gira y le hace un gesto airado al conductor para que siga su marcha.
-Van como locos...
-Y que lo digas, es increíble... ¿Y si se les cruza un chiquillo qué?
-Calla, calla... Esto deberían hacerlo todo peatonal y así se acabarían los problemas.
Giran a la izquierda y entran en una calle llena de bares que comienzan a desperezarse abriendo sus puertas. Es sábado y todos se han preparado para la larga noche que se avecina.
-Fíjate, menudo antrucho... ¿Cómo puede haber gente que entre ahí a tomarse nada?
-Pues imagínate que tipo de gente debe ser... Putas y drogatas, en esta calle no hay mas que bares de putas y drogatas...
Pasan, con la cabeza agachada, junto a un camarero que se fuma un cigarro bajo la intermitente luz de neón de la entrada del pub en el que trabaja. El camarero los mira a ellos de arriba a bajo. Ellos lo miran a él de reojo. Cuando están a suficiente distancia, él observa:
-En estos sitios solo trabajan sudacas...
-A saber lo que servirán ahí dentro...
-Ahí, droga, seguro... La mayoría de estos sitios no son mas que tapaderas. Lo que no entiendo es por qué la policía no hace nada al respecto. Luego déjate el coche mal aparcado un segundo y verás que rápido se te lo lleva la grúa... Y a esta gentuza, nada, no les dicen dicen ni mú...
-Calla, calla, que te van a oír.
Ahora se acercan a un grupo de personas que hablan en una lengua distinta a la de ellos.
-Tranquila, si aquí nadie nos entiende. No ves que son todos moros, negros y rumanos.
-Parece mentira que estemos en España.
-Así va el país. Esto cada vez da mas asco.
Giran a la derecha y comienzan a avanzar por una calle mas ancha, donde multitud de vendedores de baratijas han extendido mantas en el suelo para mostrar y ofrecer sus productos a los viandantes. Ellos pasan de puntillas caminando por el borde de la acera, manteniendo en todo momento la vista al frente para evitar siquiera cruzar sus miradas con las de los manteros, quienes no dudan en abalanzarse sobre cualquier peatón que aminora su marcha y muestra un mínimo de curiosidad por los objetos que venden. 
-Madre mía, no dejan ni sitio para que podamos pasear las personas normales...
-Tu tira pa'lante y no te pares... Y no pierdas de vista el bolso, que esto está lleno de carteristas.
Giran de nuevo a la derecha y se dan de bruces con un grupo de jóvenes de aspecto mugriento y desaliñado que tocan la flauta y hacen juegos malabares. Un perro raquítico se les acerca y los olfatea. Moviendo la cola se levanta sobre sus dos patas traseras y planta las delanteras encima de ella, quien, asustada, se queda completamente inmóvil. Él acude al rescate y espanta al perro dándole una patada en las costillas. Los jóvenes protestan y él se encara con ellos. Comienzan a discutir acaloradamente. De repente un par de policías aparecen por el fondo y él los llama con gritos y gestos desde el centro del corrillo que se ha formado a su alrededor. Los jóvenes recogen sus cosas y se largan antes de que los dos policías lleguen hasta allí. Éstos dispersan a la gente y hablan un rato con el hombre, quien acusa con vehemencia a aquel grupo de "guarros" de haber intentado agredirle. Los policías lo tranquilizan y al cabo de un rato ambas parejas reanudan la marcha en direcciones opuestas.
-Vámonos a casa, ya hemos tenido bastante por hoy... No vuelvo a pisar este barrio en mi vida... Este barrio da asco...
-Tranquilo, cálmate, que gracias a Dios no ha pasado nada...
-¡Que no ha pasado nada, que no ha pasado nada! Esos hijos de puta me iban a linchar, si no llega a aparecer la policía me linchan... Ya podrían, ya, seis o siete contra uno... Ahora, si me pillan con veinte años menos, te digo que me lío a hostias y a un par me llevo por delante... Ya te digo, quizá no hubiera podido con todos, pero un par de ellos se hubieran acordado de mi el resto de su asquerosa vida...Guarros hijos de puta...
-Vale ya, cálmate que te va a subir la tensión y vamos a tener un disgusto al final...
-No, si la tensión ya me ha subido... Y todo por culpa de esos cabrones... Guarros hijos de puta...
El hombre se detiene sofocado. La mujer le pregunta si tiene alguna pastilla de las suyas y él asiente.
-Entremos ahí y pidamos un vaso de agua...
-¿Ahí? Ni loco entro yo ahí... No, sigamos andando, que ya estoy mejor...
-¿Seguro? ¿Quieres que entre yo y pida un vaso de agua?
Él no contesta, solo apoya su brazo contra la pared. Se encuentra fatigado y le gustaría sentarse, pero allí no hay sillas ni bancos ni nada parecido.
-Espera aquí un momento.
 Ella se encamina hacia el bar de enfrente. Él se queda esperándola con la cabeza agachada y apoyando su brazo contra la misma pared.
-¿Se encuentra bien, señor? -le pregunta una joven de raza negra que ha detenido su bici junto a él. Él asiente con la cabeza. La joven no acaba de creérselo del todo e insiste:
-¿Por qué no se sienta? Estará mejor.
Él niega con la cabeza mientras las personas que pasan por su lado ralentizan su marcha para mirarlo con extrañeza y curiosidad.
Mientras tanto su mujer lucha por hacerse un hueco en la atestada barra del bar de al lado, donde la gente se ha congregado para ver el partido de fútbol que está a punto de comenzar. Los hombres la miran de arriba a bajo al tiempo que ella intenta llamar la atención del camarero. Al final lo consigue y el camarero le vende un botellín de agua. Cuando sale a la calle se encuentra a su marido sentado en el suelo. Hay varias personas a su alrededor que lo observan mientras le preguntan si se encuentra bien. Él está muy fatigado y le cuesta respirar, pero aún así asiente una y otra vez. La mujer se abre paso y se acerca hasta él con el agua. Él se rebusca en los bolsillos: gabardina, chaqueta, pantalón... otra vez gabardina, chaqueta, pantalón... chaqueta, pantalón, gabardina... Pero nada, no encuentra lo que busca.
-Me la ha quitado, esa negra hija de puta de la bici me ha quitado la cartera -repite entre jadeos.
De repente un niño, de no mas de diez años, se le acerca y señala con el dedo un lugar en el suelo, a su derecha.
Él se gira, ve la cartera y alarga el brazo para agarrarla. La abre, comprueba que todo su dinero sigue estando allí y luego saca algo de dentro. Lo desenvuelve y se lo lleva a la boca. Su mujer, expectante, lo observa con el tapón en una mano y la botella de agua en la otra. El se la quita de un estirón y le da un trago largo, largo, muy largo...
-¿Quiere sentarse aquí, señor? Estará mas cómodo.
El camarero del bar de enfrente ha salido con una silla y se la ofrece. Él la acepta y se sienta en ella. Poco a poco se va encontrando mejor.
La chica de la bici aparece entonces con los dos policías de antes. Éstos se le acercan y le preguntan.
-¿Se encuentra bien? ¿Quiere que llamemos a una ambulancia?
-No, no, ya estoy mejor, ya estoy mejor... Han sido los nervios, han sido los nervios...
-Bueno, quédese ahí sentado un rato, ¿de acuerdo? Hasta que se le pase... Venga, y ustedes desfilen, vamos, que aquí no hay nada que ver, venga, sigan caminando, desfilen...
Cuando el hombre parece haberse recuperado del todo, los policías continúan su ronda por entre aquellas calles cada vez mas abarrotadas de gente.
Pasan un par de minutos mas y el hombre se levanta de la silla:
-Vámonos de aquí.
Y comienza a caminar deprisa calle abajo. Ella le sigue con dificultad. Los tacones de sus zapatos continúan repiqueteando contra el empedrado.
-No pienso volver a pisar este asqueroso barrio, este barrio es una cloaca... -repite sin cesar mientras mueve la cabeza de derecha a izquierda buscando su coche.
-¿Dónde coño he aparcado el coche? Juraría que era en esta calle.
-¿No es aquel?
Su mujer señala una berlina, aparcada en la esquina junto a un árbol, en la que un grupo de jóvenes se apoyan mientras charlan distendídamente.
-¿Y esos críos de mierda que coño hacen apoyándose en el coche? Como me encuentre un bollo o una raya se van a enterar...
-Tranquilo, por favor, que ya hemos tenido bastante por hoy...
-Ni tranquilo ni hostias...
Saca la llave de su bolsillo y aprieta el botón del mando. El coche silva y sus faros pestañean encendiéndose y apagándose al instante. Los muchachos se apartan y él los mira perdonándoles la vida. Después abren las puertas y cada uno ocupa su sitio dentro del vehículo: él en el asiento del conductor y ella en el del copiloto. Él mete la llave y arranca el coche:
-Mira esas como van vestidas, si parecen putas... No me extraña que luego pasen las cosas que pasan...
-Venga, va, arranca el coche y vámonos a casa...
Un gorrilla se les acerca y comienza a hacerles gestos para ayudarles a salir.
-¿Y este qué coño quiere ahora? Si piensa que le voy a dar algo lo lleva claro.
Ella lo mira tras el cristal. Él gorrilla le hace un gesto para que se detenga, pero él no hace caso, mete primera y sale chillando rueda. Entonces siente un fuerte golpe´en el morro del coche y, a continuación, algo sube rodando por el capó y golpea la luna delantera resquebrajándola. Cuando coche se detiene, el cuerpo rueda de nuevo por el capó y cae al asfalto. El mira por la ventanilla. Varias personas le gritan desde el exterior. Mira entonces a su mujer que tiembla a su lado con el rostro desencajado. Apaga el motor y abre su puerta. Y al salir del coche ve el cuerpo de un niño, de no mas de diez años, tendido en el suelo sobre un charco de sangre.

Gastón Malgieri: Cuaderno de tapas rojas, Cap. I

[ NOVELA DE GASTÓN MALGIERI | CADA DOMINGO UN NUEVO CAPÍTULO ]

(work in progress)

eso
así como/quién
si hay algo desierto
en
cosa alguna resplandece
oscurece/tal vez
cómo quién
en los conductos, las
negaciones, cantase aún
los/ venenos de abril/aún o no memoria
/eso
que aspira la resurrección de esta
carne lamida, musical
cuán cuál
cascotitos sobre las vías del sarmiento
(ramal merlo-lobos, kilometro 40 y pico, lejano oeste)
esperar la luz
y el ruido y la vibración
y la pulverización
dentro adentro
y esperar
ese polvillo como/
                   si nada el viento arrastrado
luz y ruido que
         rajan y dejan el aire entumecido
los olores calientes y falsos
de la inocencia/ gastanse las
ojotas durante la calle anochecida endurecida
e irreal
volver
y no será tan/ ni recuerdo/ningún
ojo en la degradación ni suavidad/hambriento
todo otra vez y otra vez flor
enceguecida contra la nieve/
retorcijones a mala hora
[…]

a nadia, lucas y omar,
que habrán hambreado en noches parecidas,
este poemita a las apuradas


(0529
eso
así como/quién
si hay algo decierto
en
cosa alguna resplandece
oscurece/tal vez
cómo quién
en los conductos, las
negaciones, cantase aún
los/ venenos de abril/aún o no memoria
/eso
que aspira la resurrección de esta
carne lamida, musical
cuán cuál
cascotitos sobre las vías del sarmiento
(ramal merlo-lobos, kilometro 40 y pico, lejano oeste)
esperar la luz
y el ruido y la vibración
y la pulverización
dentro adentro
y esperar
polvillo como/
                   si nada el viento arrastrado
e / c/-o/s,
luz y ruido que
         rajan y dejan el aire entumecido
los olores calientes y falsos
de la inocencia/ gastanse
las
ojotas durante la calle anochecida endurecida
e irreal
volver
y no será tan/ ni recuerdo/ningún
ojo en la degradación ni suavidad/hambriento
todo otra vez y otra vez flor
enceguecida contra la nieve/
retorcijones a mala hora
se forfían se forfían
y así /suscesivamente
                  /en lo hueco
la anestesia/ eso
caído
/entre raíces
bajo el barro/ el maíz pisado
a cuatro manos
( le arranca papeles inexplicables)
sin saber sin
/la pequeña e indiferente
violencia
de las semillas abandonadas
[…]


 (0605
eso
así como/quién
si hay algo decierto
en
cosa alguna resplandece
oscurece/tal vez
cómo quién
en los conductos, las
negaciones, cantase aún
los/ venenos de abril/aún o no memoria
/eso
que aspira la resurrección de esta
carne lamida, musical
cuán cuál
cascotitos sobre las vías del sarmiento
(ramal merlo-lobos, kilometro 40 y pico, lejano oeste)
esperar la luz
y el ruido y la vibración
y la pulverización
dentro adentro
y esperar
polvillo como/
                   si nada el viento arrastrado
e / c/-o/s,
luz y ruido que
         rajan y dejan el aire entumecido
los olores calientes y falsos
de la inocencia/ gastanse
las
ojotas durante la calle anochecida endurecida
e irreal
volver
y no será tan/ ni recuerdo/ningún
ojo en la degradación ni suavidad/hambriento
todo otra vez y otra vez flor
enceguecida contra la nieve/
retorcijones a mala hora
se forfían se forfían
y así /suscesivamente
                  /en lo hueco
la anestesia/ eso
caído
/entre raíces
bajo el barro/ el maíz pisado
a cuatro manos
( le arranca papeles inexplicables)
sin saber sin
/la pequeña e indiferente
violencia
de las semillas abandonadas/
sus datos fehacientes: el disfraz impreciso, la lenta
lenta lenta lenta desnutrición /y
ni hablar si /hablan / o aunque sea
por lo menos
ojos dientes uñas pelos
ni nada o nadie/ o nunca
se vuelta e ida nomás
se también/digamos
acá
entrenós
sinceramente
¿de
qué se puede hablar?
¿qué se puede
decir?
¿a quién?
¿para qué?
¿gastar
pólvora en chimango?
¿saliva
en pieles cerradas?

[…]

  (0620
eso
así como/quién
si hay algo decierto
en
cosa alguna resplandece
oscurece/tal vez
cómo quién
en los conductos, las
negaciones, cantase aún
los/ venenos de abril/aún o no memoria
/eso
que aspira la resurrección de esta
carne lamida, musical
cuán cuál
cascotitos sobre las vías del sarmiento
(ramal merlo-lobos, kilometro 40 y pico, lejano oeste)
esperar la luz
y el ruido y la vibración
y la pulverización
dentro adentro
y esperar
polvillo como/
                   si nada el viento arrastrado
e / c/-o/s,
luz y ruido que
         rajan y dejan el aire entumecido
los olores calientes y falsos
de la inocencia/ gastanse
las
ojotas durante la calle anochecida endurecida
e irreal
volver
y no será tan/ ni recuerdo/ningún
ojo en la degradación ni suavidad/hambriento
todo otra vez y otra vez flor
enceguecida contra la nieve/
retorcijones a mala hora
se forfían se forfían
y así /suscesivamente
                  /en lo hueco
la anestesia/ eso
caído
/entre raíces
bajo el barro/ el maíz pisado
a cuatro manos
( le arranca papeles inexplicables)
sin saber sin
/la pequeña e indiferente
violencia
de las semillas abandonadas/
sus datos fehacientes: el disfraz impreciso, la lenta
lenta lenta lenta desnutrición /y
ni hablar si /hablan / o aunque sea
por lo menos
ojos dientes uñas pelos
ni nada o nadie/ o nunca
se vuelta e ida nomás
se también/digamos
acá
entrenós
sinceramente
¿de
qué se puede hablar?
¿qué se puede
decir?
¿a quién?
¿para qué?
¿gastar
pólvora en chimango?
¿saliva
en pieles cerradas?
si entonces pero
aunque
por ejemplo, por lo menos
decimos
por decir algo
CLASE MEDIA
RESIGNA PLANES
TECHO          PROPIO
UNA ENCUESTA SEGÚN
70%                                posterga
         hijos tener
vivir en pareja
         propiedades subiendo
                  SUBIENDO
sub
asalariados    la mayoría
no      pagar
crédito
puede
y?
Y?
María Guzmán
28 años
hijo de cinco.                    “Siempre
en tener
nuestra CASA.         Hace cuatro
años que
con mi PAREJA. Por no
tener
nuestra propia
desistimos de buscar
otro    . Mi
tiene un
buen SUELDO, pero igual
es
llegar al crédito”
se entiende?

[…]