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Micro-excursiones: Nicolás Martín


Micro-excursiones es un cuestionario que en va en busca de músicos y compositores, con el fin de conocer sus ficciones personales. Es una adaptación, algo transgredida de cuestionario Proust. Las preguntas son simples e impersonales, pero a la vez pretenden ser un disparador. Es el primer cuestionario donde las preguntas no importan. El merito y la inventiva corre por cuenta de los entrevistados.


[Mini-Bio o Auto-semblanza]

Nicolas Martin comienza su carrera musical en el año 2000 como guitarrista y compositor de NUCA, banda de power-dub emblemática del oeste de Buenos Aires, con sus álbumes “Dibaxu” (2000),  "Paraway" (2003) y "Maquina de La Pampa" (2006).
Fue dupla de Sebastián Bianchini (Arbol)con el proyecto AMARILLO.
En plan solista sus obras fueron "Girasoles de Plomo"(2002), "Jugo de Limón" (2003) y "Rinoceronte Blanco" (2009). Actualmente presenta su nuevo trabajo discográfico llamado "Marea Viva" (2012).

1. ¿Qué condiciones se tienen que dar para que empieces a componer?
Supongo que principalmente tenes que tener algo para decir, para canalizar, no creo que haya aptitud o disposición indispensable para componer

2. ¿Cuál es tu héroe o antihéroe de ficción favorito?
Teniente Dan Taylor

3. ¿Qué talento desearías tener?
Dibujar

4. ¿Cuál es tu posesión más atesorada?
La voluntad

5. ¿Cuál es para vos la manifestación más clara de la miseria?
Soñar con el tapado de visón de la nona, mientras vemos pasar el cortejo fúnebre

6. ¿Cuál es la cualidad que aprecias más en la humanidad?
Esta es muy difícil.. paso

7. ¿Cuál es habitualmente tu estado mental?
Es una puja entre varios estados

8. ¿Cuál es tu idea de felicidad?
Me gusta lo que dice Eduardo Galeano acerca de la felicidad.
“La felicidad “es” el camino; así que atesora cada momento que tienes y atesóralo más cuando lo compartiste con alguien especial, lo suficientemente especial para compartir tu tiempo y recuerda que el tiempo no espera por nadie... la felicidad es un trayecto, no un destino.”

9. ¿Cuál es tu mayor miedo?
Me da miedo la inconsciencia

10. ¿Cuándo y dónde fuiste más feliz?
No creo que haya más o menos feliz, me parece que se está feliz o no

11. ¿Qué canción que hayas escuchado últimamente te hubiera gustado
componerla vos?
Ready to Start de Arcade Fire

12. ¿Qué canción que hayas incluido en un disco o interpretado en vivo  no volverías a tocar? ¿Por qué?
Eso no me pasa con ninguna canción, puede ser que pase un tiempo sin incluir una canción en el repertorio,  pero no llegaría al extremo de no volver a tocarla, creo que las mejores canciones son las que van ganando significados nuevos con el correr del tiempo, de esa manera logran mantenerse actuales

13. ¿Cuál es el peor disco de la última década?
Cualquier disco de wisin y yandel

14. ¿Qué libro te hace sonreír?
Ética para amador

15. Si sufrimos un ataque de Godzilla y tenés la oportunidad de salvar de sus garras a una banda o músico, ¿a quién salvarías?
A Fernando Cabrera

16. Si después de muerto volvés convertido en zombie ¿a quién morderías primero?
A Mimí Ardú

17. En tu último disco ¿encontraste la forma justa de expresar lo que querías?
Para ese momento fue una buena forma, fue la forma que salió, a fin de año voy a grabar otro disco, con una forma nueva, un cambio repentino de tono y expresión



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Narrativa: El que fue


Por Victoria Caracoche


Recuerdo que te vestiste de violeta, te pusiste un panamá que no combinaba para nada y me dijiste vamos. Me agarraste de la mano para levantarme, y aprovechaste el empujón para abrazarme fuerte. Vos siempre abrazaste fuerte. Por lo menos a las personas que te importaban. Yo me daba cuenta porque cuando envolvías a otros con tus brazos de canguro pacifista cerrabas los ojos, querías atravesar con el cuerpo al otro para sentir la plena unión fraterna, su energía. Yo siempre pienso en esa primera vez que te vi; eras como un gurú cubierto de plumas y flores, salido de una comedia sesentosa. Pero siempre fuiste serio, intenso, comprometido hasta con los pasos que dabas.

Esa tarde estabas asqueado de todo, cansado de sentirte como en un muelle sin agua y sin horizonte. Tenías ganas de darle un sopetón bien violento al timón de tu vida y dejaste todo así, a medio hacer, o sin hacer, o casi terminado. Nada te convencía, nada te provocaba. Esta vez ni siquiera tenías ganas de avistar ovnis en la Costanera Norte, si bien te insistí porque siempre fue divertido y nos despejaba de lo que pasaba en este planeta.

-Cualquiera puede ser consejero, consultor, concejal, conserje, cónsul, contador, consolador, conquistador. Yo no soy nada. Es todo tan aburrido. Sólo sería conquistador, pero de qué? Ya pasó de moda, y a pesar de eso seguro sería odiado. No ves que ni siquiera las conjeturas tienen sentido? Me desarmo y soy agua. 

Me derrito pero soy piedra. Sangre de mi sangre que se esparce y desaparece. No podría soportarlo, vivir bajo el repudio de la gran humanidad, vestida de sedas y fibras sintéticas antirrobo. Señalado, apuntado por el gran dedo del tedio humano. Reprendido, castigado por hordas de impunes elegantes que me golpearían con sus cargadas billeteras de cuero. Acuchillado por cartones crediticios, sepultado bajo grandes masas de facturas impagas, olvidado y reducido a fantasmita plebeyo, a lumpen poético, a ex empleado desagradecido.

Me encantaban tus monólogos tragicómicos. Y vos frente al espejo, el halo de la verdad que te rodeaba, eras una voz cierta. Pero a veces te sentías nada. Y eras tanto.

Salimos y tomamos el 29 hasta el final del recorrido, y luego nos subimos a otro, y viajamos por horas. No dijiste ni una palabra. Al llegar la noche nos bajamos en Pacífico y fuimos a una pizzería.

-Una cebolla es. Un tenedor es. Una servilleta es. Punto. Cada cual a lo que le fue dado. Pero uno también es, y no hay punto. No alcanza. La frase siempre queda con puntos suspensivos. La necia necesidad de la respuesta.

Dijiste eso y los dos terminamos de comer en silencio. Yo no pude contestarte, a mí también me pasaba lo mismo a veces. Buscar el punto. Buscar la palabra que termine la oración, que defina un concepto. Para qué, nunca lo supimos.

-Pero como dijo mi sabia abuela, mañana será otro día – me dijiste sacándote el aceite de las manos con una servilleta de papel – y lo único que nos queda es el amor. Así. Porto frases hechas en la cabeza como quien lleva de todo en la cartera. Recaeré nuevamente en los placeres mundanos, golpearé la puerta de aquel adonis que quiera marcar mi piel para hacerme sentir otra vez sosegado, sociable, sostenido, soberbio, sordo, soberano, socio de esta burda existencia de guillotina.

Me estrechaste fuerte otra vez y me miraste. Al otro día nada cambió; vos volviste a tu odiado trabajo y a tu adorada lucha por la libertad, a querer ser por sobre todo. Pero cuando años más tarde hablamos de esa noche, me dijiste que se te habían vencido las ideas, que había algo de vos que ya no creía. El terrorista amoroso que llevabas dentro había languidecido. Yo lloré. Te discutí, te odié un momento y luego traté de comprenderte, aunque no pude hacerlo del todo. Eras mi altarcito pagano, mi brújula mareada, el poeta liberto.

Recuerdo que reíste de mi romanticismo cursi, y me abrazaste como siempre pero ahora como un hombre que era otro, y luego me invitaste a la Costanera a ver los aviones.



[Más sobre la autora]

Linkoteca: Valentino Tettamanti



[Sobre el autor]

Valentino nació en 1986, y ya no recuerda desde cuando le gusta dibujar. Hace un tiempo está en la recta final de la Licenciatura en Grabado y Arte Impreso en la Facultad de Bellas Artes de la UNLP.

Desde hace unos años reparte su tiempo para trabajar como ilustrador y diseñador freelance, desarrollar proyectos propios, exponer en lugares convencionales y no tanto, dibujar aquí, pintar alla, y hacerse cargo junto a Marcos Moreno y Emmanuel Orezzo de toda la gráfica del sello Concepto Cero.

En sus ratos libres (que por suerte cada vez son menos) y dejando de lado cualquier pretensión le gusta tocar la guitarra.

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Poesía: Jotapé


Tina Crespo

El espejo hoy

está atiborrado:

en cada andarrivel

tres, cuatro surubíes.


Me anudo el short

me calzo las antiparras

me descalzo

desciendo a

las profundidades


las antiparras empañadas

por diferentes temperaturas

entre el cielo y el agua


Me largo a la proeza:

marcar dos mil metros


no es mucho:

para mí, novato nadador

sí lo es.


Mi brazo derecho se hunde

como un cuchillazo certero

en la sandia barrigona

se hunde

como puñalada certera

en la panza hipopótama.


Mi brazo derecho se zambulle,

media boca, media nariz

afuera para ganar aire


luego el izquierdo sale

imitando al diestro:

ahí no se gana oxígeno

se usa la reserva.


Mis piernas acompañan

una música asordinada

por la falta de presión


la micosis se adhiere,

a los dedos, pie de

atleta olímpico, el pelo queda

chuzo requetechuzo.


Pero cuando la cabeza hundida

las ideas se ahogan y la mente

en blanco, no piensa en más que

en llegar al otro lado del espejo


eso es lo mágico

del crawl y la mariposa

del pecho y la espalda.


Ni siquiera la ley

de gravedad tiene

lugar bajo aguas.


Me zambullo y silencio,

volcán de cera afuera

y bullicio.


Hay desequilibrio

entre acá y allá,

entre superficie y

profundidades.


Bajo el agua

todos los cuerpos:

son livianos

son brillosos

son hermosos

son.


Bajo el agua

la humanidad

no se matan

unos a otros


Y no hace falta

estar en la superficie

para respirar.


Jotapé (Julio 2012)

Micro-excursiones: Ignacio Molina


[Micro-excursiones]  es un cuestionario que va en busca de escritores, con el fin de conocer sus ficciones personales. Es una adaptación, algo transgredida, del cuestionario Proust. Las preguntas son simples e impersonales, pero a la vez pretenden ser un disparador. Es el primer cuestionario en donde las preguntas no importan. El mérito y la inventiva corren por cuenta de los escritores.

[Autosemblanza]


Me llamo Ignacio Molina. Nací en Bahía Blanca pero desde hace veinte años vivo en Buenos Aires. No puedo creer haber cumplido treinta y seis la semana pasada; para mí esa siempre fue, y sigue siendo, una edad que tienen los señores. Me gusta mucho escribir y por suerte la mayoría de las cosas que hago tienen que ver con eso: escribo libros (los que más me gustan son Los estantes vacíos -cuentos-, Los modos de ganarse la vida -novela-, y El idioma que usan todos -poemas-); doy talleres de escritura, a veces hago periodismo, y gano un sueldo fijo trabajando de algo así como redactor publicitario. Soy bastante asceta, y supongo que mucho menos melancólico de lo que mis amigos, conocidos, e incluso lectores, deben creer. Tengo un hijo de casi seis años que se llama Fausto y me hace muy feliz. Aunque no soy híper sociable, disfruto de conocer y entablar relaciones con cierta clase de personas. No me gusta hablar de plata ni pensar en el futuro.

[Micro-excursiones]


1. ¿Qué condiciones se tienen que dar para que empieces a escribir?
Ganas, tiempo y la mente despejada. O ya venir trabajando en un texto que me tenga entusiasmado; cuando pasa eso, entro en un estado en que mi cuerpo y mi cabeza liberan millones de endorfinas y lo único que quiero es ponerme a escribir.

2. ¿Cuál es tu héroe o antihéroe de ficción favorito?
Holden Caulfield.

3. ¿Qué talento desearías tener?
Me gustaría tener oído musical, saber cantar, tocar bien la guitarra y componer canciones. En menor medida, jugar al fútbol o al básquet a nivel profesional. También me gustaría, sólo durante un tiempo, experimentar la capacidad de ganar mucha plata.

4. ¿Cuál es tu posesión más atesorada?
Cuando cumplí quince años, mi papá me regaló una cajita de metal medio oxidada en cuyo interior había una moneda, un llavero y un banderín en miniatura. Esa podría ser una de mis posesiones más atesoradas. A mi papá se la había regalado mi abuelo, y a mi abuelo mi bisabuelo. En poco más de nueve años, cuando cumpla quince, se la voy a regalar a mi hijo.

5. ¿Cuál es para vos la manifestación más clara de la miseria?
El egoísmo y la mezquindad, si nos remitimos a una de las acepciones de miseria del diccionario. En un sentido más amplio, la traición.

6. ¿Cuál es la cualidad que aprecias más en los seres humanos?
La inteligencia, la honestidad, la lealtad, el sentido del humor, la amplitud de pensamientos y de criterio.

7. ¿Cuál es habitualmente tu estado mental?
Mi cabeza suele pendular, en promedio, entre el bienestar, la placidez, la expectativa, la ansiedad, la preocupación y la incomodidad. En los extremos de la estadística están la euforia, la angustia y la nostalgia. Por suerte estas últimas cosas son menos frecuentes. También suelo estar bastante en lo que se conoce como “la luna de Valencia”.

8. ¿Cuál es tu idea de felicidad?
No sé. Me parece que no tengo una idea de felicidad. ¿Dónde está la felicidad? Creo que hay muchas cosas que la rodean pero que no son exactamente la felicidad: por ejemplo, la alegría, la excitación, el frenesí, la satisfacción, la paz, el encantamiento. Todos esos son estados bastante fáciles de alcanzar. Pero la felicidad propiamente dicha es, para mí, algo efímero, volátil y mucho más difícil de conseguir, algo que a veces llega e intento retener pero que enseguida se me escapa como agua entre los dedos.

9. ¿Cuál es tu mayor miedo?
Les tengo mucho miedo al paso del tiempo y a la vejez.

10. ¿Cuándo y dónde fuiste más feliz?
Supongo que los momentos más felices los habré pasado haciendo cosas con mi hijo. Esas son las situaciones más concretas y tangibles de felicidad. Con respecto a las otras, tengo un grave problema: suelo valorar a los momentos felices mucho tiempo después de que pasaron y no mientras los estoy viviendo. Uno de los últimos momentos de felicidad que recuerdo es cuando estaba en la recta final de la escritura de una novela que va a publicarse el año que viene. También me acuerdo de otros, pero son más íntimos y no voy a contarlos acá.

11. ¿Qué libro que hayas leído te hubiera gustado escribir?
Cada vez que leo un libro que me gusta mucho pienso que me hubiera gustado escribirlo a mí. De adolescente o más joven eso me pasaba con más intensidad y me generaba una envidia bastante insana. Creo que el primer libro con el que me pasó eso fue con El cazador oculto, de Salinger.

12. ¿Cuál es el peor libro de la última década?
No sé. Cuando un libro no me gusta lo abandono enseguida. Por eso no llego a darme cuenta de cuán malo me resulta en realidad.

13. ¿Qué texto (cuento, libro o nota periodística) no volverías a publicar? ¿Por qué?
Hace tres años escribí un libro por encargo sobre la temática “tribus urbanas”. Estaba mal  económicamente y acepté sin dudarlo cuando me lo ofrecieron; la cantidad de plata que me pagaban no era demasiada pero en ese momento me venía muy bien. Y si bien el libro tiene un par de capítulos que me gustan, creo que el resultado global no fue bueno, no me dejó contento, no me representa. Supongo que si me lo propusieran hoy, lo tomaría con menos urgencia y más responsabilidad o, en el caso de no sentirme cómodo, directamente lo rechazaría. También hay algunas notas que escribí para la revista Noticias que hubiese preferido firmar con seudónimo pero que tampoco estaban tan mal. El trabajo, mientras sea hecho con honestidad, siempre dignifica.

14. ¿Qué disco te hace sonreír?
Muchos. Ahora pienso en uno que estuve escuchando esta mañana: London Calling, de The Clash.

15. Si sufrimos un ataque de Godzila y tenés la oportunidad de salvar de sus garras a una banda o un músico, ¿a quién salvarías?
En este momento se me ocurren dos. Uno es Sergio Rotman; todavía le quedarían varios años para seguir componiendo e interpretando canciones y discos tan geniales como los que viene haciendo con Cienfuegos, Los Sedantes y El Siempreterno. También salvaría a Eugenia Brusa, cantante de Les Mentettes y de Brusa y los Bombones de Murano. Tiene una voz que enamora y un modo de cantar que hipnotiza (o una voz que hipnotiza y un modo de cantar que enamora, no sé distinguir). Ojalá nunca deje de hacerlo.

16. Si después de muerto volvés convertido en zombie ¿a quién morderías primero?
A nadie. Asustaría un poco a los que se me crucen pero enseguida los dejaría tranquilos.

17. En tu última obra ¿encontraste la palabra justa para decir lo que querías?
En algunas páginas creo que sí.

[Contacto]

Facebook: Ignacio Molina
mail: ignaciomolina22@gmail.com

¡Maldita y hermosa Helena!


Deseo, la obra que articula las contradicciones entre lo natural y lo cultural, el placer y la ley, el impulso y sus restricciones. Las enamoradas, Helena y Casandra, transitarán juntas por los pasajes de una profunda tragedia, el lado oscuro del placer ante los ojos de la cultura.  

Por Leandro Rossi y Nadia Sol Caramella

Deseo “se dice del anhelo de saciar un gusto”, o más bien, una necesidad de poseer al otro, y al mismo tiempo, liberarlo en esa concreción, en esa intuición de la carne. Esta obra como pocas ha logrado volver a la escena clásica pero con un discurso moderno, que se instala a través de ciertas transgresiones de la historia y a través de artilugios teatrales: proyecciones que remplazan la escenografia, y en ese desplazamiento, la imagen cobra vida, se vuelve erótica y onírica. El maquillaje y el vestuario adquieren matices ochentosos, pero a la vez, visten telas blancas o negras de caídas naturales, que delinean cuanto hay de excéntrico y de interioridad en esos personajes. Momentos de danza y jadeos donde los cuerpos pisan fuerte el escenario, irguiéndose para marcarles las coordenadas al espectador. Habrá que ir tras esos gestos, tras ese rito erótico, tras esos movimientos, que parecen una coreografía voguing, aquella subcultura de los suburbios de Nueva York, nacida de las drag queens. A esta altura el espectador no es otra cosa que un voyeur respondiendo a estímulos.   

La recreación visual de la naturaleza, sus árboles, sus hojas verdes y la tierra nos trasportan a los tiempos de Casandra (Federico Castellón Arrieta) y Helena (Lisandro Outeda). Ambas desesperadas por consumar la pasión de sus cuerpos, luchan para defender ese impulso que les es natural. El freno a ese deseo será  Hécuba (Contanza Nacarado), quien lleva en su voz las marcas del discurso de la doxa. Y se ampara en dogmas divinos para impedir la consumación de la pasión entre ellas. La ley, como resguardo de la norma, sigue parámetros que son regularmente sociales y culturales. La ley es lo escrito, lo que debe ser cumplido y respetado; y es lo que Hécuba defiende hasta último momento. Mientras, Casandra y Helena luchan para defender su deseo, el furor de su pasión. Esas sensaciones que nacen de sus cuerpos sin ningún tipo de recato, son las que desbaratan lo establecido, incluso la tragedia misma. Si el espacio de la ley es lo cerrado: el hogar materno. La sexualidad encontrará asidero en el espacio abierto de la naturaleza, entre el verde de los árboles y el olor a tierra húmeda, ahí la diosa Afrodita entrará, amparada por las fisuras del placer, para bendecir los jugueteos femeninos.

El motivo de la tragedia griega está atravesado por lo mítico. Esta obra se desmitifica aunque siga conservando la caída de los personajes principales: Helena y Casandra correrán la misma suerte que Antígona. Igualmente la tragedia conserva su esencia primordial, que es la desesperación ante el destierro, la soledad y el encierro. Deseo, una tragedia griega se instaura como una historia sin tiempo ni espacio, pero es intensamente trágica por eso mismo, porque podría ubicarse en el presente.

Nada en la vida es gratis, ni siquiera desear a alguien. En uno de sus últimos parlamentos, Afrodita (Débora Nacarate) sentencia: “no hay deseo sin tragedia”. Es que no hay sexualidad posible sin ese dolorcito dulce, sin ese ardor que brota del roce de los cuerpos.     

[Ficha técnico-artística] 

Autoría: Lisandro Outeda
Actúan: Josefina Botto, Federico Castellón Arrieta, Jimena Coppolino, Débora Nacarate, Constanza Nacarato, Lisandro Outeda, Paola Traczuk
Actuación en video: Maruja Bustamante
Producción: Calabaza Productora, Luciana Azuaga, Melissa Falter
Dirección de arte: Federico Castellón Arrieta, Lisandro Outeda
Dirección: Federico Castellón Arrieta, Lisandro Outeda
Iluminación: Celeste Aued
Visuales en vivo: Esteban Barreiros
Audiovisuales: Ariel Cabrera
Música original: Nahuel Galassi
Prensa: OCTAVIA Gestión Cultural y Comunicación


[Funciones]
Domingos 5, 19, y 26 de Agosto, 20:30 hs.
Domingos 2, 9, 16 y 23 de Septiembre, 20.30 hs.
Lugar: Espacio Aguirre, Aguirre 1270, Villa Crespo.
Reservas: 4854 1905 – 4857 9669
Entrada general: $40-. 


Moda



Cuando se ponga de moda
tener un hijo
voy a ver a muchos snobs
teniendo pibes fashion

Cuando se ponga de moda
ser perro
de qué se van a disfrazar
los gatos?

Cuando se ponga de moda
no ser tan cool
qué bailarán las cumbieras
intelectuales?

La voz del cazador

   
Esta ficción fue construida a partir de los elementos del imaginario que Valentín y los volcanes ofrece a través de su música y sus letras.

Por Javier Carreira

Hacía dos años que lo alquilaba, pero cada vez que Omar entraba en su monoambiente, sentía un intenso olor a encierro, como si allí, en realidad, no hubiese vivido nadie durante décadas. Dejaba la canasta con las brochas y el rodillo en un rincón junto a la pequeña ventana, se sacaba las zapatillas y el overol y luego se quitaba todo lo demás a excepción de los calzoncillos y se acostaba en su cama y prendía un cigarrillo, y luego otro. Observaba cómo sus dedos aún manchados de pintura sujetaban el cigarrillo y cómo el humo subía hasta el techo. Aquel estado contemplativo le gustaba; lo prefería a la televisión o a la lectura. Bajo su cama guardaba una botella de whisky para cuando se cansaba de pensar.
    Algunas tardes las pasaba junto a sus amigos en la estación de trenes de Tolosa, a unas diez cuadras de su departamento en el barrio de Ringuelet, La Plata. Ellos también tenían trabajos esporádicos y vivían en departamentos sucios y desarreglados, alejados de la ciudad. Compartían los cigarrillos o la cerveza o la marihuana mientras recorrían el puente de hierro o se refugiaban dentro del galpón abandonado. Hablaban de la estructura del espíritu humano y se divertían pronosticando cambios fundamentales a producirse en el futuro. No les interesaba el rigor científico, más bien se basaban en lo que habían vivido en los días recientes. 
    - En el futuro se va a poder sentir el amor del otro.
    - ¿Por qué?
    - Porque es más práctico y así debe ser. ¿No te parece?
    Nadie respondió.
    Verónica lo visitaba por las noches. Habitualmente comían en silencio y luego Omar tocaba la guitarra mientras Verónica permanecía callada mirando la televisión sin volumen. Se conocían desde la primaria y lo que los mantenía enamorados era el recuerdo de los hermosos momentos que habían vivido juntos. A Omar le bastaba con eso para extraer de la pareja la cantidad de felicidad que le resultaba aceptable. Por esa razón no se detenía a pensar en el presente frío y distante. Muy dentro de sí sabía que era como estar enamorado de un fantasma, pero no le importaba mientras que lo que sintiese fuese genuino, y Omar no tenía dudas de estar genuinamente enamorado de lo que Verónica había sido.

   
    Cansado de pasar encerrado, en su departamento, el invierno más helado y húmedo que la ciudad de La Plata había vivido en años, Omar se puso todo el abrigo que tenía y salió a caminar. Pasó por calles donde los árboles se arqueaban formando una bóveda  que los rayos fríos de sol atravesaban mientras se movían como reflejados por una bola de espejos; pasó por debajo de túneles en los que podía escuchar el ruido de los autos sobre su cabeza como si fuesen aviones a punto de despegar; pasó por plazas desde las que podía ver las nubes de gas tóxico entrelazarse y gravitar hasta desvanecerse.
Cuando llegó al centro de la ciudad, sin saber cómo, se encontró dentro de una multitud que lo arrastraba a su merced, sin que Omar pudiese dominar sus movimientos. Todas las cabezas estaban por encima de él y no tenían rostro. Mezclado con el ruido del tránsito, escuchaba un coro de voces graves y ásperas, que no sabía si era producido por la multitud o por otra cosa que no alcanzaba a ver; y, entre el coro, una hechizante voz de mujer que transmitía calma y comprensión en medio de tanta locura. Omar luchó por llegar a la voz pero estaba estancado. Entonces dejó de luchar y comenzó a bailar con los cuerpos anónimos que, tras varios giros y vaivenes, lo llevaron frente a una chica de cabello negro y brillante que continuaba cantando la bella canción. La chica, que no parecía reparar en el caos que la rodeaba, tomó las manos de Omar y lo guió en un baile lento por entre los cuerpos que se apartaban a su paso. Su pelo estaba recortado a la altura del mentón, le tapaba las orejas y se curvaba hacia adelante sobre sus mejillas muy redondas y blancas. Omar acercó la cara, llenó su pecho de su olor dulce, un olor que lo relajaba y lo hacía sentir como en un refugio de montaña junto al fuego.
    Cuando volvió en sí, se encontraba en un barrio silencioso, donde las hojas de los árboles caían suavemente sobre las veredas amplias. Vio a la chica alejarse despacio, caminando distraída. Omar corrió y la alcanzó.
    - ¿Cómo te llamás? - preguntó.
    Ella no lo miró y siguió su camino. Omar la siguió manteniéndose unos pasos por detrás. Se sentía bien haciéndolo.
    Luego de un largo recorrido, la chica levantó un papel del suelo, sacó un lápiz del bolsillo de su campera y comenzó a escribir, sin que Omar pudiese ver qué era lo que estaba escribiendo. Cuando terminó, caminó algunos pasos, enrolló el papel, lo dejó en un hueco de la pared y siguió su camino. Omar se detuvo, esperó que la chica se alejara lo suficiente, sacó el papel y lo abrió. En él estaba escrita una de las más hermosas cartas de amor que Omar había leído jamás. Por las cosas que decía, parecía que la chica estaba viviendo una profunda relación con el destinatario, pero el nombre de él no figuraba por ningún lado. En cambio, la carta llevaba firma: Lucía.
    Omar se sintió incómodo. Consideró la idea de olvidar todo el asunto. Pero finalmente corrió y la alcanzó.
    - Lucía- dijo.
    La chica volteó y lo miró tiernamente.
    - Bailamos hace un rato- dijo Omar- ¿Te acordás?
    - Claro. No parabas de pisarme. Tuve que patearte para que dejaras de hacerlo.
    Omar se rió, aunque no se acordaba de que ella lo hubiese pateado. Luego se presentó.
    - Hola, Omar- dijo Lucía, dejando un silencio antes de volver a hablar- Acá cerca es mi casa ¿Me querés acompañar?
    Omar aceptó y cuando llegaron, ella dijo:
    - Esta es mi casa. Tengo que entrar. ¿Nos vemos el próximo sábado?
    - ¿No hay nadie a quien le pueda molestar?
    - No. Nadie. Los sábados mi mamá no está.
    - ¿Vivís con tu mamá?
    - Sí.
    Luego Omar pensó que una semana sería mucho tiempo.
    - ¿No podemos vernos el miércoles?- preguntó.
    - Sólo puedo salir los sábados- dijo Lucía- Nos encontramos en esa esquina, al mediodía. Preparo sánguches. ¿Tenés un mantel?
    - No.
    - Bueno, yo consigo.
    Entró en la casa.
    A los pocos pasos, Omar encontró un papel enrollado dentro de un agujero de un árbol. Se trababa de otra hermosa carta de amor, pero esta vez, por los detalles que describía, parecía dirigirse a una persona distinta de la anterior, aunque aquí tampoco se revelaba su nombre. Sin embargo, la firma era la misma: Lucía.
   

    El sábado siguiente, tras una semana en la que se sintió particularmente inquieto, Omar se encontró con Lucía a la hora y en el lugar acordado. Ella llevaba puesta una campera de plumas celeste en cuyo cuello alcanzaba a esconder su nariz, guantes de lana azul y un gorro también de lana azul que le cubría la frente y las orejas. En su mano sostenía un bolso de tela. Mientras lo levantaba dijo:
    - Hice los sánguches.
    - Qué bien- dijo Omar- ¿A dónde vamos?
    - Seguíme.
    Omar la siguió manteniéndose unos pasos por detrás. Cruzaron el Parque Castelli y continuaron por la Diagonal 74 hasta que se encontraron frente al cementerio. Luego siguieron por la Calle 131 y atravesaron la entrada por entre las columnas de orden dórico.
    A Omar no le resultó extraño el lugar a donde Lucía lo había llevado. Le gustaba la calma del cementerio.
    - Vení- dijo Omar- Hay un amigo al que quiero visitar.
    Esta vez, Lucía lo siguió a él por los estrechos senderos. Rodearon la tumba de Almafuerte y se adentraron en las zonas arboladas hasta que Omar encontró la tumba que estaba buscando. Desplegaron el mantel junto a ella y se sentaron a comer.
    - ¿Sabés?- dijo Lucía- Mi hermano murió ahogado. Se había ido a vivir a Paraná, allí había conocido a una chica de la que se enamoró. Con ella pasaba varias tardes a la orilla del río, tomando sol y besándose. A mi hermano le divertía lanzarse desde una piedra alta y hacer que el agua salpicara lo más lejos posible. Siempre estaba animando a su novia para que lo intentara pero ella no se decidía. Una noche, ambos subieron a la piedra, mi hermano comenzó a animar a su novia para que se tirara. Finalmente, ella se tiró, salpicó poquito, y desde el agua alentó a mi hermano para que él también lo hiciera. Mi hermano dio un fuerte salto, sujetó sus piernas en el aire, inclinó su cabeza y penetró en el agua salpicando lo más alto y lo más lejos que había salpicado. Pero no salió a flote. Su novia lo buscó, lo llamó, pero mi hermano no apareció hasta el día después, ahogado.
    Lucía contó varias de estas historias. Omar, si bien comprendía la desgracia que había detrás de ellas, por la forma en que Lucía las contaba, le parecían adorables. Entonces aprovechó para hablar sobre la muerte de su amigo. Hizo el relato de los últimos meses de su lucha contra el cáncer, retratándolo como a un héroe,  Lucía escuchó atenta y entusiasmada mientras comía su sánguche. Omar también aprovechó, cuando Lucía no miraba, para esconder un papel en blanco dentro del bolso de tela. Cuando Lucía terminó de comer, buscó la botella de agua en el bolso y encontró el papel. Entonces sacó un lápiz del bolsillo de su campera y se puso a escribir. Al terminar, enrolló el papel, se levantó y lo metió en una pequeña grieta que se abría en la lápida del amigo de Omar. Luego se sentó otra vez sobre el mantel.
    - ¿Por qué hacés eso?- preguntó Omar.
    - ¿Hacer qué? – dijo Lucía, realmente no parecía saber de qué le estaban hablando.
    - Nada – dijo Omar, se levantó y dejó un pedazo de sánguche sobre la tumba de su amigo.
    El resto de la tarde lo pasaron observando las formas de las nubes.
    - Esa es un caballo- dijo Omar.
    - No. Es un perro- dijo Lucía.
    - Esa es una bandera de Suecia.
    - No. Es un felpudo que dice Welcome.
    - Esa es un escribano.
    - No. Es un director técnico enojado. Mirá esa. Es la cara de mi abuelo.
    - …
   

    La ceniza del cigarrillo de Verónica cayó sobre la cama de Omar. Omar se levantó, limpió la ceniza. Luego tomó la mano de Verónica:
    - Vení. Vamos a bailar.
    Puso el canal de música y subió el volumen. Verónica se levantó sin demostrar una pisca de entusiasmo. Aun así, tomó la otra mano de Omar y bailó. Afuera era de noche. Llovía tenuemente.
    Omar no lo sentía como bailar; lo sentía como morir. De alguna forma, era la persona enamorada del pasado la que allí estaba muriendo, la persona enamorada de aquellas noches en que los dos se leían cuentos antes de ir a dormir. Le dolía, pero podía adivinar el alivio en el futuro.
Continuó bailando a pesar de sus músculos entumecidos, del calor de su frente.



    - ¿A dónde vamos hoy? – preguntó Omar.
    - Al río- dijo Lucía.
    Llevaba puesta su campera de plumas celeste, pero esta vez no cubría la mitad de su cara. Mostraba su boca que, por más que estuviese quieta, siempre daba la sensación de movimiento. Era una boca de labios gruesos y de un rojo opaco, con unos dientes pequeños, desordenados, algunos levemente encima de otros. La nariz era pequeña a comparación con el resto de la cara y era muy blanda y redondeada por donde se la mirara. Sus ojos negros siempre parecían enfocar unos pasos más allá de lo que miraban. Tampoco llevaba gorro, por lo que Omar se entretuvo viendo cómo el pelo de Lucía se alargaba y se encogía a cada paso durante todo lo que duró el recorrido.
    - Es acá- dijo Lucía.
    Omar miró a su alrededor. Allí no había ningún río. Estaban en la Calle 11, entre la 47 y la 46. Los autos pasaban a mediana velocidad en ambas direcciones.
    Lucía se sentó en la vereda y apoyó su espalda en la fachada de una antigua casa con jardín de entrada en el que había una acacia de tres espinas que asomaba la mitad de su copa a la calle. Omar se sentó junto a Lucía, bajo la sombra que proporcionaba la acacia.
    - No vas a poder creer la cantidad de ardillas que hay acá- dijo Lucía.
    Omar sonrió. El lugar comenzaba a resultarle agradable.
    - Tengo algo para vos- dijo y sacó un cuaderno del bolsillo de su campera.
    Había pasado la semana escribiendo poemas en sus ratos libres. Nunca lo había hecho antes, pero cuando empezó a escribirlos, sintió que estaba haciendo lo correcto y que hacerlo le sentaba muy bien. Llenó el cuaderno de poemas. Algunas páginas contenían más de uno; uno en el centro, otros en los márgenes con una letra muy pequeña pero hermosa.
    Lucía tomó el cuaderno, lo abrió por la mitad, y lo dejó sobre su falda.
    - Mirá- dijo- ¡Ahí hay una!
    - ¿Una qué?
    - Una ardilla, tonto. Te acabo de decir que hay muchas.
    Omar estaba concentrado en el poema que había en las páginas abiertas sobre la falda de Lucía. Se acordaba muy bien de él. Era sobre ella.
    - ¿La ves? – dijo Lucía.
    - ¿Qué cosa?
    - ¡La ardilla!
    - ¿Dónde?
    - Ya se fue.
    Lucía se recostó aún más sobre la fachada de la antigua casa y miró al cielo, con una expresión de suave satisfacción en su cara. Luego comenzó a contar una historia que sucedía en el pasado e involucraba a su madre y a un monstruo imaginario. La madre siempre era mala en sus historias y, en este caso, el monstruo era el bueno. Para Omar, las historias de Lucía bien podían ser ciertas pero también cabía la posibilidad de que fuesen inventadas de principio a fin. Aunque no tenía modo de comprobarlo. De todas formas, eran historias realmente bellas.

    Sucedía a menudo que Omar le preguntaba a Lucía sobre sus historias y ella le respondía algo que no tenía nada que ver con lo preguntado. Sucedía también, que Lucía se quedaba callada ante una pregunta de Omar, como si nadie le hubiese preguntado nada. Más bien, los momentos de conexión eran pocos, notaba Omar. Por lo menos, los momentos de conexión verbal. La otra parte del tiempo Lucía se comportaba como si estuviese sola. Aunque nunca lo dejaba atrás cuando caminaban; Omar había hecho la prueba varias veces: cuando él dejaba de caminar, a los pocos segundos, ella se detenía y lo esperaba. Omar, además, notaba que el lenguaje que Lucía hablaba era diferente al suyo, pero eso no significaba que fuera un lenguaje carente de sentido, y él estaba dispuesto a descifrarlo.
    - ¡Ahí hay otra!- dijo Lucía.
    Omar levantó la cabeza.
    - ¿Dónde?- dijo.
    - En ese árbol ¿La ves?
    - Sí. Qué linda.
    Pero Omar no había alcanzado a ver nada.
    Luego le dejó de importar que Lucía no prestara atención a sus poemas. A fin de cuentas, ella podía hacer con ellos lo que quisiera. Él no tenía interés en guardarlos. Si bien no se consideraba un poeta, había desarrollado sus convicciones sobre el tema: los poemas no debían ser cosas para atesorar.
    - ¿Y si vemos los peces?- dijo Lucía.
    Omar volvió a mirar a su alrededor. Contempló cómo un camión se alejaba.
    - Bueno- dijo.
    Lucía cerró el cuaderno y lo guardó en un bolsillo. Luego se puso de pie y caminó hasta un desagüe que había cerca de la esquina con la 46.
    - Vení- dijo.
    Omar se acercó. Escuchó el agua correr bajo el desagüe.
    - Mirá- dijo Lucía- Hay de todos los colores.
    Cuando Omar se asomó vio miles de diminutos peces de todos los colores. Realmente estaban allí, escurriéndose de aquí para allá. Peces violetas, peces naranjas, peces verdes y amarillos, peces plateados. Era una de las cosas más encantadoras que había visto en su vida. Allí, bajo la ciudad, tanta belleza.
    Permanecieron observando los peces hasta que Lucía dijo:
    - Ya sé qué podemos hacer.
    Sacó el cuaderno de poemas de su bolsillo, lo abrió y arrancó una hoja. Al verlo, a Omar le pareció igual que si hubiese arrancado una hoja de un diario viejo. Lucía comenzó a doblar la hoja por varios lados. Finalmente, la canoa estaba lista. Lucía la dejó caer por el desagüe y la vio alejarse con la corriente.
    - ¿Sabés hacerlas? – preguntó Lucía.
    - No. Enseñáme.
    Lucía le enseñó.
Pasaron lo que quedaba de tarde arrojando canoas de papel por el desagüe, viendo cómo eran llevadas por la corriente junto a millares de pececitos de colores que nadaban alrededor. Hasta que las hojas del cuaderno se acabaron.


Sobre la estación de trenes de Tolosa caía un rocío muy fino que nublaba la visión. Los amigos de Omar se movían para no sufrir el frío y producían nubes de vapor al hablar.
- ¿Y si en el más allá estamos nosotros también?
- ¿Cómo?
- Que te morís y lo que hay después es un lugar igual a este y estamos nosotros que no somos nosotros pero los que hay en vez de nosotros son idénticos a nosotros.
- ¿Todo igual?
- Sí. La estación, todo.
- No. Así da lo mismo morirse.
- Claro.
- Buenísimo.
- Terrible.
- No puede dar lo mismo morirse.
- No quiero morirme y sentirme estafado a la vez. 
Compartían un porro y jugaban a patear piedras intentando que lleguen al otro andén y peguen contra una chapa que estaba apoyada sobre una pared. Omar estaba sentado en un banco viéndolos jugar. No tenía interés en participar de la charla. Era consciente de que en otro momento hubiese estado encantado de hacerlo, pero ese día todo era diferente. Cuando los amigos le preguntaron por qué no decía nada, Omar respondió con una voz muy débil:
 - Las cosas que entendía las dejé de entender.


- El amigo de mamá vive en la calle de los borrachos- dijo Lucía.
- Lucía- dijo Omar.
- Los borrachos salen a sus balcones después del mediodía y cantan hasta que anochece, en la calle de los borrachos.
- ¿Dónde estamos?
- Mamá dice que estar borracho es como volver a ser niño.
- Lucía.
- El amigo de mamá se peina el pelo sobre las orejas para salir en las fotos.
- Lucía.
- Tiene miedo de salir en las fotos. 
- ...
Lucía dobló en un estrecho callejón, Omar la siguió. El piso era de adoquines y estaba húmedo, las altísimas paredes también estaban húmedas, parecían transpirar, brillaban. Los gatos atravesaban el callejón corriendo, perseguidos por sombras que los doblaban en tamaño. El ruido de la ciudad parecía encapsulado dentro de un frasco de botones y llegaba como el recuerdo de un confuso sueño reciente. Lucía entró en un pasaje que se abría en una de las paredes. Omar fue tras ella, bajó las escaleras en plena oscuridad, salió a un espacio subterráneo iluminado por unas pocas luces alógenas. Era un extenso almacén que olía a quesos y frutas. Vio a Lucía doblar en uno de los pasillos y la siguió. Pasó junto a un puesto atendido por un hombre con turbante y ojos verdes que vendía miniaturas de elefantes; pasó junto a un puesto atendido por una señora gorda de mejillas coloradas y pelo enrulado que vendía golosinas en forma de países; pasó junto a un puesto atendido por un viejito encorvado que estaba acompañado por un perro dormido, que vendía biblias con tapas flúo, historietas de la biblia, biblias con pósters desplegables y biblias con páginas interactivas. Cuando Omar ya había atravesado todo el mercado, encontró a Lucía en el pasillo de salida frente a un hombre, un hombre que empuñaba una guitarra y cantaba convencido, esperando. Iba vestido en harapos y llevaba un gorro de cazador con las orejeras bajadas. Lucía permaneció mirándolo hasta que el hombre terminó de cantar.
- ¿Hubo algo que te haya gustado? – dijo el hombre mirando en dirección al mercado.
- Ese gorro- dijo Lucía.
El hombre rió.
- No se vende- dijo- Pero tomá.
Le dio un par de guantes que sacó de su bolsillo. Lucía se quitó los que llevaba puestos y se puso los nuevos. Luego se quedó mirando cómo le quedaban. Eran rojos, estaban algo descocidos en los extremos de los dedos.
Omar se acercó y saludó al hombre.
- Linda canción, aunque sólo escuché el final- dijo.
- Gracias- dijo el hombre- La verdad es que estoy un poco cansado de estar acá sentado. Si quieren, los acompaño a la salida. Puede que les sea útil. Es fácil perderse.
- ¡Sí!- dijo Lucía.
El hombre esperó la respuesta de Omar.
- ¿Está bien?- dijo.
- Sí, claro- dijo Omar- Vamos.
El hombre tomó la delantera y los guió por el laberinto de túneles poco iluminados. Omar hubiese pensado que la salida estaba mucho más cerca, pero el camino se bifurcaba y giraba y se extendía y parecía nunca terminar. Omar comenzaba a sentirse fatigado, le faltaba el aire, pero no desesperaba pues aquel hombre le inspiraba confianza, aquel hombre desclasado que sabía cómo orientarse quizás porque jamás había tenido un punto de referencia en toda su vida. Y mientras los guiaba, el hombre les contó una historia:
- Hace un tiempo conocí a un chico, Valentín se llamaba. Valentín, aburrido y desencantado, se había subido a un tren del pasado. En medio del viaje se quedó dormido y cuando despertó se encontró en una ciudad repleta de volcanes y casas de cristal. Recorrió la ciudad fascinado con sus calles y con su cielo que parecía arder. Tras una larga caminata, decidió dormir una siesta en uno de los parques junto a un volcán. Al despertar, notó que su voz era diferente. Pero no sólo su voz, también su lenguaje era otro. Valentín hablaba ahora el lenguaje de los astros. Entonces, emprendió el camino de vuelta, en bicicleta, cantando fuerte con su voz nueva. 
En ese momento, doblaron y se encontraron frente a una escalera en cuyo final se veía la luz del día. Mientras subían, el hombre le dijo a Lucía:
- Valentín tenía una voz como la tuya.
Entonces salieron a la superficie y, tras haber superado el encandilamiento, Omar preguntó:
- ¿A qué te referís?
Pero el hombre ya no estaba.
La ciudad se preparaba para el anochecer, los autos andaban muy juntos y sus luces iluminaban el polvo que se levantaba a su paso, el humo rodeaba los semáforos y nublaba los rojos, verdes y amarillos. El frío se tornaba invasivo, punzante y apuraba a la gente a llegar a sus casas. Omar, mientras intentaba orientarse, pensaba en la historia de Valentín, en Lucía, en ese otro lenguaje.


Omar observaba la tormenta tras la ventana. Algunas gotas se colaban por el techo y caían sobre la televisión, el estuche de la guitarra, los discos desparramados. El piso y las paredes vibraban por el viento. Recordaba los viajes que había hecho junto a Verónica: a Ostende, a Rosario, a Federación; aquellos tiempos en que se la pasaban buscando. Todo daba la sensación de estar muy cerca. Ahora, se daba cuenta, sólo quedaban la cama, el whisky y el espacio vacío de su departamento.
Verónica acababa de irse. Omar, al fin, había dejado de extrañar los días buenos. Ya no había nada que hacer y no había hecho falta que ninguno lo dijera.
Ahora Omar contemplaba la luna borrosa sobre los techos inundados, deseando que Verónica fuera feliz donde estuviese.


En Plaza Belgrano el viento llegaba como un oleaje, las ráfagas rompían contra los árboles cada tanto y los árboles se doblaban y convulsionaban. La gente que recorría los senderos dejaba de caminar cuando una ráfaga golpeaba, luego continuaban caminando lento, la mayoría en parejas, muy juntos y hablando poco. Las calles que rodeaban la plaza estaban casi desiertas, los pocos autos que pasaban lo hacían despacio, como si estuviesen vigilando el lugar. Plaza Belgrano parecía la plaza de un pueblo pequeño y alejado cuyos habitantes pasaran toda la semana trabajando sin descanso en la misma y única fábrica del lugar.
Lucía apoyó la cabeza sobre el hombro de Omar.
- Una burbuja negra encierra al mundo- dijo.
Omar, mientras miraba cómo las sombras proyectadas por los edificios cambiaban de forma sobre el pasto, comenzaba a desconfiar de su tranquilidad. Padecía el leve vértigo que se siente cuando todo va bien durante mucho tiempo y uno no está acostumbrado a ello. En efecto, había algunas cosas en qué pensar. Lucía estaba más aislada. Los momentos de conexión entre ellos eran cada vez menos frecuentes. Sin embargo, Lucía se había vuelto más proclive al afecto corporal. Siempre estaba abrazándolo o apoyando su cabeza en su hombro o en su falda. Cuando se encontraban, ella le saltaba al cuello rebosante de alegría. Eso hacía que Omar se sintiera seguro, aunque no podía evitar una tenue preocupación por la disminución de las conversaciones.
Lucía tomaba grandes bocanadas de aire y las exhalaba rápidamente, como si estuviese durmiendo. Pero no dormía. Su mirada seguía a unos pájaros que daban pequeños saltos sobre el camino de piedras y miraban en todos los sentidos como si esperasen ser atacados de un momento a otro.
- ¿Qué tan chiquitos nos veremos desde el cielo?- dijo.
- Algo así- dijo Omar.
Y mostró sus dedos índice y pulgar a una distancia cortísima.
- Tené cuidado de no aplastarnos- dijo Lucía.
Omar rió.
- Jamás lo haría- dijo.
Lucía permaneció callada mucho tiempo.
Entonces tosió violentamente y se inclinó sobre su cuerpo. Luego levantó la cabeza e intentó respirar pero no lo lograba. Mantenía su boca abierta y su mano sobre su pecho para contener los espasmos. Sus brazos y piernas temblaban, su piel desprendía un sudor frío y sus ojos se movían en todas direcciones. Omar se alarmó. No sabía cómo ayudarla. Al ver que el ataque no cesaba la tomó por la cintura y la ayudó a levantarse. Llevarla hasta el hospital sería mucho más rápido que esperar una ambulancia.
Omar la sujetaba fuerte, la oía gemir cuando lograba aspirar el poco aire que podía. Cuando se encontraron frente al edificio blanco, con sus paredes ennegrecidas por el smog y las palomas vigilando desde las cornisas, Lucía se resistió a seguir avanzando y habló afónicamente:
- No. Ahí no.
- Lucía, tenemos que ir al hospital- dijo Omar.
- No.
Lucía intentó liberarse de los brazos de Omar.
- Ahí de nuevo no- dijo.
Omar continuó sujetándola pero dejó de intentar arrastrarla hasta el edificio. No entendía por qué Lucía reaccionaba de esa forma. Si no quería entrar al hospital, Omar no sabía qué podía hacer para que se le pasara el ataque.
- Está bien- dijo.
Y la llevó de nuevo a la plaza.
La acostó sobre el pasto, creyendo que así podría respirar mejor. Lucía todavía temblaba, transpiraba frío y tenía los músculos del cuello completamente fruncidos. Omar sentía mucho miedo, estaba desesperado.
Entonces vio a un hombre acercarse a ellos montado en una bicicleta reluciente. A medida que avanzaba, las nubes se dispersaban y desaparecían en el cielo, abriendo paso a un sol protagónico que calentaba las manos de Omar y el cuerpo de Lucía. El hombre se bajó de su bicicleta, se acercó a Lucía y miró a Omar.
- Tranquilo- dijo.
El viento había cesado. La luz invadía todas las formas.
El hombre puso una mano en el pecho de Lucía y la otra en su cuello. Lucía comenzó a calmarse lentamente hasta que logró respirar con normalidad. Luego se durmió.
El hombre miró a Omar. Llevaba una barba larga y enmarañada. El pelo también era largo, de color castaño. El hombre daba la sensación de conocer todo lo que miraba y no parecía importunado por lo que acababa de pasar. Era como si lo hubiese estado esperando.
- Gracias- dijo Omar.
El hombre le puso una mano en el hombro y Omar sintió un calor penetrar hasta sus huesos.
- Ella te necesita- dijo el hombre- Lo que le acaba de suceder le volverá a suceder si no hacés nada.
- ¿Qué le pasaba?
-Temor. Temor a lo que la rodea. Sentimiento de encierro y auto-tormento. Puede llegar a lastimarse. Puede asfixiarse hasta morir.
Omar se sintió levemente mareado y con un sabor extraño en la boca.
- Hace un rato no quiso entrar al hospital- dijo.
- No. Tenés que ayudarla vos. Ella te necesita a vos. Tenés que transmitirle confianza. Ella quiere saber que la entendés. Quiere hablarte y que la entiendas. 
El hombre se levantó y miró a Omar una vez más.
- Hacé lo que sea necesario.
Y se subió a su bicicleta y pedaleó hasta perderse por una esquina.
Las nubes volvieron a cubrir el cielo.
Omar se acostó junto a Lucía, comenzó a acariciarle el pelo y lloró.


En los sábados que siguieron, Omar aprovechó cada momento de conexión para decirle a Lucía cuánto significaba para él. Pero Lucía no comprendía la magnitud de sus palabras. En cambio, se lo quedaba mirando con los ojos vidriosos y, tras un largo silencio, hacía algún comentario que parecía extraído de una conversación ajena. Había dejado de escribir las cartas de amor en los papeles en blanco que encontraba. Había dejado de llevar a Omar a lugares nuevos. Pero cada vez que él pasaba a buscarla, ella se le prendía del cuello con el mismo entusiasmo de siempre.
Lucía sufrió otros dos ataques frente a él, de los que logró salir por su cuenta, y Omar no tenía idea de cuántos más había sufrido en su ausencia. Así las cosas, sólo era cuestión de tiempo hasta que uno de esos ataques fuera mortal. Omar sentía la impotencia y la frustración como dos sentencias condenatorias dictadas por error.
Un miércoles, Omar tocó el timbre de la casa de Lucía. Esperó intentando adoptar la actitud justa para hacer lo que había ido a hacer, hasta que una mujer con profundas ojeras y el cabello recogido abrió. Su cuello era gordo y de una piel extremadamente blanca por la que se transparentaban venas y venillas de color azul y violeta. Por la ropa que llevaba puesta, no parecía salir mucho de su casa. Estaba parada como si no pudiese hacerlo durante mucho tiempo.
- ¿Qué quiere?- dijo.
- Hola- dijo Omar- Soy amigo de Lucía.
- Lucía no está.
La mujer levantó el mentón y miró a Omar con los ojos entrecerrados, como desafiándolo a que diga una palabra más. Omar continuó:
- Quería decirle que me estuve encontrando con su hija y que ella sufrió varios ataques en mi presencia. Ataques peligrosos. Se ahoga, tiembla, tose y transpira frío. ¿Los sufrió frente a usted? ¿Sabe de qué le hablo?
- No pierda su tiempo, no sea idiota. Esa chica es una mala semilla. Inventa esos ataques. Sólo quiere molestarlo. Es una farsante.
- Lo que yo vi fue muy real, señora. Lucía necesita ayuda.
- No me interesa. ¿Qué hay de mí? ¿Acaso yo no puedo vivir tranquila? Váyase.
- Puede morir…
- Ya le dije que no me importa.
Tras el portazo, Omar comenzó a sentir una intensa desaprensión por todo lo que lo rodeaba. Escapó corriendo de aquel barrio, atravesó la ciudad entera y llegó a las afueras, a un lugar que no recordaba haber visto nunca –aunque no era nada fácil de recordar-, donde las casas eran pocas y la mayoría de los caminos eran de tierra. Comenzó a oscurecer y vio cómo la basura apilada en las esquinas era hurgada por perros callejeros. No estaba dispuesto a asumir el papel del que añora la belleza perdida. No otra vez.
Caminando por la banquina de una ruta que se abría paso en medio de una llanura con escasa vegetación, vio haciendo dedo a aquel hombre que tocaba la guitarra en el mercado subterráneo. Las orejeras de su gorro de cazador se levantaban por el viento y llevaba una mochila raída al hombro. Omar se acercó corriendo, como si todo este tiempo lo hubiese estado buscando a él.
- Mi chica está enferma- dijo.
Luego le explicó la situación y le pidió que por favor le dijera cómo encontrar aquel tren del pasado. Necesitaba llegar a aquella ciudad de volcanes y aprender el lenguaje que Lucía hablaba. 
- Tenés que saber cómo llegar- dijo Omar.
- Sí. Lo sé- dijo el hombre.
Y se lo explicó.
Luego dijo:
- No permitas que se pierda lo poco que queda.
Entonces un coche fúnebre se detuvo a su lado. El hombre se despidió, se subió al coche y Omar contempló cómo se alejaba. Al otro día debía estar muy temprano en la estación de Tolosa para no perder el tren.


Abrió la puerta corrediza del vagón, atravesó el pasillo y se ubicó en su asiento. Observó el sitio donde solía reunirse con sus amigos a través de la ventana. Desde los techos caían gotas de lluvia de la noche anterior. Bajo uno de los viejos bancos había un balde oxidado y una pala de playa mordida por un perro, descolorida por el sol. Entre las baldosas, la maleza crecía y se adhería a las paredes mohosas. Junto a la puerta de la boletería había tres botellas vacías de leche de diferentes tamaños, una estaba rota. Las moscas dominaban el lugar.
El tren se puso en marcha. Con las primeras vibraciones, Omar cerró sus ojos y se durmió.

Linkoteca: Revista NaN # 8





[Sobre NaN]

NaN es la revista bimestral de Agencia NAN, proyecto periodístico que intenta tres inclusiones: la de artistas, colectivos culturales e instituciones a la difusión de sus actividades; la de públicos al conocimiento y aprehensión de informaciones alternativas; y la de periodistas a la práctica profesional. Todo en la búsqueda de modos alternativos de plasmar la producción artística y cultural contemporánea, independiente, autogestiva y comunitaria.

[En este número]

Washington Cucurto
Dios vigila Perú
Valentín y los volcanes
Alicia Herrero y el mercado del arte

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revistanan@agencianan.com.ar

Poesía: Javier Mascaro

Kayla Cole

[Las primeras veces]

Sí, claro que el mundo está lleno de primeras veces,
están por todos lados. Como las aventuras.
Porque cómo me dijiste en la otra poesía:
“Hay que estar despierto para que las aventuras sucedan”
O como dice Dolina “hay que salir a buscar camorra”
Si nos quedamos en el sillón es siempre lo mismo...
¿Cómo se llaman los de la casa de al lado?
¿y si vamos al almacén en pantufla a cuadros por primera vez?
¿O encaramos minitas en la cola del Rapipago?

Hay que irse a vivir a un pueblo con pocos faroles,
como hicieron los bichitos de luz.
Sino no tiene gracia.
Hay que exiliarse como ellos, del ruido, los autos y las luces.
Y hacer una casa con nuestras manos,
eligiendo cada piedra.
Esa si es una aventura.

Pero nos estamos quedando.
Siempre lo mismo;
Las personas vienen del shoping
y los bebés de las cesáreas.
Y lo de la bici, siempre es el gomín.
Seamos originales.

Porque las primeras veces están por todos lados
mirando picaronas para que las encontremos.
Las primeras veces son así.
Las segundas,
no tanto.

*Del libro: Bailable

[Todavía]

Hay un gran número de personas
que emigra hacia el cemento.
Por suerte
todavía hay muchas casas
donde se abre la puerta hacia el exterior
y hay tierra hasta la casa de enfrente.


[Sobre el autor]

Javier Mascaro, es escritor INDEPENDIENTE. Escribe poesía social-amoroso-simpaticona con aires de prosa, cositas colgando y ciertos adornos; de sentencias y olores del barrio y del amor. De perros paseando, gambetas inmaculadas, caminatas, tíos copeteados, piquitos, y niños corriendo. Una especie de poesía Juvenil, sin palabras ni oraciones difíciles. Con un poco de humor, orégano y cúrcuma.

Después edita, imprime, encuaderna, distribuye y vende él mismo sus libros, con amor y también con la colaboración de amigos hermanos, viajeros y caminantes copados de la misma movida: la AUTOGESTIÓN.

[Contacto]