menucito

Anécdota poética de una belleza corrompida por un recuerdo.




Mientras Camilo Puerta caminaba por un puente que cruza el río Sena piensa en que una vez entro a una cerrajería de Buenos Aires, cuando estuvo viviendo allí un tiempito, que devino en un par de meses. Ahora caminaba y caminaba por la ilustre ciudad de la poesía, del Surrealismo que ahora descanza en los claustros más dignos de las academias prestigiosas. Se acuerda de André Bretón y de un sueño diurno medio peligroso que él mismo tuvo la otra noche; también de un tal Samuel Rosenstock, quién uso la máscara fundadora del Dadá y sacó el primer poema recortado del sombrero más célebre de la ciudad Parisina; pero Camilo vuelva a la cerrajería.
Y nosotros volvemos con él, a un Buenos Aires ornamental de finales de los años setenta.
La ciudad siempre fue bella y expléndida pero más comenzó a serlo desde que alguien dijo que era la capital más europea de América latina. Algo conflictiva en esa época; el germen político, económico y social del aborrecido Capitalismo ya había tenido su lugar en la República Argentina y está arrasando con la ciudad portuaria debajo ese adorno color verde falcón que se viene complotando de modo clandestino. Camilo vive en un edificio muy alto a dos cuadras de Calzada circular y la Av. Santa Fe, que luego de la Av. Del Libertador se convierte en Av. Cabildo. Ahí vive Camilo, la parte más europeizada, la parte del ilustre Juan Manuel y del jardín de Manuelita, lleno de animales exótico de todas parte del mundo y de muchas ¨tortuguitas¨. Él camina por la calle una tarde que vuelve del periódico y curiosamente resbala de sus manos la llave de su casa. No puede entrar porque el portero esta desaparecido del edificio hace unos días y nadie sabe nada de ese. Es mejor acudir a la cerrajería de barrio urgentísimo, antes de que cierre.
Al entrar al ¨Imperio de las Llaves cerradas¨ Camilo pide rápidamente una consulta a domicilio para que abran su departamento y aclara que es urgente.
-No hace falta, porque las cerraduras de aquél edificio son copia estándar y siempre hay una disponible.- le dice el señor de las Llaves.
Camilo espera y observa un gran panel de madera colgado en el techo con picaportes antiguos, clásicos con adornos pomposos; algunos de color negro como para puertitas más pobre, otros de color bronce brillante e imponente. Algunos le hacen acordar a otros tiempos, a otras historias que quedaron cerradas en esa ciudad de Buenos Aires tan interesante. Él había venido de París a conocer los secretos más hundidos. Se acuerda de una novela por entregas del siglo XIX, en la que contaban que había una casa que alojaba unitarios y que Camilo imaginaba con esos picaportes tan fuetes, tan bien blindados en bronce; bellos pero protectores al mismo tiempo. Así era lo que pensaba. Una luz sale del herraje para meterse en el bolsillo de su sobretodo europeo. Ahí se queda y Camilo no sabe con exactitud que es, pero entiende que algo fantástico ocurrió. Paga las llaves y sale rápido del negocio, mete la mano del bolsillo y siente un calorcito dorado. Ya era de noche y del bolsillo saco un poema que decía:

Lo hermoso como lo más cercano a la praxis vital de una cotidianeidad obtusa.

El sentido de amar a la pasión me convierte en un sujeto vuelto sobre mí mismo.

Mismidad del amor, por la falta de un ausente.

La noche esta soleada de un calor lujurioso en mi vigilia nostálgica.

Las primeras y mejores experiencias con la poesía surgen;

Y surgen,

Más que surgen cuando creía en la ausencia.

Vuelvo a intentar caminar bajo un trópico repetido de pasado.

Tras su manto de abrazos que no envuelven la calidez más sólida.

Besos soldados con el óxido del tiempo eterno que se repite.

El único reloj que no0s agrieta es el biológico, una diferencia cronológica.

Veo un cuerpo gastado.

Los míos son relojes que solo se derriten en una ficción de colores que se le ocurrió a un pintor famoso de no hace muchos años.

¿Van gogh o Picasso?

Ya no me acuerdo.

Camilo lee. Era un poema total fragmentado en papelitos que va sacando del bolsillo como si fueran serpentinas que quedan en ese abrigo que solo usamos en una fiesta con carnaval carioca. Lee uno, lo tira para sacar el otro y así hasta que no hay más. No era la primera vez que a Camilo le pasaba esto, al contrario en París era muy común que esas situaciones ocurriesen, pero en Buenos Aires ? Es la primera vez que le pasaba en esa ciudad. Llega, abre la puerta del edificio y sube al ascensor. Cuando abra la puerta de su casa, ya no hay nadie; los que estaban se fueron o alguien se los llevo porque la cerradura estaba media forzada.

Camilo entiende rápidamente que tiene que volver a la ciudad del amor y de la poesía porque allí si hay lugar para la mezcla entre la fantasía y la realidad comprometida. Era inútil que se quedara porque si a ellos ya los vinieron a buscar mientras él no estaba, pronto volverán por él y quién sabe . . . Junta unas chucherías y vuela al aeropuerto inmediatamente en un taxi; y mientras cruzan nueve de Julio y Corrientes en taxista le dice:

- Huy, ahora que usted se va Sr., no sabe lo que se pierde. Se viene el proceso; y ese día es digno de ver para un argentino de bien como yo; pero más sería para usted como extranjero. Una buena experiencia para contar.

Camilo no contesta porque esta medio confuso y nervioso.

Ahora en París, sobre ese puente, está entendiendo que alguna vez podrá volver a esa pobre ciudad maltratada por el odio de las fuerzas que no entendieron lo que es la belleza del intelectual comprometido, del artista amante del amor. Camilo está mirando el Sena correr con fuerza desde el puente; otoño y hay mucho viento. Mete la mano en el bolsillo y saca otro poema luminoso.

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