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Linkoteca: Transatlántica, última poesía española y nicaragüense




[Del prólogo de Maynor Xavier Cruz]

Escritores de aquí y de allá. De allá y de aquí. Distintas formas de ver el mundo, o de crear mundos alternos a éste, que no sabe que también nosotros lo inventamos cada día y damos sentido a esta pelota flotante desde el mismo día que abrimos los ojos y empezamos a ver las formas, descubriendo que eran algo extraordinario, atractivo y hasta terrible, pues todo carecía de sentido y significado mismo.
La mayoría de los autores aquí presentados son jóvenes menores de los treinta años, a excepción de Rafael Mitre y Jasmina Caballero, quienes son mayores, y que la mayoría de nosotros alguna vez leímos, porque tienen buena trayectoria en este oficio de las letras y ya su nombre es referencia en las ciudades que nacieron y por las formas tan bien trabajadas de escribir. Su poesía es fresca, para ser leída en todos los tiempos, ya sea en la fecha que lo crearon o dentro de cincuenta años. Todos estos poemas son la carta de presentación ante ustedes, y la de ustedes ante nosotros.
De lo que sí estoy seguro es que somos gotas del mismo océano, y en escribir somos tan distintos y tan iguales al saber que la única forma de comunicarnos con el resto es con aquello que creamos. Esos Frankenstein-poemas a quienes les decimos: “¡Vive! ¡Vive!”
Esperamos que los lazos de amistad sean más grandes, y algún día no muy lejano encontrarnos, vernos a los ojos y decir: “Es un placer conocerlo, he leído algunas de sus obras”. Todo puede suceder. Y para mientras, por favor, sigamos pariendo más poemas, que los caníbales lectores están con ganas de devorarlos. Y esta batalla no termina hasta que uno de los dos resulte vencedor. O el otro muera. Por ahora somos muchos en ambos bandos, y seguiremos creciendo…

[Sobre la publicación]

"Transatlántica", una muestra de poesía actual española y nicaragüense, coordinada por Adriana Bañares y Maynor Xavier Cruz. La plaquette está ilustrada con tintas de Valle Camacho Matute. Autores: Francis Massiel Martínez, Maynor Xavier Cruz, José López Vázquez, Manuel Membreño, Ricardo Ríos García, Rafael Mitre, Rafael Zeledón y Jasmina Caballero (Nicaragua) Eva R. Picazo, Martín Bezanilla Cobo, Isabel Tejada, Layla Martinez, Cristian Piné, Ana Cuaresma Nalda y Sara R. Gallardo (España)

Poesía: Nina Catalano

Pomegranate Pattern Art Print

by Georgiana Paraschiv


Uruguay

En Uruguay me di cuenta de dos cosas:
me fascinan el río y los balcones.
El mundo podría reducirse a eso
el río de la plata arrasa con todo,
deja sólo algunos pedazos de tierra
y  los arquitectos construyen balcones,
dos o tres pisos
y nosotros nos sentamos a mirar.
El cielo en Uruguay es rosa y naranja.
Las personas casi no caminan,
más bien se deslizan por las veredas
con ropas livianas en tonos claros
y felices.
Para mí es como un paraíso.
La música siempre es hermosa
y todavía hay verano en Marzo.
Me deprime volver
y entrar en mi PH
planta baja y al fondo
sin  río ni balcón
apenas con un patio sin sol
y el mar como consuelo.

Piriápolis

la ciudad de los jubilados
y de una ínfima parte con arena antes del mar
un lugar que no íbamos a conocer
porque el itinerario nos llevaba a otro lado.
Me dormí muchas siestas ahí
en un hotel vacío y lindo
de colchones finitos como las calles
y también me desperté varias veces
escuchando conversaciones ajenas
de novios y de mucamas
que podría haber participado
sino fuera porque tuve tanto sueño

mientras estuve ahí.

[Sobre la autora]

NinaMaría Agustina Catalano, 1990. Estudiante de Letras y poeta malplatense, trabaja en la Universidad de esa ciudad y escribe poesía en su blog

Micro-excursiones: Músculo!

[Micro-excursiones]es un cuestionario que va en busca de músicos y compositores, con el fin de conocer sus ficciones personales. Es una adaptación, algo transgredida, del cuestionario Proust. Las preguntas son simples e impersonales, pero a la vez pretenden ser un disparador. Es el primer cuestionario en donde las preguntas no importan. El mérito y la inventiva corre por cuenta de los músicos.

[Mini-Bio o Auto-semblanza]

Selección natural cover artMúsculo! debutan a principios de 2012, En febrero de ese mismo año presentan una maqueta con sus 3 primeros temas al concurso Proyecto Demo quedando semifinalistas. Desde entonces han estado presentando su directo en diversos escenarios, fueron el grupo invitado en la gira gallega de Schwarz en 2013.
Ahora publican su primer trabajo, Selección Natural, cuatro temas cargados de fuerza y rabia que no dejan indiferente allá por donde pasan.

1. ¿Qué condiciones se tienen que dar para que empiecen a componer?
Ninguna en especial. A partir de una idea, que puede ser de tan sólo un par de segundos, cada uno suelta su creatividad.

2. ¿Cuál es su héroe o antihéroe de ficción favorito?
Walter White, héroe y antihéroe en la misma serie

3. ¿Qué talento desearían tener?
La puntualidad no estaría mal.

4. ¿Cuál es su posesión más atesorada?
Todo nuestro equipo (instrumentos y aparatos) con el que hacemos y deshacemos nuestras canciones.

5. ¿Cuál es para ustedes la manifestación más clara de la miseria?
Sin  lugar a dudas, la política actual

6. ¿Cuál es la cualidad que aprecian más en los seres humanos?
Amistad, lealtad, sinceridad.

7. ¿Cuál es habitualmente su estado mental?
Una lucha constante entre la realidad y la huida a otro mundos
  
8. ¿Cuál es su idea de felicidad?
Poder vivir de la música de una manera digna y honesta

9. ¿Cuál es su mayor miedo?
El final, la caída

10. ¿Cuándo y dónde fueron más feliz?
En cualquier concierto en el que el público esté disfrutando. Realmente son momentos muy felices.

11. ¿Qué canción que hayan escuchado últimamente te hubiera gustado componerla ustedes?
Cualquiera de Tame Impala

12. ¿Qué canción que hayan incluido en un disco o interpretado en vivo no volverían a tocar? ¿Por qué?
Una canción llamada “autoestima”.  Fue una de las primeras canciones que compusimos. Lo hicimos a prisa para poder tocarla en nuestro primer concierto. No quedamos muy satisfechos con el resultado.

13. ¿Cuál es el peor disco de la última década?
Quizás no sea el peor pero todos estamos de acuerdo en que no nos gusta el  “Merriweather Post Pavilion “ de Animal Collective

14. ¿Qué libro los hace sonreír?
Neuromancer de William Gibson

15. Si sufrimos un ataque de Godzilla y tienen la oportunidad de salvar de sus garras a una banda o músico, ¿a quién salvarían?
A  John Williams

16. Si después de muertos vuelven convertidos en zombies ¿a quién morderían primero?
Iríamos a la Moncloa (sede de la presidencia del gobierno de España) y morderíamos a todos. No cambiaría su forma de actuar antes o después de la mordida.

17. En tu último disco ¿encontraste la forma justa de expresar lo que querías?
No, es imposible plasmar exactamente lo que sientes, pero cada vez nos vamos acercando más.

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Tótem y Tabú

Mi Amigo Invencible atenta contra la solemnidad del mal etiquedado “indie”. La Nostalgia Soundsystem, álbum conceptual que retrata una catarsis melancólica y su reparación en un nuevo equilibrio espiritual.

Por Joel Vargas

La Nostalgia Soundsystem (2013) cover art


I

La Nostalgia Soundsystem es el oxigeno que pedían nuestros pulmones, la leña para prender nuestras fogatas, el agua para saciar nuestra sed, el disco que necesitábamos. Una ópera rock. Comprendemos su desarrollo, su coherencia, las interrelaciones que hay entre las canciones cuando la pensamos como un todo. La obra crece cada vez más, y la extendemos con mayor amplitud y claridad, hasta casi completarla en la mente. Una obra, un disco, un concepto: la nostalgia.

II

El arte de tapa, ilustrada por Federico Calandria, remite a un mundo dominado por los animales, el que soñó el ejército de los 12 monos. Madre natura: ama y señora.  Los recuerdos del buen salvaje, del hombre, están en los restos de los edificios, autos y calles. Ecos de una civilización perdida.

III

En este álbum no encontramos noise emulo de Sonic Youth ni guitarras deudoras de Pavement o arreglos calcados de los Strokes. Mi Amigo Invencible es la superación del mal etiquetado “indie”, un atentado a lo establecido. O como cantan ellos en “Descanso sobre ruinas”: “ya estamos acá, es nuestro el lugar/bailemos al viento/me aburre lo definitivo/está solemnidad no da para más.” La apuesta de los mendocinos es arriesgarse, jugar con los géneros, expropiar diferentes texturas hasta explotarlas, estirar las melodías como chicle, armar un cúmulo de voces precisas y revisitar la psicodelia.

IV

Los animales, sus sonidos, se van mezclando con la música. Funcionan como un hilo conductor. Son tótems, guías espirituales. El pájaro, símbolo de la expansión, es el que marca la evolución del concepto del LP, una catarsis melancólica y su posterior reparación en  un nuevo equilibrio. Empieza con el reconocimiento de la pérdida del camino (“Alas baten en el cielo”), continua con la transformación en un ser alado para tratar de llegar bien alto (“Los Pajaros”), sigue con una lucha encarnizada contra todos los males de este mundo (“Todo Gira”, “Más Desorden”, “Me cuide tanto”) hasta llegar a la mimesis completa (“Planear Alto”) para poder renacer (“Saltó del nido”) siempre al lado del fuego.


Linkoteca: Lino Divas Mag #2



[Sobre el autor]

Lino Divas (1981) vive y trabaja en Buenos Aires. Exhibe sus trabajos tanto individual como colectivamente en museos; galerías de arte contemporáneo,  espacios independientes de Argentina, Chile, México, España y EEUU y en numerosos medios virtuales.  Convencido de  las potencialidades del trabajo colaborativo en red, participa e interactúa con numerosos proyectos autónomos de artes visuales.

Desde el 2005 forma parte de la prestigiosa F.D.A.C.M.A. (Fundación para la difusión del Arte Contemporáneo en el Mercosur y Alrededores), la cual desarrolla numerosos proyectos en pos de la circulación, visibilización y legitimación de bienes simbólicos en el cono sur.

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La tradición rebelde: Big Bang, de Enrique Decarli

por Cristian Franco

Hay libros que en ciertos momentos me generan una mezcla de asombro y vértigo y angustia y miedo. Es una sensación que punza apenas un segundo, pero deja residuos porfiados. Algo parecido a lo que sentiríamos si de repente despertáramos y estuviéramos, sin tener la más mínima idea de cómo llegamos hasta ahí, justo en el punto más alto de una montaña rusa. Algo así, pero muy microscópico. A veces no me deja seguir leyendo: tengo que abandonar la página, mirar un rato por la ventanilla del colectivo, pensar en cualquier cosa hasta animarme al próximo párrafo. No tengo una explicación. Simplemente sucede. A eso le dicen “experiencia intransferible”.

En apenas 103 páginas, Big Bang, de Enrique Decarli, me suministró varias dosis de esos momentos. Sus cuentos son pequeños y precisos: minúsculas bombas quirúrgicas. Pasar de un cuento a otro es como transcurrir entre dimensiones paralelas, regidas cada una por sus propias leyes pero todas firmemente ligadas por el hilo inquietante de la ficción. Hay blasfemias socarronas (“Aranjuez”), hay parábolas kafkianas (“A través de un vidrio esfumado”, “Apuntes sobre el Mercado”), hay confesiones agrias y escépticas (“Dana”).

Después de leer Big Bang, sería muy fácil encasillar, etiquetar, sentenciar a Decarli: cultiva el género “cuento fantástico”. Aunque no creo que a él le moleste demasiado ese reduccionismo arbitrario (que lo integren a uno al clan de Borges y Cortázar no puede ser un deshonor para nadie), cuentos como “Descarrilar” (mínima, cruel, exacta historia de amor y desilusión), o “Dana”, son claros ejemplos de que su oficio no es meramente medrar en un género, sino construir narraciones donde la incertidumbre es ama y señora.

Si en aquel frecuentado apólogo o alegoría o chiste de Chuang Tzu y la mariposa el problema era quién es el soñador y quién el soñado, en los tres cuentos centrales de Big Bang (“FundaciónArte”, “Fiebre” y “Big Bang”) el problema es hasta dónde llega el sueño, cuáles son los límites de ese territorio impreciso. Porque Decarli tiene una extraña y envidiable habilidad: sabe escribir sueños; es decir, sabe crear ficciones que tienen la misma estructura caprichosa, fascinante y despiadada de los sueños (más todavía: es delicioso cómo en “Fiebre” engarza con maestría un sueño dentro de otro sueño). Ojo, no es que se afane en la ínfima tarea de “contarnos un sueño” (o peor —dios nos libre— “sus sueños”), sino que utiliza la forma perturbadora de los sueños para que sus cuentos sean más eficaces y más terribles y más reales.

Casi todos narrados en primera persona, hay también en todos un trasfondo que huele a estupor, a desilusión, a ironía y extrañeza frente a eso que llamamos realidad. Sin embargo, cada historia es única y está contada con una voz que es diferente cada vez (una voz que narra es ante todo una forma particular del miedo, del deseo, de la perplejidad). Por eso, porque son tan reales, tan convincentes esas voces que cuentan, es que el punto final de cada una de sus historias (ese insignificante signito tipográfico) es más bien el borde de un precipicio irresistible. Ignoramos qué hay en el fondo —ignoramos si hay un fondo— pero intuimos que ese punto final es una invitación al salto.


Cuenta la leyenda que antes de que ese implacable fuego hecho de neoliberalismo, posmodernidad y redes sociales prácticamente los extinguiera de la faz de la literatura, existía un extraño animal llamado “escritor”. Big Bang es la evidencia (como una huella pérdida en un bosque incendiado) de que todavía hay algunos ejemplares de ese animal mitológico dando vueltas por ahí. Es estos tiempos en que prolifera un vanguardismo apresurado, enclenque y pueril, da placer encontrarse con libros que vuelven a demostrar que hay una hermosa tradición que resiste: el cuento bien escrito.

Poesía: Raúl Alonso Serodino

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by FAMOUS WHEN DEAD

“Nuestro padre ha muerto “.
La voz sombría que incrusta
el dolor y lo hace cierto
resuena en mi memoria.  Y, justa,

la mañana se hace noche
para siempre.  Mi infancia será lejos,
mis horas pasarán en un derroche
de deseo de vino y de consejo.

Esta sentencia del destino
estará sumergida en tus amadas
páginas de la historia.  La abreviada
noche atestigua tu partida.
Las calles del Dock, la sudestada,
tu anarquía infantil, tu despedida.


[Sobre el autor]

Nací en Mar del Plata, en 1963.  La administración me permitió comer y la literatura me permitió vivir. Desde siempre he escrito, fundamentalmente cuentos y poesía.   Creo que antes de finalizar el año tendré terminada mi primera novela.   También tengo algunas canciones ya que ejecuto piano y guitarra. Luego de vivir algún tiempo en Madrid, regresé con la intención de, por fin, poder publicar.

[Contacto]
Mail: raulralonso@gmail.com
Twitter: @raulralonso
Facebook: www.facebook.com/raul.r.alonso

El amor y el espanto

Warnes, una obra del colectivo teatral El Arenal, conmueve mostrándonos con inteligencia, humor y desenfado los secretos turbios que se esconden detrás de la amistad de tres mecánicos de barrio. 

Por Cristian Franco


Biela carter pistón cigüeñal carburador: palabras que para la mayoría de los simples mortales son lejanos y brumosos jeroglíficos de un culto secreto. Los pequeños templos donde ese vocabulario cobra sentido están ahí, en cualquier barrio, cerquita, herméticos. Ignoramos sus dioses y sus mandamientos, desconocemos la cadencia de sus plegarias, las minucias de su liturgia grasienta. El taller mecánico es quizás uno de los pocos lugares que van quedando donde los profanos tendríamos que tener el cuidado de persignarnos antes de entrar. Y de rodillas.

Para asistir a Warnes hay que atravesar primero esa tierra sagrada; pisamos el templo, nos cruzamos con los oficiantes concentrados en su trabajo. El taller —herramientas, grasa, estanterías, repuestos, mate, mugre— es la escena mínima donde todo va a ocurrir. Para el Vasco, el Loro y el Bocha el taller es su único refugio. Afuera están las frustraciones, las pequeñas mentiras, los enemigos íntimos. Adentro son ellos los que mandan. Adentro está la amistad macha y juguetona, el disfrute radiante del trabajo en común, la tibia seguridad del nido donde todo está bajo su control. 

Al principio nos quieren hacer creer que nos vamos a encontrar con una acción meramente realista o costumbrista. Por suerte hay pequeñas fisuras que van a hacer que la escena mute y estalle en espejismos, delirios, simulacros. En Warnes (en la vida) nada es lo que parece. De a poco nos vamos a ir dando cuenta de que no hay palabra inocente, no hay gesto que no tenga su reverso pegajoso y tóxico. En el interior de ese reducto —típico ecosistema de una especie en irreversible extinción: el "macho argentino"— duermen secretos donde se entreveran con turbiedad la carne y el metal, el deseo y la máquina. Si de algo se trata Warnes es de cómo esa áspera simbiosis puede empezar a hervir hasta que los secretos despiertan y muestran sus dientes.

Escribió Sartre: El hombre es eso que hace con lo que hicieron de él. ¿Y cuando lo que nos hicieron vuelve y se hace presente, se hace llaga de nuevo? Capaz que no podemos sostener eso que pudimos hacer con lo que hicieron de nosotros. Capaz que descubrimos que solo somos eso que nos hicieron y no lo que torpemente pudimos hacer. Entonces algo se quiebra, algo se desarma. En esa hermandad carnal de los tres mecánicos, eso que los une también los envenena.

Sabemos que cuando el pasado se hace presente siempre tiene algo de repugnante. En Warnes el pasado que vuelve tiene nombre: Clausen. Cuando él llegue va a empezar la fiesta. Van a aparecer las máscaras (enmascararse es la única manera de purificarse y mostrar un rostro verdadero). Clausen, que es el pasado y es la muerte y es lo inmundo y la nostalgia y la adolescencia y el amor, llega para despedirse. El Bocha, el Vasco y el Loro tienen preparada para él —su profe, su compinche, su guía y mentor— la máquina que lo va a ayudar a cumplir un último deseo. Con cariño, pieza por pieza, la armaron para entregarla como una tierna y recia ofrenda ritual. Pero cuando la fiesta llegue a su clímax y las máscaras y el alcohol hayan hecho su trabajo, todas las caretas van a caer y lo tierno y lo aborrecible van a ser una y la misma cosa.

Hay mucho más para decir de una obra que hace uso de recursos múltiples —los elementos del taller se transforman para acoplarse a la acción dramática, la música aparece cortando y reemplazando el fluir de la trama— para arrastrarnos a un carnaval donde el humor y el drama unidos con pericia nos tejen nudos en la garganta. Por momentos realista y contenida, por momentos, onírica y desaforada, Warnes corre el riesgo de poner en escena un tema difícil y tabú de una manera que busca salirse de los códigos tradicionales para así perturbar mejor nuestras conciencias.

En definitiva, si la historia del Bocha, el Loro y el Vasco nos interpela y nos conmueve, es porque todos no deseamos en realidad más que una sola cosa, sencilla y ardua: que nos traten suavemente…

[Funciones]

Martes y Jueves 20:30 hs.
Club Cultural Matienzo - Pringles 1249, CABA.
Entradas: general $50 / estudiantes y jubilados $35
Reservas: teatro@ccmatienzo.com.ar 

Linkoteca: El globo

    

[Sobre la revista]

El Globo fue el teatro de Shakespeare, y también un vehículo de espionaje durante la Guerra del Paraguay. El Globo es ese receptáculo colorido, elástico, volátil, susceptible de pincharse, escaparse o tomar forma de flor. Esta revista no se trata de nada de eso. 

El Globo es la revista de la literatura invisible. Literatura que existe en los lugares más cotidianos, en cuadernos, márgenes, servilletas, pero que raramente ve la luz. El Globo se propone atraparla en todas sus formas, géneros y orígenes, y visibilizar, entre tapa y contratapa, algo invaluable que permanecía oculto: literatura que pincha y que corta. 

[Contacto]

Cuerpos en la lluvia

Luego de un prometedor EP y varias presentaciones en vivo, por fin llega Antes del desmayo, el disco debut de Barco, producido por Javier Szyfer, integrante de Ministerio de Energía, banda con la que comparten más de una hermandad sonora. 

Por Nahuel Ugazio

ANTES DEL DESMAYO cover artDesde el primer segundo de escucha, la intención musical queda bien en claro: los siete temas que componen Antes del desmayo navegan por los mares de un pop maduro, con toques funk, baterías electrónicas y un colchón sonoro digno de los 80s. No sería raro que nos recuerde al primer Soda, tanto como al Virus de Superficies de placer (1987), o al Charly de Clics Modernos (1983).

A pesar de que los sintetizadores son la premisa del sonido, Barco no le resta importancia a la guitarra, siempre presente para marcar el ritmo y darle el toque funk, y por momentos, aportar un grado de oscuridad.

La voz de Alejandro Álvarez es un intrumento más que con una tonalidad suave, casi susurrante encaja perfectamente en ese rompecabezas sonoro. Canciones con el tempo justo y moderado, sin sobreproducción ni adulaciones.

Cuerpo, agua, y baile son temas recurrentes en la lírica. En la que también juegan con escenarios surrealistas y aires de melancolía. Esta idea queda bien en claro en las primeras líneas de “Sobre la superficie” track que abre el disco: “Hay un diluvio encima de tu cuerpo, descubres en tus ojos ventanas para el sol.”

El cuerpo y la lluvia siguen presentes en “El no lugar”, (“para mi tu cuerpo nunca está de más”) y Orbita (“Dónde vas? La lluvia está cayendo rosa”). “Antes del desmayo”, el tema que le da nombre a la placa, se presenta como lo mejor de la obra. Tanto lirica como musicalmente, es su canción más completa. En ella cantan: “No creo en la casualidad” y es verdad, nada es casual en este disco. Los chicos de Barco saben bien lo que hacen, y lo encaran con soltura y comodidad. 

Ojos ciegos bien abiertos

Moviéndose en dos paradigmas bien distintos como lo pueden ser el hostigamiento a una mucama y el asesinato a Mariano Ferreyra, Parpadeá, si me escuchás denuncia las irregularidades del mundo laboral y remarca la importancia de la organización entre los trabajadores.

Por Nicolás Gallardo

Esperando a que el reloj marcara las 17 hs. el domingo en el teatro Paraje Artesón, el análisis del público que estaba por ver la nueva obra del grupo Morena Cantero Jrs. resultaba ineludible: remeras anunciando que el militante asesinado del Partido Obrero (PO), Mariano Ferreyra, sigue presente o prendedores con su ya inconfundible grafitti eran parte del atuendo de más de la mitad de las personas que esperábamos para ver Parpadeá, si me escuchás. Todos los allí presentes sabíamos que estábamos a punto de rememorar gran parte de los sucesos ocurridos aquel 20 de octubre en la estación Avellaneda del Ferrocarril ex línea Roca, pero lo que más intrigaba era saber cómo iban a terminar siendo abordados.

Una vez en la sala nos encontramos con una escenografía inesperada. Resulta complicado dilucidar si estamos en el lugar correcto al ver una bola de cristal que arroja haces de luz de diferentes colores, por ejemplo; o cuando la primera actriz aparece en escena vestida como pitonisa, más dispuesta quizás a tirarnos las cartas que a contarnos lo que vinimos a presenciar. De todas maneras, al oír el tema principal de la película El Padrino, nos damos cuenta de que no nos equivocamos de teatro y escucharemos la historia de una mafia. La temática ferroviaria comenzará a emerger cuando distintos espíritus hablen a través de Aschira, la mencionada mujer, y quienes tienen contacto con ella. 

El elenco se luce con su polivalencia actoral, dado que no siempre serán poseídos por las mismas fuerzas. La mucama de Aschira, María Luisa, será simultáneamente tanto la madre de Mariano como también una compañera del PO; lo que ya se suma a su papel de ama de llaves. Gracias a estas intervenciones escucharemos testimonios que ayudan a conocer la persona que fue Mariano en su infancia y adolescencia. Un joven afiliado a la temprana edad de los 13 años que, aunque tuvo novias y amigos que no apoyaban su militancia porque “no parecía aportar ningún beneficio aparente”, siempre sostuvo hasta el último aliento la cosmovisión del mundo que adquirió por pertenecer a un partido laborista y la necesidad de sobrevivir para seguir luchando que inculcaba a sus compañeros.

Si bien en una primera instancia el panorama puede llevarnos a pensar que los dueños de esta casa no son los destinatarios originales del mensaje, nos percatamos de lo oportuno que resulta cuando conocemos a Atilio (esposo de Aschira), quien tiene contratadas tanto a la mucama como a una cadeta, y las trata con autoritarismo y desprecio. Desde ese momento no resultará complicado para el espectador descifrar quién de ellos representará, en la próxima transmigración de almas, al grupo de militantes/tercerizados y  quién a los dirigentes de la Unión Ferroviaria.

Sin embargo los espíritus interpretados por Ariel Aguirre y Pablo Blanco –entre otros- harán hasta lo imposible para que los residentes del hogar no puedan hacer oídos sordos. Disfrazados de personajes épicos como Teseo o el Minotauro, pareciera que la metáfora consiste en desplazar el hilo guía de Ariadna por ese intrincado laberinto que puede llegar a ser la precarización laboral.

La obra dirigida por Luciana Morcillo e Iván Moschner busca, tomando la figura paradigmática de Mariano Ferreyra, echar luz sobre las injusticias que sufren cotidianamente todo tipo de trabajadores y moviliza a agruparse para luchar contra ellas. Con actuaciones y registros sonoros que recrean el asesinato en forma conmovedora, Parpadeá, si me escuchás da cuenta de que crímenes como éste no deben quedar impunes y que sólo será posible conseguir justicia si tenemos los ojos bien abiertos.

[Funciones]
Parpadeá, si me escuchás se presenta los domingos a las 17 hs. en el teatro Paraje Artesón (Palestina 919) con entradas generales a $50.

Narrativa: Zamba

por María Florencia Giménez

PLAY! Art Print
by Silvia Bolognesi
Me acuerdo de algunos viernes, en verano, cuando la tierra estaba húmeda. Subía a la máquina, en la parte de atrás. Papá la ponía en marcha y los pajaritos se empezaban a amontonar tras su paso, tratando de agarrar todas las lombrices que la rastra iba removiendo. Creo que desde ese lugar preferencial aprendí que hay pájaros de todos los colores: azules, verdes, marrones, negros, rojizos. 
A veces me distraía un poco, y la abuela decía que eso era peligroso. Ella me pedía que me agarrara fuerte. Yo lo hacía cada vez que me acordaba. Otras veces, me dedicaba a contar cuántas lombrices pegaban saltos y eran cazadas. Pero me terminaba encorvando algo más de lo que debía. Menos mal que desde ahí se veía la casa. La abuela me miraba, abriendo la boca muy grande, para silabear a-ga-rra-te mientras amontonaba parte de la cortina con el puño de la mano. Papá no se daba cuenta de lo que pasaba, él iba adelante, yendo y viniendo en zig zag, mirando los cerros. Siempre nos movíamos más lento cuando estábamos de frente al Aconquija. En cambio, cuando teníamos que girar hacia la ruta, ahí lo hacíamos rápido. Entonces tenía que sujetarme bien fuerte, se me acalambraban un poco las palmas de las manos y algún que otro mosquito tenía la suerte de picarme e irse volando despacito. 
Las últimas veces ya había aprendido a ponerme algo de tierra seca en los brazos, porque a los mosquitos no les gustaba posarse sobre mi piel cuando estaba con polvillo. Zequi fue el que me enseñó esa trampa, porque cuando él se cansaba de ladrarles se iba a rechinar al charco de barro. Volvía después muy contento, corriendo y ya no lo molestaban más. Se ponía también a cazar las lombrices, yo lo dejaba un ratito, después ¡Shú shú, juera! Porque me espantaba los pájaros y así no tenía gracia. 
Me quedaba ahí toda la mañana. Hasta que la abuela salía a la puerta con la cuchara de madera y la hacía sonar contra la regadera. Ése era el llamado a almorzar. Zequi siempre estaba sentado de antemano al lado de ella, esperando que hiciera el ruido, para también acompañarlo con ladridos. A mí me gustaba, una vez que la veía de espaldas, saltar desde la chapa y hundir los pies en la tierra. Después corría rápido porque papá me retaba y no quería que me gritara muy de cerca. 
Mamá llegaba cuando ya todos estábamos sentados a la mesa. Estiraba el delantal de maestra y lo dejaba colgando en la ventana de la habitación. Me encantaba cuando la abuela hacía humita, yo le pedía que le pusiera un poquito de azúcar a la mía. 
Después de comer todos se iban a dormir a la siesta, Zequi también. Yo me quedaba despierta y aprovechaba para irme en bici campo adentro. Allí me disponía a bailar. O al menos intentar bailar zambas como hacía mamá. No me animaba a robarle el pañuelo y usaba en su lugar una hoja ancha de ficus. Me reía sola porque no me salían bien los movimientos, todavía los sentía extraños a mi cuerpo. De a poco iba dejando que la brisa me hiciera dar vueltas hasta caer en el pasto. Hasta un ratito antes de que se hicieran las tres. Entonces ya tenía que volver rápido para acostarme. Así, en casa todos pensarían que yo también había dormido la siesta. 

Venían a despertarme cuando eran casi las cuatro, para merendar. La abuela hacía tortillas y compraba la leche recién ordeñada. Mamá después me tomaba lección y me enseñaba cosas nuevas. 
La noche era fresca, a veces teníamos visitas en casa. Traían empanadas, tomaban vino y  tocaban alguna zambita. Mi tío tocaba la guitarra, papá el bombo y mamá cantaba, con la voz dulce, eres la tempranera, niña primera, amanecida flor, suave rosa galana. De a poco empezaba a sonreírme, con las mejillas rellenitas de orgullo, la más bonita tucumana. 
Papá, que no solía cantar, empezó Al bailar esta zamba fue así la invitó a bailar con su pañuelo a mamá, que rendido te amé. Los miraba, la veía a ella y me daba cuenta de que yo no podía todavía hacerlo así. Me faltaba mi compañero. Mía ya te sabía, cuando por fin te coroné. Sonreían entre ellos y después me espiaban. 
Más tarde mamá me llevaba de la mano hasta la cama. Mirábamos por la ventana, a ver si a través de las copas de los nogales se veía la luna. Lunita, lunera, la saludábamos. Y después me regalaba un beso en la frente y me decía que esa música la iba a llevar siempre en mi voz, porque éramos nosotras. Me sonreía suave y corría la cortina que hacía las veces de puerta, apagando así la luz de mi cuarto. De a poco escuchaba cómo las voces, la música y el crujir de los vasos se hacían más tenues, me iban arrullando.
Siempre recordaba esos días cuando salía de viaje, lejos también de la ciudad. Me había ido del campo, buscando más oportunidades. Pero cada vez que subía a la ruta, ya estaba de vuelta en el amarillo, el verde y el marrón, los colores de mi tierra. Esta vez íbamos camino del sur, en un viaje de largas horas. Yo me iba con el  té de manzanilla a la parte de atrás de la camioneta y me quedaba con la cabeza apoyada en la ventana. Un día de éstos, cuando termine la gira, voy a ir a visitar a mamá al campo. 
La noche iba avanzando, la sentía en el frío de la ventana y un poco en los pies. Me levanté a buscar una de las camperas para abrigarme. Estaban todos guitarreando adelante, no se daban cuenta de mi silencio. Quizás por estar tan acostumbrados a escucharme cantar. La vocecita dulce como la de la mamá decía el tío José. Sonreía al pensar en esas noches con la luna más grande de nuestro país. Fui rápido por la campera de Mauricio y volví a mi asiento. Él estaba tocando el acordeón, no le iba a dar frío. Y si le agarraba, que viniera a buscarme a mí.
Desperté cuando ya era la segunda mañana, Mauricio no estaba a mi lado y se escuchaban  voces que venían de adelante. Me estiré la ropa, el pelo negro recogido. Y caminé por el pasillo despacio, bostezando al llegar hasta ellos. Me miraron todos, menos él que estaba cebando los mates con cuidado. Ahí ta la chinita. Siéntese, mija. Me decía el tío José. Mauricio levantó la mirada, en silencio y le pedí que me pasara la guitarra. Le canté Como un pájaro libre, de libre vuelo, como un pájaro libre, así te quiero. Él siguió quieto, callado, dudando. Yo trataba de despertarle los ojos con mi voz, los míos ya no querían acobardarse más. Dejé de cantar, me puse a tararear, hasta que por fin se levantó diciendo: ¿Tamo bien con el tiempo, qué no, José? Vamo a parar esta noche en un restorán bien bonito. Todos aprobamos la propuesta. Después, el tío José y mis primos me miraron, cómplices con su silencio, se había dejado entrever su vergüenza. Hice sonar más fuerte la guitarra, ¡Esa, una chacarera doble, mija!  
La gira la habíamos empezado algunas cuántas semanas atrás, y nos quedaban todavía unos meses más. Habíamos por fin tenido suerte con un disco hecho a pulmón con el tío y mis primos. De boca en boca y de radio en radio, de a poquito nos fuimos haciendo un lugar en las peñas y de ahí, a los teatros municipales. Decía el tío José que la mamá había sido bien bruja por haberme hecho cantar desde chiquita. Andábamos descubriendo nuevas ciudades, en el centro, oeste y sur. 
El norte lo íbamos cargando nosotros. Y el este lo trajo a Mauricio. Lo conocí en una peña en Paraná, pero él era de Paso de los libres. Tocaba el acordeón, chamamé desparramaba por todo el litoral. Sapucay y lo quise para mí. Nos dijo que una gira entera nos podría acompañar, después se tendría que volver. Necesitaba su tierra, se sentía libre, pero quería estar allí. 
El tío José me contó después que Mauricio le tenía miedo, o más bien algo de recelo, a confiar en el amor de una mujer. Quizás por la triste historia de la que había sido testigo con su padre, o por el engaño del que él había sido víctima algunos años atrás. Desde entonces había empezado a tocar chamamé orillero, esa mezcla rara entre chamamé y tango. La música lo obsesionó, y así se fue perfeccionando, hasta empezar a recibir invitaciones de casi todas las peñas en el litoral. Fue eligiendo a cuales ir a tocar, desoyendo consejos, porque no quería dejarse llevar por nada. Solo él era el dueño de su destino. Yo no conocía aún ese silencio.
Eligieron un restorán de la ruta, con las cortinas a cuadros y algunas mesas afuera. Entraron despacio, palmas y salió un hombre para darnos la bienvenida. Le traemos música, compay, ¿habrá unas buenas presitas para nosotros? La sonrisa del hombre fue instantánea y llamó a la hija para que nos preparara la mesa y las bebidas. El tío José fue hasta la parrilla a ver la carne. Con mis primos nos fuimos sentando, Mauricio tardó en llegar porque fue trayendo algunos instrumentos. Lo quise seguir pero mejor depué, depué, cuando toque bailar una zambita. 
Casi no probé la comida. Quería estar ligera para él, pero cuando empezaron a tocar chamamé y bailecito parecía que Mauricio se olvidaba de la invitación. Corrí a la camioneta, tomé mi violín y los interrumpí en un silencio coplero. Toqué una zamba, para que me mirara, también la canté, y por último sonreí, para que se animaran a tocar otrita y hacernos el espacio para bailar. Iba a ser nuestra primera zamba, estaba nerviosa, como nunca antes.
La hija del dueño estaba apoyada en el mostrador cuando empezamos a bailar. Si es dulce como esa niña. Tenía la misma cara y los mismos gestos que yo cuando era chica. El tío José le hacía señas para que nos mirara los pies y los brazos. Ella no le hacía caso, estaba prendida al aire de los pañuelos, siguiéndoles el recorrido entre nosotros. Viendo cómo se enroscaban, los liberábamos y ellos se extendían. Eran pájaros, de distintos colores, el mío era carmín y el de él, azul. Y airosa cuando la bailan. Mauricio me miraba con los ojos secos, y yo le contorneaba la piel de mis párpados y de mis hombros. El violín nos hacía girar con movimientos repentinos, después, suave, arremolinaba el pañuelo en mi pecho. Si te gana el corazón. Él me perseguía y yo le acercaba apenas la punta de mis pies y de mis brazos. Cuando estaba empezando a callar la zamba, nos acercamos, con el torso enfrentado y él dejó que los pañuelos cayeran entre nosotros, desde las manos hasta el pecho. Esa zamba es tucumana. Finalmente fue silencio, y se animó a susurrarme en el oído que a la noche iría por mí otra vez. La niña se subió de un envión al mostrador, sonriente porque ella había sido la primera en darse cuenta: no era sólo un baile.
Después ellos se quedaron guitarreando, yo charlé un ratito con la pequeña, que había quedado fascinada con el baile. Le regalé mi pañuelo, para que practiqués en las tardecitas, con un chico que te guste. Y me fui a la camioneta.
En la madrugada sentí un brazo sobre mis hombros. Era Mauricio, sonriéndome, con un poco de aliento a vino y las yemas de los dedos algo aplastadas. Me chistó para no despertarme del todo. Me susurraba unas lindas coplitas, bien pícaras, de ésas en las que hay que tener la palma de la mano cerca para que no se noten las risas. Ahí me di cuenta. No me quería dormida a mí, quería que el resto lo estuviera, para que nosotros fuésemos los únicos despiertos, y en movimiento. Lo separé. Vaivén: él va y me dice ven, en la parte de atrás de la camioneta, como dos adolescentes. 
¿Me bailás otra zambita si yo te la recito? Y empezó: Si es redondita y jugosa, separaba la tela de mi pollera, de mi camisa, para hacerle espacio a sus manos, lo mismo que una naranja, me daba escalofríos, la piel se volvía como la cáscara del cítrico, si es noche cerrada el pelo y me desprendía la hebilla. En seguida volvía a mi cuerpo, tenía las puntas ásperas de algunos dedos. Después de recorrerme, finalmente me daba la razón: esta moza es tucumana. Yo me movía despacito, sobre sus piernas. Él iba, al respaldo del asiento y yo volvía. Éramos el silencio, lo suave, y nos quedábamos así, prendidos del cuerpo. La zamba es como un camino, distancia por dentro, destino de andar, enamorando pañuelos... le susurré cuando ya estábamos con el aliento aliviado, un momento antes de quedarnos dormidos.
El resto de los días Mauricio siguió comportándose igual. Era un diurno silencio. En las peñas había algunas miradas cómplices, relajadas cuando tocábamos. Yo cantaba sin mirarlo y cerraba los ojos cuando era una zamba. Sólo teníamos las noches para hacerlas intensas. Las últimas veces ya ni siquiera nos importaba si alguno de mis primos o mi tío estaban despiertos. Era el momento en el que por fin Mauricio se dejaba ser. Y lo hacía solamente conmigo. Pero nunca me habló de su pasado, ni de sus miedos. Me sentía intrigada y quería seguir sintiéndome así, por eso no le preguntaba, por eso acallaba todos mis impulsos cuando estábamos bajo el sol. Para que después él me buscara en la madrugada. 
De a poco fueron pasando las semanas. Primero cuatro, como siempre, luego fueron seis, ocho, y hasta once. Me miraba la panza, todavía no se notaba. Pero no sabía qué hacer, tenía miedo, quizás él también. Pensé que lo mejor podía ser esperar hasta el último día para contarle, faltaba poco tiempo. 
Las últimas noches yo había estado muy quisquillosa según Mauricio. Y eso no le gustaba, me pedía que no lo dejara solo por la noche, que necesitaba su zambita. Pero ya no me recitaba y yo le hablaba poco. Ese domingo fui todavía más cuidadosa con las palabras que elegí para revelarle lo que me estaba pasando. Me miró con los ojos húmedos, como nunca lo había hecho. Dijo que estábamos muy lejos, los dos asentados en nuestras tierras. Pero teníamos la música para hacerla llegar. ¿Como las sombras del pañuelo, le va anudando distancias? Le pregunté, cantándole esos versos, para que no se sintiera con culpa. Mauricio sin embargo completó la letra: si te consuela y te miente, esa zamba es tucumana. Entonces mis ojos también estuvieron húmedos. Levantamos la sonrisa, pero de un solo lado, porque no sabíamos muy bien qué hacer. Fuimos dejando la vista perdida entre las sombras de los árboles que se veían a través de la ventana. Luego su mano me cubrió con todos los dedos el vientre. La mía apretaba bien fuerte un pañuelo, sobre su pecho. 
Ese jueves fue la última peña, estuvimos en Bahía Blanca. El tío José trataba de convencer a Mauricio para que después viniera con nosotros, y le dejaron la dirección de mi casa en Famaillá. Pero entre burlas y despistes él se encargaba de dejar en claro que se volvía a Corrientes. Apenas podía contestarles, tenía la voz quebrada, o más bien, acobardada. Nosotros no hablamos, tampoco nos miramos, él solamente giraba para buscarme la panza y volteaba la vista hacia otro lado, mordiéndose las uñas. Después se acercó al tío José, le proponía una zamba que no teníamos pensado interpretar. Le pidió que la tocaran ellos, para bailarla conmigo. 
Empezó a sonar la tempranera. Nuestros pañuelos iban lentos, suaves, tristes, como la zamba. Lloro amargamente, aquel romance adolescente. Cerraba los ojos, me dejaba llevar por el recuerdo de esa primera noche en la camioneta. Los volvía a abrir y él seguía ahí, tratando vanamente de perseguirme. Dura tristeza oscura, gentil amor que no supe retener. Me escapaba, girando alrededor de él, para que me tomara por la cintura y me dijera Oye, paloma mía, esta tristísima elegía. Quedaban prendidos los pañuelos y sellada nuestra despedida.
Esa noche nos agasajaron con unas habitaciones del club donde tocamos. Ellos en una y yo tenía un cuarto para mí. Estuve escuchando las guitarras, el bombo y el acordeón hasta quedarme dormida, todavía con las luces encendidas. En la madrugada nadie vino a despertarme. Y por la mañana Mauricio ya no desayunó con nosotros en el bar del club. 
Recién entonces les conté al tío y a mis primos. Volvimos callados a la camioneta, les dije que no quería ir a casa, en la ciudad, seguiría camino con ellos hasta Famaillá. El tío José me dio un abrazo, dulce, suave. 
La vuelta hasta el Tucumán no fue silenciosa, me contaron lo poco que sabían de Mauricio, me di cuenta de que él nunca me había dicho dónde vivía. ¿Ellos quizás...? No les pregunté, sólo suspiré. Hablamos de las fiestas, los carnavales y la semana santa, después deberíamos descansar y empezar a pensar en la próxima gira, quizá hasta un coro tengamo, ¿qué no? Jajaja bromearon.
Llegamos a los dos días, de tardecita casi. Me bajé en la casa, ellos siguieron camino. Toqué el timbre, y mamá, como hacía la abuela antes, se asomó por la ventana. Estaba asombrada con mi visita, hacía largos años que no pasaba por ahí. Tenía algunos alumnos en la cocina, todavía seguía enseñando, aunque ahora eran clases particulares. Le dije que la esperaría afuera. 
El campo se veía más chico, habrían ido vendiendo algunas hectáreas de a poco, y el arroyo parecía haberse evaporado entre los brotes de soja. En la parte de atrás de la casa se veía una chapa oxidada. Los pájaros recordé y empecé a mirar alrededor. Se apoyaban algunos en los alambres que dividían el campo, eran tordos, negros. Me senté a esperar los colores mientras rascaba la tierra, buscando las lombrices para usarlas de señuelo. 
Recién al rato volvió mamá, riéndose porque me había embarrado como cuando era chica y tenía que regañarme. Nos sentamos a tomar unos mates, papá llegaría más tarde. Le conté todo lo que había hecho en la ciudad, aunque obvié quizás algunos detalles. Pero ella sabía que yo había vuelto por otra cosa, instinto de madre, mija. Y ahí le hablé de Mauricio, se iba a enterar por boca del tío José si no. Mamá me miró, sonriendo de a poquito y me abrazó. Me preguntó si él no iba a volver. Le dije que era un hombre de su tierra y nuestro lenguaje era la música. Si volvíamos a hacernos piedra y camino entonces sí. Mamá me dijo que nos cuidaría, después ella le contó a papá, y él no me habló durante algún tiempo. 
Hasta abril, dos semanas después de Semana Santa. Atolondrada llegó Aimé, con el nombre del viento del sur que la trajo hasta mí. Y, como cuando estaba en la panza, una vez afuera, también quería seguir escuchando a su abuela cantar, mientras yo tocaba el violín y el abuelo, el bombo. Aimé es el viento de un pañuelo, es la pasión de una zamba. 
Todos los viernes venían por la noche el tío José y mis primos a guitarrear. También empezaron a hablar de volver a salir de gira. Yo estaba llena de dudas, no por Aimé,  sino por la nostalgia, la distancia va conmigo, como un largo andar. El tío José hizo hasta lo imposible por convencerme, mis padres también me incentivaban a largarme otra vez a vivir de nuestra zamba. Por fin acepté, pero con la única condición de que fuese recién en septiembre, cuando vuelven las flores y el calorcito primaveral que protegería a mi niña. 
Cuando llegó el día, el tío José estacionó la camioneta en la puerta de casa y se hizo anunciar con la melodía de una chacarera doble. Dijo que ya teníamos varias peñas listas para recibirnos otra vez. Lo contaba con una mirada cómplice hacia mi pequeña, todavía algo abrigada entre ponchos. 
Ese viernes habían llegado bien temprano, todavía se veía el atardecer en el horizonte. Estaban mis papás, el tío José y mis primos, con las guitarras y el bombo. Pero fue después de comer que empezaron a guitarrear. Entonces yo salí de la casa, me largué a caminar, cantando despacito. Veo el campo, el fruto, la miel. Y estas ganas de amar. Sentía cómo se me cerraba la garganta. No me puede el olvido vencer. Se veían unas luces en la ruta. Un auto se detenía para escucharme cantar. Hoy como ayer, siempre llegar. Alguien se bajaba para responderme: en el hijo se puede volver.
La zamba mía se hizo carne en la voz de Mauricio. 

[Sobre la autora]

M. Florencia nació la noche de un domingo, cuando el solsticio de invierno. Tenía la piel púrpura, de a poco fue volviéndose morena. La cobijaron en el barrio de Caballito, Buenos Aires, la sonrisa dulce de una tucumana y el orgullo tanguero de un porteño de ayer. 

Publicó "Cantata" en 2013, libro de cuentos, la presentación será el miércoles 27 de noviembre a las 19hs en el Club Cultural Matienzo (Pringles 1249)

Ella es. Porteña: guía de turismo. Latinoamericana: licenciada en letras. Mujer: creadora. Todo gracias a la tierra. Es ella.

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Linkoteca: Revista Kundra



[Sobre la revista]

Revista Kundra – literatura aleatoria, es una revista literaria de publicación digital mensual. Se trata de un proyecto que nació con la iniciativa de armar un lugar nuevo donde autores y lectores puedan converger. Nos especializamos en entrevistas, ensayos, dossiers, crónicas y reseñas. Nuestro motor principal es que Kundra funciona como un lugar donde autores y editores pueden tener un espacio vital para dar a conocer lo que hacen. Por esto es que no sólo difundimos autores de “renombre” o “consagrados”, sino que nuestra apuesta se dirige principalmente a autores emergentes, que aún no publicaron o tienen pocos libros en circulación. La revista está compuesta por un staff fijo de colaboradores y número a número nos acompaña un ilustrador distinto. La dirección periodística está a cargo de Angie Pagnotta y entre los colaboradores está Juan Manuel Candal, Victoria Mora, Sebastián Grimberg, Gustavo Grazioli, Valentina Vidal y Aixa Rava. 

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Poesía: Natalia Romero

Ocean Art Print
by Three Of The Possessed


Aguacero

Cuando pasamos el río Sauce Grande

la ruta es toda de niebla
si seguimos el sendero del agua
llegamos a la playa.
Hay lagunas de lluvia
por el camino
el campo se vuelve océano.
Pienso que puedo morir ahora.
Vemos solo líquido que nos cubre
creemos estar al refugio en el auto que nos lleva.
El agua es un cuerpo inmenso 
no se corta, nunca sangra.
Adelante un auto hace luces intermitentes
rojo amarillo rojo
la cortina de agua lo cubre todo. 
Seremos libres
devueltos por la tormenta
sin más abrigo que la lluvia.
Caen sapos del cielo me dijo mi abuelo
yo los ví.
Había olor a mar. 



II

Ella camina adelante, él
se queda parado frente a un árbol
de flores recién brotadas.
Ella no se da vuelta para mirarlo, pero sabe
que se detuvo: no salta más la tierra
detrás suyo, haciendo nubes rojizas
no ruedan las piedritas del camino
con el arrastre de sus zapatillas de lona.
Él levanta la vista, ella está en el centro de la vía
y flamean los volados de su vestido azul.
Su figura se hace cada vez más chiquita,
pasa una camioneta con ovejas y cabras
y levanta todo el polvo de la ruta
hasta desdibujar las líneas que bordean el camino.


[Sobre la autora]


Natalia Romero nació el 21 de Febrero de 1985 en Bahía Blanca. Vive en Buenos Aires desde el 2004. Estudió la carrera de Ciencias de la Comunicación en la UBA. Sus poemas fueron publicados en varias antologías, revistas y blogs. Asistió al taller de Romina Freschi (2007-2013). En 2011 publicó su primer librito de poesía Elijo. Actualmente asiste al taller de Osvaldo Bossi. Dirige la librería virtual A Cien Metros de la Orilla. Algunos de sus poemas pueden leerse en: Todas las costas (blog)

Las fronteras de lo extraordinario: Brevario de furias, de Daniel Diez

Por Florencia Defelippe

            Los cuentos de Brevario de furias desconciertan. Dentro de una atmósfera sobrecargada de lugares comunes, diálogos triviales y personajes excesivamente reales, existen  pequeños desvíos, toques apenas perceptibles que, lentamente, van cobrando peso y terminan por “destapar”, al igual que Pandora y su caja de sorpresas, lo que verdaderamente esconden estas 'criaturas furiosas'. Brevario...logra perturbar al lector desde el inicio, y es esto lo que genera una tensión permanente a medida que avanza cada una de las historias del libro.

            Lo 'esperable', el lugar cómodo, no existe. En este sentido, Diez es un escritor prolijo; sutilmente, guía la lectura avisándonos -con giros repentinos, descripciones oscuras y demás elementos que alejan rápidamente la esperanza de hallar situaciones tranquilas- que sus tramas no cuentan finales felices porque tampoco lo son desde un principio.

            Como afirma Pablo de Santis en “Bestiario”, el prólogo que encabeza a Brevario de furias (Santiago Arcos, 2011): “nada tan afín a la literatura argentina como el género fantástico”. Los relatos de Diez hacen honor a este género, que supo coronarse como emblema de la narrativa argentina con Borges, Bioy Casares y Ocampo. En estos relatos, lo cotidiano incorpora lo extraordinario de una manera tan evidente que inquieta.

            Los hombres conviven con seres cuya existencia es imposible pero que, al figurar de un modo tan natural, parecen verdaderas. La naturaleza acecha de manera permanente, tanto por la aparición de monstruos  como gábulas, ibinas y faisanes plateados, como por la inútil espera de fenómenos que no llegarán jamás: “Odio a todos y a cada uno de los habitantes de este lugar y por sobre todo a esta ciudad. A esta ciudad de mierda en donde ni siquiera es posible ver un poco de nieve”, escribe uno de los personajes de “Nieve en Buenos Aires” en su diario secreto, presa de la más rotunda decepción.

            La furia no se presenta sólo en las criaturas imaginarias; los seres humanos son víctimas, también, de su propia violencia. Cuentos como “Mi familia” y “Parque Chas” llevan a estos vínculos enfermizos hasta las últimas consecuencias. Y los personajes caen al vacío infinitamente, sin poder si quiera atinar a modificar su situación.

            Si bien por momentos los textos se muestran algo repetitivos, y en muchos casos, el desarrollo de las narraciones se presenta sin la profundidad necesaria como para producir el efecto deseado, Brevario de furias construye ficciones que atrapan y exasperan, superan los límites entre lo verdadero y lo imaginario y alcanzan, de esta forma, a la creación de un mundo en el que la convivencia entre lo real y lo fantástico es absolutamente probable, auténtica y admisible.

[Más sobre el autor]
Daniel Diez (blog)