Ciertamente, no es una buena época para los poetas.
Demasiado mullidos estos días. Un ambiente somnífero trazado con minuciosidad, cinismo y una buena dosis de indiferencia. Una jaula bien disimulada. Amamos esta jaula, sus barrotes de caramelo envenenado. Que esté bien decorada, que sea cómoda para las visitas, que no se noten las manchas de humedad. Amamos nuestra jaula; calentita en invierno, fresca en verano.
Hoy es tan fácil hacer poesía que no hacen falta las preguntas: cada uno tiene su paquete de respuestas adecuadamente homologadas para ofrecer. Para qué PENSAR si alcanza con “sentir”. Pobre Pascal: sus verdades del corazón reducidas a un destilado insulso preparado con una buena cantidad de argumentos de telenovela mejicana, una dosis generosa de analfabetismo político y unas gotitas suaves de rebeldía posmoderna.
Mi hermano dijo: cuando se trata de música, el sentimiento dejalo para la cancha, y es la mejor y más lúcida definición estético-política que escuché en mucho tiempo. No me extraña que semejante definición en estos tiempos me haya llegado de un no-poeta. Si la pensamos dos segundos, es todo un manifiesto, un programa de acción, una ética y un riesgoso desafío.
Hay que leer un poco a Gombrowicz: “Sólo frente al enemigo podemos verificar plenamente nuestra razón de ser y sólo él nos procura la clave de nuestros puntos débiles y nos pone el sello de la universalidad. ¿Por qué, entonces, los poetas huyen ante el choque salvador? Ah, porque carecen de medios, de actitud, de estilo para afrontarlo. ¿Y por qué les faltan estos medios? Ah, porque eluden el choque”. Es este choque lo que los haría PENSAR.
Pero ante todo, los poetas no quieren problemas, prefieren decir que todo es poesía antes que reflexionar aunque sea durante medio segundo en la cuestión de qué es la poesía. Ante todo, los poetas detestan la invisibilidad, pero prefieren no ser molestados; les gusta hacerse pasar por incomprendidos, no creen que les venga mal un poco de opresión, pero en su justa medida, nada que les llegue a correr el maquillaje: no vaya a ser que alguien más llegue a creer que son peligrosos; alcanza con que ellos lo crean, que es la mejor manera de neutralizarlos y dejarlos contentos, moviendo la cola, esperando un bastonazo como quien espera las sobras del banquete. Ante todo, los poetas no quieren PENSAR, porque pensar duele, pero no duele en el lugar que nos deja los ojos cerrados (que es el que se suele elegir para dar uno que otro verso), sino en el otro, el que nos hace arrancarnos los párpados.
Ahora pienso en los perros. Tendríamos que ser un poco perros, ¿no te parece? Tendríamos que morder aunque sea un poco esa mano que creemos que nos da de comer. También podríamos creer otra vez en la jauría, y en la calle tomar agua del cordón de la vereda, romper algunas bolsas de basura buscando cualquier hueso pelado para masticar. Sería lindo, aunque más no sea imaginarlo.
No es hora todavía del escriptoricidio, G. Serán pocos, pero por el momento es lo que hay: las imperceptibles grietas en el silencio sucio. Hay que trabajar como trabaja el agua a la piedra, no queda otra. Silencio, exilio y astucia, dijo Joyce. Todavía vale. ¿Hace falta nombrar la paciencia? Solamente parece que nadie escucha. Contra el pálido silencio sucio de ellos, el nuestro: transparente y lleno de aguijones, lento, múltiple. Por todos lados hay oídos preparados para corroer la mordaza. Paciencia, G., paciencia.
Pero sí. Hay que preguntarse para qué. Lo nuestro no tiene que resignarse a ser un mero automatismo, un acto reflejo para sobrevivir. Pero la respuesta, creo, no es otra cosa que el trabajo a la intemperie. O en todo caso, es ese trabajo el único que nos puede dar una respuesta, aunque rotosa, aunque insuficiente. Escribir es un goce y una condena. Pero no hay que transigir, es el único lujo que no nos está permitido. Claro que nadie quiere ser póstumo, pero escribir cosas que ni uno mismo esté preparado para leer es la única manera de ser actual, de entrar en nuestro tiempo y hacerlo temblar. Mientras algunos siguen vistiendo máscaras para salir a asustar, no sería malo que tratemos de ofrecer algún fragmento de un rostro desnudo; mostrar que la poesía también puede PENSAR, y que cuanto más, más llena va a estar de huesos y sangre y carne y piel, más preparada para repercutir y vaciarse y dejar ese hueco que refugie la música que tanto necesitamos.
Ciertamente, no es una mala época para los poetas.