menucito

Este vacío, de Gabriela Gubitosi

Sucede que vos ya no sos vos
Y yo sigo buscándote en estos restos,
de nada… que quedaron conmigo


Sucede que yo soy casi la misma
Y tu ausencia sigue doliendo
Sucede que vos ya no sos vos
Y yo ya no se quién soy


Sucede que esto es todo lo que quedó
Un vacío y este  eco
De las voces, risas, llantos,
y susurros que emitimos.


Sucede que no fue el momento
Y no fue el modo
Sucede que no estaba preparada


Sucede que lo que estoy ganando
Por momentos me parece poco
Al lado de lo que perdí


Sucede que mirando atrás
Sólo siento tristeza
Porque en días lluviosos como hoy
Era tu música la que me hacia feliz


Y hoy…
mi música , no me permite reír.

canción

Entre los milagros
y la desestabilización mental,
entre la ironía
y los motivos de todo lo que hago.
Entre la sustancia
y la materia de todos estos sueños,
entre esa sonrisa lejana
y el llanto cada vez mas proximo.
¿Para qué palabras
existen las emociones?
¿Y para qué tiempos
este olvido?
No, no es que me olvide,
es que asi es el miedo
de recordarlo todo.
La rabia de que no hay espuma
en la herida
pero si en mi boca.

Entre la lisergia
y la verdadera promesa,
entre la paz
y la alegría que me provoca.
Entre tu veracidad
y mi incierta inexistencia.
¡Habrase visto cantar
y soñar por estos lugares!
-vagar por los bares-
A ver quien tiene voz
para decir esto que es indecible
aunque sea al oído.

para lo que no existen argumentos...

La respuesta a todos los males

Ella espía relojes de arena
googlea palabras que serán dioses o puñales (es lo mismo)
qué grandes pueden ser sus ojos
cuando enceguece en sueños prestados
y hermosea con ropas pasadas de moda

y ella es un pájaro (es verdad)
con su jaula en el bosque
como quien busca relación entre palabras sueltas
o el futuro en las cartas.




saludos
atte: lautaro

Juan Pablo Lagarejo: Andaba



Andaba de encontrarme y de perderme,
de apostadura de lágrima en los ojos
conyugado de vino, tristecito
con apretón de angustia en la garganta.

Andaba de la noche a la noche
de pies fríos, de cara sin caricias,
con un fracaso en la mano de la izquierda
y una desilusión en la derecha.

Andaba así, de pena por vestido;
andaba, digo,
      porque ya no ando
ya no ando, digo,
      porque te encontré.



Escuetas y embrolladas anotaciones soltadas en derredor de un texto de Kurtteim Guafftum


Lo primero es lo primero: ¿qué es Trueque? No lo sabemos; y parecería ser que no saberlo es una de las condiciones básicas para poder hechar a andar lo que Kurtteim nos ofrece en apenas 20 páginas. “Hechar a andar”: como si pudiesemos tener en la palma de la mano los engranajes destrozados y revueltos de un pequeño reloj y de repente observar como las agujas empiezan a moverse y a marcarnos las horas, los segundos, los látidos, ahí, justo en la palma, como un animalito que abre los ojos y empieza a respirar después de su autopsia; pero aunque las agujas se muevan eso ya no es  un reloj, son los pedazos; y ni siquiera los pedazos: apenas los fragmentos porosos de la imagen vaga con la que nos figuramos el hipótetico funcionamiento de un reloj o la respiración de un animal. ¿Qué es Trueque? Truque no es. Trueque funciona y nos hace funcionar, entrar en su ritmo diminuto y minucioso.
***
¿Microrelatos? ¿Poemas? ¿Fragmentos? Todo eso. Nada de eso. Podríamos pensar en compuestos químicos heterogéneos combinados para conseguir un compuesto oscilante, inestable, desconocido (¿también hostil?); podríamos pensar en la preparación de una pócima venenosa; pero más bien deberíamos pensar en una voz que se desteje para contarse su propio irse, una voz que sólo puede decirse a si misma haciéndose otra y desapareciendo: Ya no formo parte de un todo, me disuelvo y bailo como las nubes.
***
Con Trueque querer volcar (o atrapar) un YO, TU, EL, no sirve de nada. Ella (la que cuenta, la que se va, la que se moja y se abre y se pierdey retorna) es una excusa y una necesidad: Por eso olías a mí, por eso estabas dentro de mí, por eso perdí los ojos, la boca, mi nombre. Quien habla lo hace para que aparezca lo otro: la voz devela el silencio y en el silencio hay los rastros de lo que alguien quiere decir callando. Luego, el orgasmo es el único signo posible en un lenguaje que es un puro fagocitar, una lengua que no sirva para nombrar sino para simplemente tragar: Se expande, entra por mi boca, me da su sexo, pierdo mi nombre. YO, TU, EL. De nada sirven: tenemos que acatar otras coordenadas, otras trayectorias, leer sin saber si es sangre o semen esa gota que chorrea por el espejo empañado y resquebrajado.
***
El sentido nos llega despedazado y así debe mantenerse. No hay nada para armar, para re-construir. El delicado descuartizamiento es condición (y parte) del sentido. Es en el movimiento imperceptible de los pedazos sosteniéndose y retroalimentándose que el texto de Kurtteim Guafftum satisface sus necesidades y se consolida justo en el momento en que parece estar al borde de la disolución. (pienso en un texto recorrido por ínfimas terminaciones nerviosas que interconectan las sensaciones, los tonos, la jerga, los silencios, los vacíos, las irregularidades, las roturas, las evasiones y ocultaciones. pienso en un texto que se agarra de sus propios retazos, en un tejido sostenido por un hilo de voz que se desgasta)
***
Trueque. Una demostración de que todavía se puede escribir.
Y leer.






cómo sabrías
si esta
en verdad
no es
la palabra


sino algo así
como una imitación
una simulación
una farsa
un pequeño
e inocente juego










‎[Blog personal --> Erotosatori: Poiesis]

Manzana Verde (Introspección)

Cerró los ojos y el silencio de la tijera, alimentado por la canilla que goteaba incesantemente, fue interrumpido por el sonido vibrante del teléfono. Eso rompió con la poca calma que le quedaba y con el trance de no dejar de pensar en lo que había sucedido. Y no pudo terminar de recortar aquellos periódicos viejos y atendió rápido. Para lograr eso se paro decidido y caminó un largo trecho que había entre su habitación y el living, donde casi se tropieza con una mesa y tuvo que esquivar unas cajas que había en el piso.

(Tarjetas a voluntad, señores, una ayuda por favor)

-¿Hola quién habla? – dijo él con el aliento entrecortado.

-Yo… ¿Cómo le va? ¿No se acuerda de mí? - dijo la voz con una convicción muy marcada

La habitación por ese momento se enmudeció.

-Si, si…Bien, bien un poco más calmado – sentenció.

(Tarjetas a voluntad, señores, una ayuda por favor)

La calma volvió a reinar el lugar. Pero una lluvia torrencial inundo la noche y el piso de la habitación empezó a mojarse producto de una gotera.

-Y cuénteme ¿qué piensa de lo que sucedió? – interrogó la voz de manera tajante.

-Que es una lastima que fuera de ese modo – susurro él.

-¿Cómo?… ¿cómo?- repreguntó la voz.

-Dije…que es una lastima que fuera de ese modo…- dijo él con más convicción.

-¿Por qué? – dijo la voz con tono curioso.

-Porque a mi me encantan las manzanas verdes,- dijo mientras sonreía como un niño - aunque algunas veces como manzanas rojas…. Pero no es lo mismo: son comunes y estoy harto de las comunes… siempre el mismo sabor dulzón… que… que… hasta a veces empalagan, no se si me explico…. – dijo con ahínco.

(Tarjetas a voluntad, señores, una ayuda por favor)

-Prosiga pero vaya al grano del asunto – afirmó la voz con tono desafiante.

- Bueno… Ella es una manzana verde perfecta, pequeña y hasta le diría… simpática y amable – dijo mientras se le dibujaba una sonrisa aun más grande en la cara - Con un aspecto hermoso e increíble por fuera y que seguramente es totalmente acida por dentro y eso es encantador… me encanta de sobremanera eso, el gusto agridulce porque no todo es dulce en la vida, esas son puras mentiras…Aparte uno se harta muy rápido de las manzanas rojas, al menos yo – dijo maravillado.

(Tarjetas a voluntad, señores, una ayuda por favor)

-¿Pero cuál es el problema que lo tiene tan distraído entonces? – dijo la voz con tono paternal.

-Que aunque me tiente tanto, no puedo comerla ni darle ni siquiera un mordisco y menos que menos ponerle un dedo encima, porque me conozco y se que si le doy una probada la tengo que comer entera…y no puedo… Por eso es una lástima… y aparte la manzana no creería nada de lo mucho que me encanta… es cuestionadora por naturaleza o al menos eso parece – se apabullo mientras lo decía - Y aunque me encante pasar tiempo viéndola y disfrutando de su compañía y su buen aspecto, muriéndome de ganas de comerla a veces… No puedo hacer nada de eso y solamente puedo admirarla tranquilo y a una distancia razonable, más bien amistosa…. Pero como usted sabe mientras más prohibido más tentador se hace, ¿vio? – dijo más calmo y con tono cómplice.

-Pero déjese de pavadas y si es lo que siente hágalo de una buena vez – dijo la voz muy irritada.

(Tarjetas a voluntad, señores, una ayuda por favor)

-Usted no entiende nada, es mucho más complicado de lo que parece. – dijo enfurecido – Seria como cometer un pecado, como hizo Eva comiendo la fruta prohibida…– agrego más calmo.

-Pero… ¿quién no cometió un pecado alguna vez?.. ¿Pero pecado para quien? No me venga con analogías o con excusas estupidas, dígame la verdad sin rodeos ni vueltas - dijo la voz.

El silencio inundó nuevamente la habitación, aunque la lluvia afuera acosaba la noche.

-Tiene razón… la verdad es que uno nunca sabe que puede pasar, mire si no quiere ser comida por mi y encima que...-dijo él.

-¿Encima qué cosa? ¿De qué está hablando? ¡Sea más claro por favor! Y…basta de llorisqueos, decídase de una buena vez – interrumpió la voz.

- Es que no debo hacer nada…pero le digo en confianza que a esa manzana verde en otra época también la quise comer, pero volví a mis cabales y solamente me dedique a observarla de manera amistosa, porque en mi condición… la manzana verde está prohibida, tachada de la lista. - dijo resignado.

-Está bien, si es lo que usted quiere – dijo comprensible la voz.

-No es lo que quiero, es que no debo ¡repito! y no se si puedo – dijo un poco cansado de dar tantas explicaciones.

-Yo podría darle la solución…esa la que no…. - dijo la voz.

-Ya se –interrumpe harto - la que no está en ningún libro escrito o en alguna película… - agregó aun más harto.

-Exacto… la de no seguir instrucciones establecidas por nadie – afirmó la voz con convicción.

-Tarjetas a voluntad, señores, una ayuda por favor.-

Por culpa de un sacudon abrió los ojos bruscamente, vió que el muchacho que repartía tarjetas en el vagón se iba con algunas monedas que le habían dado y estaba por entrar el vendedor de gaseosas. Y él hizo una mueca, suspiró, miró por la ventanilla y siguió su viaje.

ESTALLIDO, de Mónica Gameros



DESCARGA:
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Mónica Gameros García, 1971, México DF
Comunicación y periodismo, UNAM, 1995


Libros publicados:

Kronos Vol. 3, Colección DESTOSDEMEDOS, Editorial Start Pro, México DF junio 2006

Caída libre Vol. 7, Colección DESTOSDEMEDOS, Editorial Start Pro, México DF mayo 2007

Estación Fin del tiempo Vol. 11, Colección DESTOSDEMEDOS Editorial Start Pro, México DF marzo 2008

Ideas para volar Vol. 18, Colección DESTOSDEMEDOS, Editorial Start Pro, México DF septiembre 2009


Antologías en las que ha publicado poemas:

Antología Romanihilista Vol. 5, Antología de poetas, coautora, Colección DESTOSDEMEDOS, Editorial Start Pro, México DF julio 2007

Medusas, Cantos & Sortilegios Vol. 9, Antología de poetas mexicanas 1970-, coautora y compiladora, Colección DESTOSDEMEDOS, Editorial Start Pro, México DF marzo 2008

Minotauro & el séptimo círculo Vol. 12, Antología de poetas, coautora, Colección DESTOSDEMEDOS, Editorial Start Pro, México DF marzo 2008

Libélula Nocturna, Num. 39, Magazine Poética Universal, Ehécctal Editor A.C., México DF Junio 2008

Cúpido cybernético, Antología amorosa, Edit. Generación Espontánea, México DF Enero 2009

Información literaria:

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OTRAS PUBLICACIONES
+Revista La Piedra: Papel o Tijeras en su tercer número: Cuento "Un día en el desierto", julio 2010
+Zona literaria con micro-relato: LO QUE IMPORTA ES EL AMOR/ junio 2010
+Revista Colombiana/ ECHANDO LÁPIZ/ Vol. I, Núm. 3 nov 2009 (página 8)/ Edgar Artaud Jarry: "La importancia de la poesía y el silencio" Relato de una conversación con el poeta infrarrealista mexicano.


HOY
Dirije la editorial independiente CASCADA DE PALABRAS, cartonera.
Forma parte del Consejo editorial de la revista de arte y literatura DESMADRE

Pedro... un texto de Lucía Manusovich y c J.



Con el último aliento Pedro abre la puerta y ya casi que sabe. La lluvia incesante repliega sus sienes y el calzoncillo, confundido por el agua, el meo y el sudor, se subleva de la piel, lastimándola.
Con paso inerte se despega la mochila de la espalda para dejarla en el piso, al lado de la banqueta, y sentarse. Un wisky, pelado, que no doy más. ¿Doble? Triple. Dejaron algo para vos, Castro. Levanta la vista y la mano extendida del pelado, grande, peluda, se impone con crudeza sobre el resto de las cosas, ofreciéndole ese papel arrancado a las apuradas de algún anotador con espiral, doblado sin delicadeza, un poco humedecido. Servime el wisky, dale. El pelado se apresura y hace actuar con la destreza que dan el tedio y la repetición incansable el vaso y la botella; el líquido se balancea unos segundos en el recipiente machucado, hasta estabilizarse, rechazando, parco a cualquier brillo ajeno, la luz enclenque que quiere atravesarlo. Castro lo observa un rato, como si fuera el centro mismo de su desesperación, y después se lo toma de una vez, como si fuera de su incertidumbre el destilado más puro. Enseguida el calor le llena el estomago y se decide, como quien se prepara para tomar un remedio de mal gusto, a tragarse lo que, desde el pricipio, ahora se da cuenta, había sabido -débil, indescifrable, entonces lejano todavía- que no podía ser de otra manera. Desdobla el papel y lee su letra grande, desprolija, casi infantil: NO ME BUQUES. NO SIGO MAS. OLBIDATE DE MI PEDRO. NO SIGAS, POR FABOR. ¿Cuándo vino? Hace rato. Dos tres horas, ponele. ¿Cómo la viste? Yo que sé, parecía cansada, preocupada, viste que de hace unos días que está así. Servime otro, dale.
Afuera la lluvia no amaina: va anegando calles y veredas desatando su tenaz apetito sobre la ciudad rendida, hundiéndola y quebrándola, convirtiéndola en una trampa gris que es inútil tratar de esquivar. Castro puede verla, empapada, taconeando, casi corriendo, por las veredas deshechas en charcos marrones: Manuela esquivando las baldosas flojas que se conoce de memoria, Manuela sucios los párpados de delineador corrido, Manuela ruidosa y dura la lluvia destiñéndola como si toda ella estuviese hecha de capas y capas de tinturas baratas, Manuela llendo, desarmada, a ningún lado: él único rumbo que sabía, que tenía. Y vos no te creas que estás mucho mejor que digamos. Más vale que empieces a hacer algo más que tomar wisky. El pelado lo mira, extrañado, tratando de descubrir en qué anda metido Pedro, qué significan esas erráticas idas y venidas, esos papelitos, las horas muertas en las que los dos se quedaban sentados en la mesa del fondo, sin decir nada, sin mirarse, como rendidos o derrotados o perdidos, y todo eso invisible y rancio que los rodea como una niebla llena de espinas y murmuraciones apagadas. No entendió nada, dice Pedro sin saber que está hablando en voz alta. Esta pelotuda no entendió nada. ¿Qué tenía que entender? Que no nos queda otra, eso tenía que entender: que no nos queda otra, que no se puede zafar, dice Pedro, y las palabras que quizás seguían las mata vaciando el trago de una sola vez. Dobla el papel y se lo mete en el bolsillo, al lado del 22. La ropa, alimentando el deforme y quebrado charco-espejo que se formó alrededor de la banqueta alta en la que está sentado –donde, cabeza abajo, está también hundido y oscuro, invertido, su cuerpo mojado-, aunque menos, le gotea todavía, principalmente desde la botamanga embarrada de los pantalones, que parece ser el punto en el que, antes de caer al piso -transitando invisible y muda, por caminos ocultos, desde cada milimetro de su piel y pelo, cada hilo de su remera, camisa, pulover, calzoncillo y pantalón- se concentra toda la lluvia bruta que se trajo pegada de afuera en la ropa que no se cambia desde hace por lo menos dos días. Día choto, dice el pelado por decir algo, incómodo en el silencio ausente de Pedro, tratando de sacarlo del vaso que, con los ojos enormemente abiertos, no deja de mirar, como si se estuviese resistiendo desesperadamente, y al mismo tiempo cediendo con tranquilidad, a una caída lenta al pozo interminable que había en ese vaso desgastado por tantas y ariscas noches, manos y bocas. Eh, Castro, eh, dice finalmente después de esperar unos segundos algún tipo de reacción, pero ahora golpeándole el hombro con un dedo, como para despertarlo de su caída. Sí. Sí. Un día de mierda. ¿No querés un café? Te va venir bien. Hace tres días que no puedo dormir, pero si vos me decís que me va venir bien. Bueno, no sé, un té, algo caliente. Un té con limón, ¿no querés? Te lo preparo enseguida. Servime otro y listo, pelado. Ya que estamos, me podrías dejar la botella, ¿no te parece? No, no me parece. Dale, no te hagás el recio conmigo. No me rompas las bolas, Castro: no quieras hacer la de siempre. Bueno bueno, te prometo que uno más y me voy.
Iba a ser esta la última vez que Castro y el pelado repitieran la escena que venía dándose, con ligeras variaciones circunstanciales, desde hace unos días, cada vez que Pedro caía al bar con la intención indeclinable de emborracharse. Podríamos decir que la nota de Manuela fue, como quien dice, la gota que rebalso el vaso - poco después es lo único que, conviene decirlo ya, le van a encontrar encima-, si no supierámos de sobra que en este punto, y desde hace rato, era Castro ya un ejemplo adecuado de vaso más bien seco. Algo se cortó de repente y lo dejó descolocado, en el aire, a pesar de que lo había venido esperando, consciente de que no sólo ella estaba transcurriendo por un borde en el que sostenerse implicaba, además de mantener a cada segundo los ojos dolorosamente abiertos, nunca dejar de mirar para abajo, hacia ese fondo donde se agitaba, indescifrable, el agua hambienta que les tenían preparada, si no desde su nacimiento, al menos desde el momento exacto -de todos modos todavía indescirnible del todo- en que pasaron a formar parte involuntaria de la trama invisible de las víboras.
¿Podemos hablar? Siente primero, antes de su voz, de su pregunta inútil, a sus espaldas, ese perfume cansado y lleno de falsas promesas que le conoce tan bien, ahora atenuado por el lavaje de la lluvia y por el humo del parucho que seguramente encendió apenas entró al bar. Vos y yo no tenemos nada de qué hablar, le dice sin siquiera gastarse en darse vuelta para mirarla. El pelado, apenas la ve, se aleja, por delicadeza, al otro extremo de la barra, donde, de todas maneras, puede escucharlos perfectamente. Mireya se sienta en la banqueta de al lado y le manotea el vaso que está por la mitad para darle dos sorbos breves. Día de mierda, dice, clavando, igual que Castro, los ojos en las botellas que ocupan, en orden irregular, toda la pared frente a ella. Estás cruzado hoy, por lo que veo. Che, pelado, qué hacés que no me traés un cenicero y otro vaso, cada vez atendés peor a la clientela vos, querido. Alguno de los que estaba desde hace rato sentado en una de las mesas se para y se acera por detrás a Mireya y, mientras le rodea la cintura con un brazo, le dice algo al oído. Como a un chiquito, o a un bicho más bien, Mireya se lo saca de encima con un Salí salí, después, no me rompás las bolas, al que el otro responde con un Bueno sumiso y desencantado, volviendo a su mesa. Una no se puede ni tomar un trago tranquila con un amigo con estos pelotudos, qué se piensan. Se piensan que sos una puta, pero le erran fulero. ¿Vos decís que se quedan cortos? Mireya se ríe y el humo del parucho -agrio, pesado- le sale violentamente por la boca y la nariz, acompañando el sonido irreverente de su risa, que revienta contra la indiferencia de Castro, que ahora se baja de la banqueta y se pone la mochila. Yo que pensé que ya te estabas poniendo de humor. ¿Ni siquiera pensás invitarme un trago? Eso habla muy mal de vos, pedrito. Dale, ¿no tenés ganás de tirarme un poco de la lengua? Viste que yo soy como vos: me tomo un vasito de cualquier cosa y enseguida te largo todo. Y vuelve a reirse, sin moverse de la banqueta y sin volverse hacia Castro, que ahora sí la mira y ve el perfil de su rostro, surcado por gotas que le nacen en la frente desde la peluca y le van arruinando el maquillaje para llegar -sucias, empalagadas- al cuello y seguir descendiendo hasta toparse con las enormes tetas; ve su boca roja, todavía con restos de esa risa deliberadamente asquerosa, abrirse para atrapar el filtro del parucho y retenerlo hasta sacarle, con una aspiración profunda y nerviosa, antes de estrujarlo en el cenicero, un último resto de ese humo turbio y arisco, mientras con el dedo índice de la otra mano juega con los hielos que quedaron en el vaso para después chupárselo con detenido deleite cuando ya a Castro se le hacen casi irresistibles las ganas de darle una cachetada y sentir en la palma de la mano la deliciosa, exasperada mezcla entre la húmedad roñosa de la cara de Mireya y el calor rápido del golpe. Te guste o no, vos y yo tenemos que hablar, pedrito, y si no es ahora será en otro momento. Te digo, porque yo tengo todo el tiempo del mundo, pero me parece que vos no tanto. Vos y yo no tenemos nada de qué hablar, repite Pedro, puta de mierda, piensa Pedro, y no puede evitar mirarle las gambas, que surgen repentinas de la minifalda para cruzarse como dos animales blandos, sosegados, pero alertas y viciosos. Está bien que estés enojado, no vayas a creer que no te sé entender, pero decime por lo menos si querés que le diga algo a la Manu de tu parte, viste que ella se preocupa mucho por vos. Andate a la mierda, es lo único que Castro atina a decir, antes de enfilar directamente para la puerta, conteniendo ahora, con la garganta cerrada, las ganas de meterle a Mireya dos balazos en el estómago y dejarla que se desangre en el piso como un perro, dándole, de ser posible, si los habitues del bar del pelado se lo permitiesen, una cantidad considerable de patadas en la cabeza antes de que deje de respirar.
Antes de que Pedro cruce la puerta para estar de nuevo en la lluvia, acomodada en la banqueta para verlo salir y ya con otro parucho prendido entre los dedos, Mireya le grita ¡Te manda saludos Martínez, che!, pero Castro no se da vuelta ni se detiene, solamente su mano derecha, que está ahora metida en el bolsillo del pantalón, aprieta un poco más la culata del 22.


EN SIKUANDA

Cuando nos mató la desgracia nos encontramos con la mano en un puñal y en un pajonal muy seco; los pastos bien altos y bien secos, dentro de un sendero pisoteado.

- Fuimos espuelados a este lugar- Dijo Mauricio.
- ¿Dónde Estamos?- Contestó Gisell.
- Cantémosle a la luna, porque ella sabe de nuestro largo caminar.- Y él hunde su mirada en manto estrellado de esa noche desconocida.- Esta gris, y es temerosa.
- Luna de la soledad. Victoria me pesa, y esta inquieta.- Ella revuelve las mantas que lleva en sus brazos y acaricia al dormido bebe, que pronto podrá despertar y desconocer absolutamente todo.

Los dos comenzaron a caminar por el sendero marcado, investigando la noche, con los puñales del crimen sostenido en sus manos. La luz de la luna los golpea en todo el cuerpo con la culpa del crimen de su padre, pero fue necesario matarlo, hacen falta los sueños siempre para creer en la vida. Gisell es una mujer que merece vivir y amar como cualquier mujer del planeta, pero con su padre apenas vivía y aguantaba. Mientras que Mauricio, si no creyera en la locura y en la balanza de la razón del equilibrio, no hubiera podido creer en la esperanza y en el sonido de poseer a Gisell de ese modo; si, de aquel modo tan extremo que los llevo a concebir la hija que sostienen a ocultas; tan ocultas que hasta fue concebida en un pajonal como por el que están caminando.

- Vamos a llegar hasta el parque que esta hacia el final del camino, ¿Lo ves? Estoy cansada.-
- Sí, lo veo. Ahí podemos parar y pensar que hacer en este sitio y con Victoria a cuestas.
Si ellos no creyeran en el deseo y en la posibilidad de que su amor sea algo puro, no lo hubieran escondido. Creyeron en lo que queda, amasijos de carnes aspirando pudor.

Gisell, con sus patitas chuecas, llega al parquecito que vio a lo lejos del caminito. Llena su visión de pastos y de luna, se sostiene de la pata de un tobogán, recordando el sol y las chicharras de su pueblo inocente y observa a su amante pueblero, a quién tanto ama. Lo ve a Mauricio quemarse los piecitos descalzos en la arena de esa noche calurosa, siente el olor a los callos de sus pies y el dolor de esos por caminar hasta altas horas juntos a ella.

- Mañana es Navidad.- Él sigue mirando los astros del cielo, sin conocerlos más que por el nombre de estrellas y como mucho conoce las tres marías.
- Si. Ni un pedazo de pan y un vaso de vino.
- No podrás festejar juntos con tu padre porque lo matamos, lo reventamos a puñaladas. Mañana el pueblo estará de fiesta y no habrá tristeza cuando encuentre al viejo con las entrañas dadas vueltas.
- Pido perdón a Dios por lo que hicimos, pero nuestro crimen le dio fin a nuestra pobreza, mi padre no podía darme algo mejor. Comíamos pan el día de Navidad, me decía que Jesús era como él y que yo era como María. Mañana no es Navidad para mí.
- Quién dijo que todo esta perdido. Te ofrecí mi corazón, te di la hija que llevas en los brazos. La sangre derramada de hoy se la llevará el río. La luna de los pobre esta siempre abierta. Uniremos las puntas de un mismo lazo y caminaremos tranquilos y despacio, yo te daré todo y vos me darás algo que nos alivie un poco más.
- Las estrellas de esta noche no alcanzan para ofrecerte mi corazón, pero tampoco para tapar la culpa de haber matado a mi padre. Vamos a cargar con esa culpa para siempre.- Gisell toca a la niña y se da cuenta de que no respira, apoya el cuerpecito sobre el pie del tobogán.- Esta muerta, habrá sido el frío.


La soledad sobre ruinas los esperará después de aquél momento en el parquecito. Muchas Navidades siguieron caminando por ese pajonal sin encontrar la salida, ni la vuelta. Caminaron sobre tumbas y culpas sagradas, el rostro no les alcanzo para llorar. Estuvieron vacíos y solos sin haber hecho lo suficiente para encontrar el nombre de ese lugar tan extraño por el cual caminaron; por eso le pusieron un nombre propio: Sikuanda. Sin encontrar sentido, porque lo olvidaron fácilmente; como una experiencia onírica de quién tiene que marchar a vivir una rutina que los culpabiliza.
German Riobó

Books fotograficos y albunes digitales para
actores, modelos, músicos, bailarines, niños,
público en general.
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Andrea González: No me pidas que lo entienda




Me fumaba un cigarro. Pensaba en la compra del supermercado. Iba a la cocina. Se me venía a la mente la presencia de Martín en mi cama. Todavía está su olor, pensé. Preparaba puré de papas, de esos  que vienen para ser hechos en el microondas y en mi cabeza, sólo en mi cabeza, un agujero negro que me molestaba y no me dejaba en paz. Un puré de papas envasado, deshidratado, que habría de preparar con mucha leche y mantequilla. Un agujero negro convertido en una taza de té, en la caída del niño que vivía en el departamento de al frente, en una poza de sangre, una gota de agua inundada por sal caída del mueble. Con el estómago a punto de reventar, tarareando una canción de Sandro para olvidarme de un efímero dolor de cabeza. Todo eso era y más, una mezcla de superficies, de texturas, de incongruencias mentales y visuales que se armaban y desarmaban dentro de mi cabeza, quiero decir, dentro de la cabeza de ella, que a su vez me observaba a mí como diciendo ¿qué haces acá?, ¿por qué no te vas? ¡Andate!, ¡déjame en paz de una vez y ándate! Ella soy yo, y yo soy ella. Vivimos en mundos paralelos. Yo no decía nada, no le respondía, para que se fuera, porque el  agua del wáter ya se había vuelto de un color rosado intenso mientras una paloma pasaba por la ventana y me decía que me quedara callada cuando yo no era la que hablaba. Nunca hablé, nunca dije nada, estaba sola, completamente sola, dentro de un agujero negro, por el que hay una luz y en esa luz todos me hablan, me dicen cosas, no sé si a mí o a ella, como Martín, que me dijo que me dejaba, que no me molestara en salir de ahí, como mi madre que me reprochaba que hasta cuándo iba a tomar pastillas anticonceptivas porque quería tener un nieto y de pronto, por ahí, sale mi padre diciéndome que me tome un whisky, que así la cosa va a ser mejor, más movida y mi agujero negro saldrá volando, y de pronto alguien me toma la mano, y es el mismísimo Einstein que me dice que salga de ahí, que su puta teoría no está dentro de mi agujero negro y yo pienso, qué mierdas hace Einstein diciéndome esas cosas, cuando en realidad lo que quiero es que me dejen sola, tan sola como estoy, dentro del agujero negro. Y no, no pues, no parece ser, que un fuego se me ha venido de golpe por la cabeza, invadiéndome con fuerza, haciéndome temblar como una niña con fiebre, no, mejor dicho como el hijo del vecino, el niño que siempre se cae, como si él me estuviera poseyendo de locos, cuando de repente me cae la botella de whisky por la cabeza y descubro que es mi padre, mi padre que está enrabiado, que me dice que me lo tome, que me obliga desde la luz del agujero a que me lo tome, cuando en eso estoy, abriendo la botella, y de repente el líquido se transforma en la sangre que estaba disuelta en el wáter, porque me caí cuando discutía con mi madre cuando ella me encaraba por no tener un hijo, por no darle un nieto, por follar con alguien por follar, aunque fuera hace mucho tiempo y yo le digo por la mierda cállate, y de nuevo aparece el agujero negro, el silencio, yo con ganas de no respirar y haciéndolo igual, a punto de tomarme la nariz con dos dedos de la mano para no tragar aire y siento mi cerebro hinchado, totalmente hinchado y descompuesto y esa hinchazón y esa descomposición se va largando por todo mi cuerpo,  haciéndome ver como una bola gorda y transparente, porque mi piel ha cedido y las venas no aguantan la presión, y cada vez me siento más gorda, más fofa, más transparente, más dura, más tóxica, más plástica y salen esos imbéciles en la radio que me cargan, esos mexicanos, Plastilina Mosh y yo me siento de plastilina y mi cerebro retumba mosh, mosh, mosh, como si fuera una palabra larga y difícil de decir, que se me enreda en el cerebro, no se transmite automáticamente por las neuronas, tampoco llega a mi boca, sino que es un eco que no tiene fondo, que no tiene sonido y yo me desespero, me vuelvo neurótica, histérica, paranoica de mi agujero sin salida ahora por lo inflada que estoy. Llego a la superficie, toco el borde del agujero y reviento, reviento en mil pedazos. Como un flash de reventón, un estallido de aire que me mueve, que me deja en otra dimensión, sí, la dimensión de los dibujos animados, de las estrellitas multicolores, atontada, estúpida. No es nada. Digo. Pienso. Reflexiono. He vuelto a ser la de antes, la del agujero negro. Y ahora nadie me mira, nadie me reta. Tengo olor a whisky en el cuerpo y a puré de papas en la boca. Mejor dicho olor a puré de papas y whisky en una mezcla que me adormece, que me hace cerrar los ojos, abrir la boca; porque duermo con la boca abierta y boto baba; y la baba se siente con sabor a una mezcla entre whisky y puré de papas, todo junto, cuando me acuerdo de Martín, que Martín me dejó y grito enajenada su nombre y me doy cuenta que él no me responde. Lo grito más fuerte y el agujero ahora tiene eco, me devuelve su nombre y no su presencia. Es terrible para mí.  Fuerte no sentir a Martín, no tener a Martín, que Martín me dejó en el agujero negro, porque el inventó ese agujero para mí, pero yo lo hice más grande y más pequeño para que sólo cupiéramos yo y mi alma. Ya voy, ya voy, no me jodan, si sé que debo sonreír para la cámara, eso lo sé, lo tengo claro. ¿Me pongo así?, ¿no?, ¿más de lado?, ¿me pueden explicar cómo quieren que pose?, ¿no?, ¿no quieren? Entonces mejor me callo, me callo, y me voy a un rincón, y le digo al fotógrafo que me traiga vodka, que quiero descansar un rato, que vaya a la esquina a comprarme una cajetilla de Marlboro Light. Me pasa una copa y me deja sola, tan sola, tan sola, que todo se vuelve negro, todo de nuevo se cierra y sigo escuchando la voz de mi madre, los gritos de mi padre, la sombra de Martín y la sangre, que ha salido, no sé cómo, de un salto del wáter a la copa que tengo en mi mano. 


[ No me pidas que lo entienda es un cuento alucinógeno, basado en la experiencia infantil de la autora cuando vio la película de Disney "Alicia en el País de las Maravillas". Una locura de comienzo a fin, ya que de sólo leerla da vértigo mental. 
Autora: Andrea González: actriz, periodista y chamana. Chilena, vive en Santiago de Chile en un departamento en la comuna de Providencia. Escribe cuando se le antoja y cuando se siente iluminada. 34 años, mujer soltera. Tiene un blog:
 
 
aire o piedra
qué más da.
allá al fondo
una luz
prendida
por desprenderse...
cuesta evadir
su expansión,
su arco pujante.
no quiero ver,
no quiero ver...
más allá
al fondo.
si te vas
derramada,
apagadita y roja,
¿cómo he de hacer
para congelar
el tiempo y las venas?

Andrea Mineko: Poema con luna

Nos quedamos la luna y yo
contemplando lo eterno;
(-----) y todo el mundo pasó.

Mientras nos miramos sin podernos creer,
yo su oscuridad y ella mi silencio:
- Soy agradecida- le conté-
Le agradezco los días al tiempo.
¡Pero ya no acepto mi destino de hiladora!
No importa si son palabras,
tampoco, si son hermosas.
Es que nunca supe esperar,
menos nada. Menos a alguien.
¡Pero tampoco supe luchar!
Fui demasiado cobarde.
Y también, fui frágil…
y no había nadie tan cerca,
sólo para que me abrace,
y de bronca. Y de pena
me crecieron imposibilidades,
de noches compartidas,
de arrebatos creadores
de nubes, infiernos y susurros;
y un lugar para descansar,
de la congoja de ser.
Y un lugar donde calmar,
el hambre, el frío y la sed.
Y un lugar donde encontrar,
quien me ame, a quien yo amaré.

La luna me miro pomposa,
se rodeo de estrellas y yo brille:
- Voy a ser fuerte- le prometí-
y voy a convertirme de nuevo en mujer.



[ http://www.facebook.com/andrea.mineko ]

Alberto De Mari: Rascando la niebla

Una imagen no va más que a la orilla. Vamos a decir la verdad. Este cuarto jamás tuvo ventanas. ¿Y por que tendría que tenerlas?. El sol está afuera.
Aún se siente el palpitar de un ave que aprendió a escapar. Aún me repito un desconocido lenguaje.
Un fondo inhabitable. Sí, allí jamás se podrá vivir.
Una utopía muda y paralítica presa de su promesa.
Sonidos, palabras y sonidos de palabras. Después, todo adentro.
Son esos días en los que me pregunto cómo se puede vivir entre tanto humo.Yo espero que cumpla el viento. Yo me digo que todo es nada. Me digo pero no lo veo, los conceptos son tiranos.
Una comunión forzada con el silencio que amo y odio.
La fuente ya no quiere monedas.
Dandole vida y voluntad a las cosas no te liberarás. Me explico,me explican.
Forzado eternamente a resucitar entre tanta cosa muerta.
Muerto, resucitado, en pocas líneas. Así mi débil profundidad.
Hay cosas de las que aún no me quiero curar.

Mi abuela


I

Podría entibiarte las piernas con mi lengua y que el frío salga de tu cuerpo hasta la vereda en que pisas. Podría desnudarme en público y hacerte el amor.
Pero no hace falta, acá la cosa es sencilla. Hay tierra y piedras, viento, ojotas y pies desnudos. Sexo rico, empanadas, habitaciones y si, mucha soledad.
Me encanta ver tu cuerpo en mi ventana, ver como disimulas algunas manchitas en tu pantalón. Estás detrás de un árbol que no te esconde, al contrario te ubica en el centro, como a tu sonrisa que de tan blanca pareciera gritarme: besame, besame.
Yo también quiero lo mismo que vos, pero mi abuela está despierta.
Te hago una seña, -vení!…. En un rato se va a ir a la cama.

……………

Ella empieza a bostezar y vos; entrás por la ventana.

…………..

Te escucha gemir, siente placer, lo sé. Se despierta cuando te vas y los ojos le brillan como si hubiera descubierto algo maravilloso en su cuarto, el mismo que compartió con mi abuelo, toda su vida, siempre igual.
Prendo la tele, ella se sienta enfrente. Es su vicio, la droga que la salva de la soledad o al menos eso me hace creer. La veo fingir ante el aparato no recordar tu presencia en mi cuarto. Una sonrisa llena de vida la delata, aunque no quiera. La veo brillar.

……………

¡Salí debajo de las sabanas que te la voy a chupar! La abuela era una mujer muy linda y alegre, pero se cansó de los hombres borrachos, la violencia siempre pateo el cuerpo de su feminidad. Un árbol genealógico violento padre, marido, hijos, todas ramas podridas. Ahora se sienta a esperar que algo la lleve.
Pero nuestros ruidos le recuerdan que está viva, aunque no quiera.

…………

Salgo a la vereda con una excusa. Amo ver tu torso ir, las cosas a la altura de tu espalda parecen tan hermosas, el sol se te mete por los hombros. Sos un dios en mi vereda, caminas a contraluz hasta el fondo y desapareces en la tarde, doblando en la primera esquina.

………………

La abuela me ofrece un mate, me mira y se detiene en mi cuello, por suerte no ve que llevo restos de vos entre los dedos. Estiro la mano izquierda y lo acepto con una sonrisa. Tus caricias me cuelgan de los cachetes llenando de amor la cocina y lo que queda de mi abuela. Por un rato, las dos somos felices.


II

Un viento se la llevó. El viento fuerte había entrado una mañana, mientras desayunaba sus mates amargos, con cáscaras de naranja, frente al televisor. Fue un viento tan fuerte que abrió la ventana de par en par golpeando las paredes hasta ahuecarlas un poquito. Mi abuela levantó la cabeza cuando lo sintió en su cien, era cálido y el sol entraba como para aplacar el miedo en su cuerpo. La mirada de ella se perdió en el fondo de la habitación, casi tocando las sombras de las puertas, ventanas y muebles. En una sola mirada acarició todo lo que amó.
Yo me desperté y la vi. La abuela se iba por la ventana. El viento la inclinaba de a poco, hasta que la hizo salir por el marco, primero la cabeza y luego el resto. Así, me fui quedando sola.
El agua de la pava se heló. La tele permaneció encendida un tiempo más y yo, también. Tal vez él me la devolvería. Pero no. No pasó. Tuve que acostumbrarme.

III


Mi dios de vereda me mira detrás del ombú del otro lado de la calle. Ya en las sabanas, lo veo chuparme lo pies y desde el fondo de la cama, escucho como su voz tensa me cuenta las costillitas. Dónde te habrás perdido Nadia Sol, me decía.
Y yo volvía, sólo para no asustarlo, pero sabía muy bien que hay paraísos perdidos y que al pasado no se vuelve.


Germán Riobó

Books Fotograficos y Albumes Digitales para Actores,
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Público en General.
sitio web :

Desahogo

Operacion a cielo abierto,
y el que va a morir no avisa.
Solo promete esperar.

Entre alcohol y pastillas
no se puede dormir.
Solo cabe escuchar
a la conciencia.

En un largo proceso,
en una dictadura
de demonios y oscuridad
miro desde la luz
aceptando con tristeza
que otra vez
no llego a los pedales
de esta emocion.

a quien corresponda...