menucito

¿Tenés fuego? /

Sobre preguntas, imposibilidades y periodismo

A quince años de la muerte del escritor Osvaldo Soriano.
Por Gastón Malgieri





“(…) Talentosos o mediocres, pocos escritores quedan conformes con su obra recién terminada y de inmediato empiezan a reescribirla, a retocarla, a disecarla, a cortarla en rodajas. Siempre a solas. Porque un escritor está siempre igual de solo que un corredor de maratón. De esa soledad debe sacarlo todo: música celeste y ruido de tripas. Y también la peregrina ilusión de que, un día, alguien decida abrir su libro para ver si vale la pena robarle horas al sueño con algo tan absurdo y pretencioso como una página llena de palabras".


Osvaldo Soriano
"Soriano por Soriano"
Seix Barral, 2010




¿Qué pensaría el Gordo del “proyecto nacional y popular”? ¿Qué pensaría el Gordo de la transformación de Página/12, aquel “pasquín” que co-fundó en 1987, junto a Lanata y una cantidad innumerable de colaboradorxs cansadxs del periodismo amarillo? ¿Qué diría respecto a lxs trabajadorxs de prensa que no cobran sus notas o que son parte del mecanismo imbécil de la censura, en nombre de “la línea editorial”? ¿Qué hubiera dicho respecto del asesinato de José Luís Cabezas, de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán o de Mariano Ferreyra? ¿Y de la desaparición de Julio López o Luciano Arruga? ¿Qué pensaría de la apropiación del término “periodismo militante” por parte de grandes corporaciones de medios que confunden propaganda berreta, sin sustento y creada a partir de recortes discursivos, con escribir poniendo el cuerpo, haciéndose cargo de las ideas políticas, como hizo él infinidad de veces? ¿Qué pensaría de la lógica aniñada de Diego Gvirtz (productor de 678, Televisión Registrada y Duro de Domar) que, como un mal docente de periodismo, interpela a sus televidentes con recursos estilísticos de una escuela de Goma Eva por correspondencia? ¿Qué pensaría de “Carta Abierta”, de “Plataforma 2012”, de tanto intelectual “preocupado” por el correr de los acontecimientos?




Mar del Plata, la ciudad que nos vio nacer, se apropió de su nombre. Eso suele suceder con los muertos que reciben el mote de “ilustres” una vez que abandonan la superficialidad de la tierra. Esos muertos que, mientras erguían sus corporalidades difusas por sobre el horizonte del asfalto, eran ignorados con la misma meticulosidad con que un entomólogo disecciona una mariposa de Europa del Este.

La ciudad que nos vio nacer hizo de su figura — desdeñada durante años— esas calcomanías quita-sentidos que implotan una vez que nuestros caídos ingresan en la popularidad y la distinción berreta que genera la culpa judeo-cristiana.  



Fue luego de su muerte que la biblioteca pública del balneario que se ensancha con el calor del verano estampó con orgullo de boliche bailable en decadencia, y a través de la firma de la ordenanza lava-culpas de rigor, la nomenclatura en letra de chapa galvanizada de este hijo, que se dignaron a reconocer recién cuando el prestigio que les legaba cuadró con la chabacanería retórica de los programadores culturales del municipio. Esos mismos programadores culturales que tomaron prestadas sus señas de identidad para nombrar al premio municipal de literatura. Esos mismos seres nefastos que, en nombre de lo que ellos consideran “arte”, reparten subsidios y premios intelectuales para quienes se arrodillan ante sus puestos en los recovecos del Estado. Pues allí es donde se mide, desde el piso, a los famélicos artistas que arañan el reconocimiento que los lobos marinos se niegan a otorgarles. Ese reconocimiento que vale lo mismo que una foto entre el intendente fascista de ocasión y la vedetonga dictatorial que tapa su pasado con las plumas arrancadas de algún animal en vías de extinción. Todo sea, siempre, porque en Capital (la madre nodriza de todas las cosas) “nos vean”. Todo sea porque la lógica con la que se televisa el lanzamiento de la temporada estival, repetida en el caleidoscopio miope de la cadena nacional, llene nuestros anhelos de trascendencia lírica.


Nuestro único cruce se trató, en realidad, de un breve intercambio de gestos. Un instante, fugaz, sin demasiado contacto, en el que apenas medió un titubeante “gracias”, escupido con el mismo nervio de una groupie que quiere abrazar a su idolatrado adolescente tardío, vocalista proto-punk de una banda norcoreana que solo ella¸ en la intimidad de su cuarto pre-púber, escucha.

La escena podría construirse más o menos así: ella está temblando frente a él y descubre que exhibe pornográficamente los mismos alfileres de gancho en idénticos bolsillos rotosos de una camisa igual a otras tantas desteñidas por el apuro y el desdén de la anilina. En ese instante se le revela que ese hombre, al que le rinde culto, es tan terrenal y tan cercano como cualquier otro ser sobre la faz de la tierra. Y le enciende su cigarrillo, como si en ese gesto se le fuera la vida. Y en vez de esperar algún soplo de agradecimiento de su ídolo, es ella la que agradece la posibilidad de servirle la carencia de su encendedor barato con la torpeza que le hace parir su obnubilación.

En la vida real, hace 17 años atrás, Soriano daba una charla en el Aula Magna de la Universidad de Mar del Plata. Cuando terminó, y en medio de la marea de obsecuentes que siempre, por definición, circundan a las “estrellas”, el Gordo salió desesperado a fumar.

En nuestro cruce hubo un encendedor, el cigarrillo del proto-punk de la escena antes descripta era uno de sus eternos habanos, y tuve la vital impresión de que habría muchísimas cosas que hubiera querido preguntarle en ese momento con la excusa de encenderle el vicio. Pero jamás se las pregunté. Un encendedor (el único en una multitud) fue la excusa para mirarlo a los ojos y decirle en silencio que lo admiraba profundamente, mientras él encendía el tercer puro de la tarde.

Ese instante también es el único recuerdo de “cariño” que conservo de mi padre en los 19 años que compartimos juntos.  Fue él quien me dijo que el Gordo se presentaba esa tarde. “Viene a dar una charla el fulano ése que te gusta a vos”, dijo, como quien dice, “andá a comprar una docena de huevos y no vuelvas hasta dentro de un rato”.

Ese momento, ese “encuentro”, se conserva en mi memoria como algo iniciático, fundacional. Una especie de “a partir de ahora”.

Su charla en la UNMDP no pude dejar de verla como una hermosa ironía: el Gordo iba a hablar de su obra en el ámbito académico, donde fue (y sigue siendo) vapuleado por su descarnada visión del peronismo, por su prosa simple, porque insistía en reivindicarse periodista, porque insistía en decir (una y otra vez) que la literatura no le importaba  (mientras varias de sus obras se habían convertido en “best-sellers”) o simplemente por pereza intelectual de los llamados “canónicos” de las letras. El Gordo ocupó ese tarde un espacio que no le era incondicional, sino todo lo contrario.

Desde temprana edad comencé a sospechar del prestigioso y cuestionable tufillo que emana de lo académico. Desde temprana edad, y gracias al Gordo Soriano, comencé a sospechar de los tronos que se construyen a partir del simple papelito que avala y da autoridad moral a aquellos que miran por encima de sus títulos y condecoraciones.  Desde temprana edad, y a partir de ese simple gesto del Gordo, empecé a entender para qué sirven los títulos. No sólo los universitarios.

En la mochila llevaba una copia de la novela que había editado en 1990. El ejemplar de Sudamericana, con la imagen del viejo hotel rutero y el auto negro, temblaba dentro como una molotov a punto de explotar. “Una Sombra Ya Pronto Serás” fue el primer libro que me compré con mis magros ahorros de entonces. Y mi primer encuentro con la literatura.

No recuerdo demasiado de esa charla. Sí sus comentarios respecto a la falta de reconocimiento por parte de los académicos. Recuerdo perfectamente su “Qué se le va a hacer, ¿no?”.

Dos años más tarde, Osvaldo Soriano moriría de cáncer de pulmón. Y yo empezaría a construir en mi cabeza la idea de la soledad del artista, la idea de que el artista —como dice el epígrafe que acompaña esta crónica— está, por definición, absolutamente solo. Desde la soledad el escritor tiene que sacarlo todo. Incluso la secreta esperanza de que alguien, alguna vez, pierda su preciado tiempo leyendo lo que uno ha escrito.

Esa vez fui echado de mi casa por mi padre. Esa vez el Gordo ocupaba un espacio que le era ajeno. Esa vez le di fuego sin que mediase más que un tibio “gracias” balbuceado por mi boca adolescente. Y son tantas las cosas que me hubiera gustado preguntarle. Muchísimas. Varias de ellas están al principio de este texto.
Si hoy tuviera una posibilidad, por remota que fuera, seguramente le daría fuego, le diría que lo he leído (y lo seguiré haciendo), obviando la pacatería insoportable que me ha dejado su ausencia, y simplemente le diría: “Gordo, seguí escribiendo”.


Foto: Diario El Mercurio

David Rojas: Aquella-cuyo-nombre-no-debe-ser-pronunciado

 Jorge O'Bannion recibe un extraño libro, un libro prohibido, cuyo saber arcano, se dice, puede ser utilizado por su dueño para torcer la voluntad de otras personas. Desesperado, utilizará el mismo en un intento de hacer retornar a su ex-mujer. Sin embargo, puede que lo que retorne sea otra cosa, un dios ancestral que nadie osa nombrar.



Alberto De Mari

Como todo se transforma en este mundo Me transformare en linterna, una linterna de sonido y agonía Una linterna que me despierte cuando tenga los ojos muy abiertos Que me diga que vuelva cuando no vaya a ningún lado Una linterna que no sea tierra ni mármol ni silla vacía ni salvataje del sueño Varios me dicen que revea mi decisión Que lo piense dos veces Una linterna puede no tener la luz necesaria para la supervivencia en determinadas situaciones, argumentan, ellos prefieren ser estrellas Yo no quiero sobrevivir a nada fue mi respuesta e inmediatamente se apagaron

Con los ojos ciegos abiertos


Ni una cita a ciegas, ni “teatro spa”, ni  simple espectáculo: una experiencia sensorial para el alma. En su novena temporada, la compañía teatral Avitantes presenta Ojos cerrados, un juego sensitivo fuera de lo común.

Por Leandro Rossi y Nadia Sol Caramella

“Deben confiar”, indica una voz antes de comenzar. Esa instrucción extraña genera desconfianza, incluso un dejo de temor. Nos vendan los ojos, nos dispersan dentro de la sala. Percibimos que no hay escenario. Perdemos la noción del espacio. El tiempo deja de existir. El despojo es total. Los primeros sonidos parecen una amenaza, pero más tarde asoma lento un aroma a flores y esencias que nos tranquiliza. Cuando las extremidades se aflojan, comenzamos a sentirlos: el grupo teatral invade el espacio emitiendo sonidos incomprensibles.
Ya sentados en lo que simula ser una butaca, nos inquietan ráfagas de viento que nos rozan la piel. Para generar confianza nos entregan un bombón de chocolate que termina por agradar a nuestro sentido del gusto. La obra ha comenzado. Un verdadero viaje para nuestra imaginación que nos invita a que veamos sin poder ver. Se trata de sentir al extremo el lugar al que nos transportan: un espacio selvático, una tempestad que nos arrastra a lo más inhóspito de nuestros sentidos, mientras la lluvia cae sobre nuestro cuerpo, ya sumamente sensible. Más tarde, asistimos a lo que parece una estampida o una guerra, y también a un agradable baile entre esos seres que no vemos pero sentimos cerca. Nos llevan lejos de los asientos para danzar tomados de sus manos. Pero entendemos que el final del juego se acerca.

Ojos cerrados es una verdadera experiencia de teatro sensorial: nos aleja de un rol pasivo para transformarnos en artífices de nuestro propio goce. Avitantes lleva nueve temporadas desafiando lo convencional, apelando a una obra llena de matices, texturas, aromas y sonidos new age que estimulan la percepción. Un juego sutil que pretende armonizar lo que está afuera con lo que vibra en nuestro interior. Sin escenario ni personajes, provocan la reflexión acerca de qué es el acto teatral: una experiencia sensorial, una relación de conexión con el espíritu, o bien, un simple acto que es digno de sentir como lo bello. Aquello que agrada al alma y encandila los sentidos.

[Funciones] 
Jjueves a las 21hs
Viernes y sábados a las 23hs
Entrada: $90
Teatro La Comedia: Rodríguez Peña 1062
Teléfono: 4815-5665
Plateanet: 5236-3000 www.plateanet.com.ar


Poesía: Nahuel Zunino



La ropa sucia
No hay nada más al sur
que vos
arañándote la piel entre azucenas,
detrás de la luz gélida de los televisores,
o entre las heridas 
de la noche.
Aspirando las cenizas
de este suelo incierto,
haciendo del dolor
un albergue transitorio,
domesticándolo y exhibiéndolo
como si fuera un animalito
al que se le da de comer,
como si realmente se alimentara
de todo el maquillaje
corrido,
de todos los pedacitos de tu alma,
de todos los platos rotos
que van a ver al mundo partir
hacia un destino compartido,
mientras vos te quedás ahí,
abrazada a ese amor de mostrador
del que te babeás
todas las mañanas
para cubrirte de él y dejarlo caer
sobre la ropa sucia,
sobre la lista del supermercado,
o sobre un librito de poemas rosas
que leés bailando charleston 
arriba del glaseado del pastel 
con que nunca me serviste la mesa,
quizás porque siempre creíste que la mesa era para hacer el amor.
Hablabas del amor como el tipo que sale en la radio
hablando del cambio
climático:
tan pendiente de la estadística y del ascenso de la temperatura global,
y uno se pregunta dónde quedó
dónde carajo está parado
mientras el mundo se va a la mierda,
porque
o yo estoy loco 
o vos
estás
a varios cigarrillos de distancia,
y el dolor y la mesa y el tipo de la radio pueden pegarse un tiro bien al sur,
ahí con vos,
y cursar un seminario sobre cómo apagarse en cuotas,
aprenderían a caminar,
y se irían de vos 
de una vez por todas.


Entre el amor y la palabra amor
Entre el amor y la palabra amor
hay un cementerio 
de ilusiones
que danzan con la mirada muerta
en la espiral de nuestra suerte,
se tapan el rostro con secretos terrenales
para no aturdirse con la eternidad,
y al final del día se sientan a esperar
que la vida les pase por encima
como un rayito de sangre o sol.


Ayer nos encontraba el cementerio
chapoteando entre las lápidas,
adivinando la edad de los cadáveres;
hoy ya hace varios fríos que somos
parte de él; nuestro vínculo murió
con los dedos anclados al mundo
y a nuestros fantasmas
los detuvieron por tráfico de derrotas,
tienen el alma escamada de tanto esperar
y visten los trapos que les da la muerte.


Vos tenés la mirada muerta en una espiral,
yo me dejo aturdir por todo.
Camino con las manos apuntando hacia el dolor,
hacia el niño que se fue,
hacia la punta del zapato. 


Identidades
'Who are you?' said the Caterpillar. 
This was not an encouraging opening for a conversation. Alice replied, rather shyly, 'I — I hardly know, sir, just at present — at least I know who I was when I got up this morning, but I think I must have been changed several times since then.' 

Lewis Carroll

Hay escenarios en la vida tan endebles
que me demoro en la pregunta de la oruga
para que Alicia me arranque de los brazos
el alquitrán del que se empapa la consciencia: 
'al menos sabía quién era 
cuando me levanté esta mañana'. 




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Recomendada Literatura Barata nº 3



Literatura barata es una revista independiente de divulgación de la creación y la crítica local mexicana.
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Gonzalo Córdoba: Esbozo de una teoría sobre la literatura independiente. Concepto de autor


Introducción

Es importante que un trabajo que se apoya sobre una base teórica casi nula y que busca abrir la cancha al estudio particular de un tema se sincere y declare que los términos usados pueden ser arbitrarios y responden a las inquietudes de quien escribe. Esto viene a cuento de los conceptos que trataremos en estas páginas; la asociación entre unos y otros depende en primera instancia de la ideología. Entendemos que la elaboración de jerarquías será posible en una instancia posterior del estudio de la literatura independiente. Por esta razón vamos a analizar algunas ideas que consideramos imprescindibles a la hora de hablar del escenario en el que se mueve una parte importante de los escritores contemporáneos.

En tiempos aciagos y de una industria editorial fuertemente competitiva y comercial, el desarrollo de un movimiento paralelo que de cabida a una gran cantidad de autores marginados es necesario. Más allá de la necesidad de este movimiento independiente está la importancia de la creación de formas de difusión, de la mano o no de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (celulares, blogs, redes sociales, etc.). El movimiento incluye por lo demás una gran cantidad de autores que no por no ser reconocidos o contar con el respaldo editorial son menos dignos de un estudio.

En lo teórico, Even-Zohar distingue seis factores que influyen en el sistema literario[1]:
1.            Productor;
2.            Consumidor;
3.            Institución;
4.            Mercado;
5.            Repertorio, y
6.            Producto.

El productor es el escritor, que busca dar valor a su producto, ubicándolo dentro de algún canon, y mantenerlo en ese lugar. Esto si se entiende a la literatura como un bien semiótico, lo que le da estatuto de objeto cultural. Otra posibilidad es entender la literatura como una herramienta para la organización de la vida, un instrumento que explica la realidad. Desde este punto de vista, la lucha por el control del canon es un conflicto de intereses por el control de las herramientas para manejar la vida. Existe una instancia de interdependencia entre estas dos posibilidades: cuando la literatura tiene éxito al proponer herramientas útiles casi automáticamente adquiere valor, y viceversa[2].

Habrá que elaborar una redefinición de los términos de este polisistema. En esta redefinición hablaremos directamente de estructuras de poder, lucha por la valoración social y ruptura con las estructuras canónicas. Intentaremos esbozar una imagen del autor independiente. Para esto, debemos definir en primera instancia a este autor en oposición a otro tipo.

Es necesario diferenciar entre dos tipos de autor: el dependiente y el independiente. Para elaborar el cuerpo de este trabajo se realizó una encuesta de cinco preguntas que fue enviada por correo electrónico a un grupo arbitrario de escritorxs mendocinxs. Ocho autores contestaron la encuesta: Nora Bruccoleri, Tomás Fadel, Gabriel Jiménez, Clara Luz Muñiz, Marcelo Neyra, Javier Píccolo, Eugenia Segura y una autora que no quiso revelar su identidad. Siete de estos autores coinciden en que la dependencia es editorial, aunque lo expresan de diferentes formas: Clara Luz Muñiz dice no dependo de editoriales comerciales; la autora que quiso conservar su anonimato dice que un autor independiente es aquel que está solo con sus textos, que publica como puede y donde puede, que lee en público cuando tiene oportunidad, que crea las oportunidades para dar a conocer su obra; Eugenia Segura dice ejercer la escritura de manera independiente y para definirla cita a Gastón Ortiz Bandes, su práctica (la de la literatura independiente) –excéntrica, gozosa, ardua- y su distribución se urden al margen de las instituciones políticas, los criterios mercantiles y los ámbitos de recepción de la patética 'cultura oficial'; Gabriel Jiménez se define independiente de editorial, de apoyo estatal o  privado porque da cierta libertad; Marcelo Neyra se declara independiente de la forma compresora, opresiva y dirigida del orden establecido, léase: Academia, Gobierno, Maquinaria empresarial del arte; Nora Bruccoleri se declara independiente de todo tipo de poder; Tomás Fadel dice que es independiente de un canon "oficial", pero que forma parte de otro canon, igualmente restringente.


Concepto clásico de autor

A la hora de definir la autoría, San Jerónimo (siglos IV-V) propone cuatro criterios: a) nivel constante de valor (toda la obra es buena); b) coherencia conceptual o teórica (nunca redefiniciones): c) unidad estilística, y d) momento histórico. Si bien no estrictamente, 3 de estos 4 criterios implican la publicación de las obras.

Por su parte, Foucault contrapone a estos criterios clásicos los de la crítica moderna: a) explica la presencia de ciertos acontecimientos; b) es principio de una cierta unidad de escritura; c) permite remontar las contradicciones, y d) presenta cierta expresión independiente del género o tipo de discurso. En este caso, los criterios no hablan de publicación pero algunos implican la necesidad de cotejar ediciones. Hacemos hincapié en el tema de la publicación puesto que es fundamental en el estudio del autor independiente.

Foucault dice que en tanto los sujetos se encuentran en relaciones de producción y significación se encuentra también en relaciones de poder. Con esto tenemos que entender que la literatura, como un producto cultural significativo, otorga poder. Existen dos posibilidades, según la definición de Even Zohar: entender la literatura como un bien semiótico o como una herramienta para la organización de la vida. Si la entendemos como un bien semiótico, es el propio autor el que busca el poder mediante la inclusión de su obra en los cánones pertinentes; si la entendemos como una herramienta para la organización de la vida, es entonces que entran en juego el Estado y los poderes para controlar las obras peligrosas o para imponer una determinada forma de entender la realidad. La literatura da poder, pero ¿lo da a todos los autores? Automáticamente, tendemos a responder que la publicación es el medio para la obtención de ese poder, pero tenemos que equiparar en este sentido la publicación tradicional y las formas alternativas (oralidad y virtualidad). En este punto Clara Luz Muñiz llama la atención sobre un punto particular: el alcance de estas formas alternativas. Si estamos de acuerdo en que existe un canon independiente hablamos de la literatura como un bien semiótico, cultural, por lo tanto con significado. Si hablamos de que hay personas que establecen relaciones de significación debemos entender que esas personas pueden buscar o encontrar poder mediante esos actos significativos. Los autores independientes no son la excepción a esto y por lo tanto tenemos que entender que sí existe poder en la literatura independiente, pero en este caso la diferencia con la otra literatura es el alcance. El poder sería menor, pero poder al fin y al cabo.


Un problema metodológico

Si abarcamos la literatura en su totalidad, no podemos decir que la diferencia entre un tipo de autor y otro es el hecho de ser dependiente o no de una editorial puesto que la literatura es anterior al surgimiento de las editoriales. Esto nos llevaría a poner un límite histórico: la invención de la imprenta. Pero este límite es falso puesto que deberíamos hablar de la imposición del mercantilismo editorial, hecho que no coincide históricamente con la invención de la imprenta. Acá salta a la luz un problema fundamental en el intento de abarcar la literatura en su totalidad histórica; actualmente, gran parte de la literatura que llamamos independiente se mueve en ámbitos diferentes al tradicional, o sea, el libro. Estos ámbitos no tradicionales pueden ser los de las nuevas tecnologías (blogs y medios audiovisuales, principalmente) o los festivales y ciclos de lectura, que serían algo así como un retorno a la oralidad primaria. Pero tampoco podemos decir que la oralidad, por ejemplo, sea una característica inalienable de la independencia, puesto que en la antigüedad los aedos y juglares difundían de esta manera su trabajo. El mecenazgo fue una constante en las etapas previas a la explosión editorial, a partir de ese momento las editoriales comenzaron a cumplir el rol de compravoluntades literarias. Y mediante una distribución a gran escala se impone a los lectores un cierto grupo de obras que vendrían a conformar una especie de canon mercantil. Hay excepciones, claro.

Esta dificultad teórica se debe a una discontinuidad histórica y nos obliga a establecer límites más precisos que nos permitan definir bien el objeto de estudio. Estos límites serán caprichosos en primera instancia. Intentamos una definición primaria de autor independiente: persona que escribe y es participante activo de la promoción y difusión de su obra. Hablaremos entonces de los autores de literatura que se mueven principalmente en ciclos de lectura, ferias, festivales y cuya obra se publica en editoriales de corta tirada (aunque esta característica no es excluyente) y sin posibilidades de promoción, autores argentinos que han desarrollado su obra, o gran parte de ella, en estos primeros años del siglo XXI.


La independencia

Por las características de los libros de estas editoriales muchos títulos solamente pueden encontrarse en las ferias y ciclos de lectura. Si regresamos a los factores del polisistema de Even Zohar, podemos decir que el repertorio es el mismo, aunque vemos dentro de las obras independientes una mayor predisposición a la trasgresión gramatical y conceptual (Gabriel Jiménez dice que la independencia da cierta libertad); las editoriales independientes funcionan con una lógica distinta a la de las editoriales comerciales, pero terminan siendo las grandes formadoras de un canon independiente, igualmente restrictivoen palabras de Tomás Fadel, lo que no nos permitiría decir que la institución(si la reducimos al marco editorial) sea radicalmente opuesta a la comercial; en cuanto al mercado, la única diferencia es que puede ser más directo y posibilita en muchas ocasiones la compra a su autor, lo que rompe en alguna medida el distanciamiento que impone la comercialización masiva, puesto que las ferias y festivales ofrecen este tipo de contacto; por su parte, el productoes un factor que no ofrece mayores fundamentos de oposición entre tipos de autor, salvo quizás la mayor predisposición a transgredir. Debemos hacer un aparte en este punto y preguntarnos por la posibilidad de comparación entre autores dependientes y autores independientes cuando la obra del autor independiente se mueve de manera exclusivamente oral. Ya hemos hablado de las características del autor, o sea, del productor. Por último, el consumidores fundamental a la hora de hablar de literatura independiente. Merece un párrafo aparte.

Se puede creer que un autor a la hora de escribir piensa en la persona que va a recibir y completar su obra (en palabras de Humberto Eco, el lector ideal), y que esto lo condiciona puesto que un texto para ser leído en un ciclo de lectura debe ser breve, quizás con uso de formas mnemotécnicas o con sintagmas recurrentes. Otra de las preguntas del cuestionario fue encaminada en ese sentido. Todos los autores respondieron sentirse condicionados al escribir o al menos pensar en el oyente a la hora de elegir los textos para leer en público. Solamente Eugenia Segura dijo que estos son elementos del juego que influyen y modifican su funcionamiento al mismo nivel que cualquier otro elemento. Esta forma de producir literatura o pensarla para el otro en un contexto determinado es sumamente esperanzadora para las relaciones humanas. Creo que en este punto radica la mayor fuerza de la literatura independiente.

Por lo general, lo que tenemos es un proceso en el que intervienen tres actores: autor, editorial, lector. Un autor encerrado en un estudio con una máquina de escribir o una computadora escribe una obra. Cuando ese autor termina su obra empieza el trabajo de la editorial: impresión, distribución y promoción. Alguien lee esa obra y no hay contacto entre autor y lector. Este proceso puede ser bastante lento. Cuando tocamos el segundo punto de esta cadena tenemos que el propio autor es su editor, impresor, promotor y distribuidor. Esto no es siempre así, pero es el caso más radical y nos sirve bien para establecer una oposición importante. Nuevamente Eugenia Segura dice que romper o alterar la barrera entre escritor y receptores permite el feedback y otros tipos de interacción. Este punto también es importante, la barrera se rompe y permite una relación más directa entre los dos extremos de la cadena de la literatura.

Hablábamos de que la forma condiciona al autor a la hora de escribir o elegir sus textos, si a esto le sumamos la ruptura de la barrera autor-lector/oyente tenemos una obra construida casi para ser entregada de mano en mano, como un regalo. Una obra que se completa en el mismo momento en que se pronuncia/escucha o en el momento en que se lee sobre una pantalla. Esto revela una forma de escritura que acerca mucho más a autores y lectores (aunque sería conveniente no decir lectores ya que el sentido involucrado no es siempre la vista) y que ofrece un panorama alentador, quizás no tanto en la calidad literaria, que sería difícil establecer de manera concreta, sino más bien en lo que respecta a las relaciones humanas involucradas en el proceso. La inclusión de una humanidad mayor y la cercanía entre los actores del proceso es una forma de oposición directa y firme al sistema individualista en que vivimos. Una forma de oponerse directamente que revela una arista más de distancia entre los dos modelos, el dependiente y el independiente.





[1] EVEN-ZOHAR, «El sistema literario». Trad. por Ricardo Bermudez Otero. Poetics today 1990:11;27-44.
[2] EVEN-ZOHAR, «La literatura como bienes y como herramientas». En: Villanueva, D, Monegal, A, Bou, E, coordinadores. Sin fronteras. Ensayos de Literatura comparada en homenaje a Claudio Guillén. Madrid: Castalia; 1999.


Bibliografía consultada

EVEN-ZOHAR, Itamar. El sistema literario. Poetics Today. 1990:11;27-44.
------------------------------. “La literatura como bienes y como herramientas”. En Villanueva, D., Monegal, A. y Bou, E., coordinadores. Sin fronteras. Ensayos de Literatura comparada en homenaje a Claudio Guillén. Madrid, Castalia, 1999.
FOUCAULT, Michael. “¿Qué es un autor?” Trad. por M. Morey. En Foucault, M. Entre filosofía y literatura. Buenos Aires/Barcelona, Paidós, 1999.
------------------------. El sujeto y el poder. Versión en PDF. Disponible en: www.philosophia.cl



Más info en Derecho a leer

Todas las violencias


Al margen de cada una de sus palabras, se sostenían atadas a su garganta,
aún aleteando,
todas las violencias.

Su cuerpo era una de esas migajas de sílabas que se derrumban sobre el piso.
Pero era alivio.
Era donde los segundos comienzan a contar.
Era todo eso que desearías nunca ver.

Su saliva digería otras lenguas.
Invadía espacios destinados a no ser.
Incubaba placebos para no morir.

Él está ahí.
Él y los otros él esperan el sacrificio.

Rocían sobre el margen las sobras de lo que nunca pudieron tener.
Gozan con cada una de las fracciones de tiempo, que comienzan a abandonar sobre sus centros.
Arañan sus pieles gritando sin voz.

Y, ahora, hechos todas las violencias, bañan sus otros cuerpos que mueren,
con sus órganos titilando en la oscuridad.

El último día de Domínguez


para Lucas y Daiana,
que sabrán disculpar este censurable retorno a viejas mañas


FACE Art Print
by Chaoddict
No puedo hoy no acordarme de él.
Rojas, el santiagueño Rojas. Nunca destacó de entre el resto de la población. Tampoco era un tipo al que le gustara andar haciéndose notar, por otra parte. Sin embargo, puedo decir que era un individuo singular. Un bicho raro. Justino Augusto Rojas. No deben ser pocos los que todavía se acuerdan. Cincuenta y pico de años, corto de estatura, morrudo, tez morena, tenía un carácter reposado y profesaba una economía de palabras que lo hacían parecer un poco lerdo. Le gustaba mucho leer, en especial libros de química, de física, de filosofía, aunque también más de una vez lo vi con esas novelitas rosas tipo Corín Tellado. Para retrucar a los que aún hoy dicen que era medio retardado, bastaría con recordarles, además de esa afición por la lectura, el brillo pícaro, casi maligno que, en ocasiones, le aparecía a Rojas en los ojitos negros. No señor. Tonto no era. Lejos estaba de eso el muy desgraciado.
Familia no le conocí, pero por una cosa y otra no tardé mucho en enterarme (y no por boca suya) de que tenía una hija, allá en Santiago. Una vez lo pesqué escribiendo una carta (pienso que la única que escribió mientras estuvo con nosotros, aparte de la otra), pero apenas me sintió cerca la tapó con el brazo y solamente pude leer el encabezado: Mi chiquitita Aurora. Que yo sepa, nadie lo visitó ni lo llamó jamás. Tipo reservado, de esos que solo cuentan lo mínimo e imprescindible. Desde la primera vez que lo vi tuve la sensación de que se guardaba algo. Y algo grande. Era de los pocos que miraba directamente a los ojos cuando hablaba. A muchos eso les incomodaba, pero no era un tipo del que hubiera que cuidarse. Por lo menos en eso estábamos todos de acuerdo. Nunca tuvo problemas graves con nadie, más allá de los usuales altercados o cruces de palabra que ocurren inevitable y regularmente en cualquier penal (cuando se calentaba era un puteador de aquellos y sabía defenderse bastante bien, a mano limpia o con arma blanca).

Sí. Algo se guardaba el santiagueño. Cuando llegó, pasó casi desapercibido para todos. Era uno más, otro fantasma guardado. Eso sí: igual la información no tardó en empezar a burbujear por acá y por allá, como pasa siempre. A los pocos días no había nadie que ignorara que lo habían trasladado por unos “problemitas” (cuando pude entrar en confianza me mostró el facazo que le habían dado abajo de las costillas: nueve puntos), que era estafador, que le quedaban siete años y cuatro meses, que había encamado a un banco con cheques falsos (medio palo verde decían algunos, palo y medio, otros, y estaban también los que preferían insinuar o imaginar una cifra vaga e irreal), y —lo más importante para la mayoría— que nunca nadie había encontrado la guita. Se hizo respetar enseguida. Tenía algunos compinches (el tuerto Aguirre, el negro López), pero casi siempre andaba solo. En el patio uno lo veía ir y venir, callado, lento, con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos; a veces, levantaba la cabeza y se quedaba parado así, mirando el cielo, como buscando algo. Qué busca, Rojas, le pregunté una vez.
—Una solución... Una solución que no sea seguir esperando— me respondió, y siguió caminando.
En los pabellones se hizo conocido por sus empanadas (que picaban hasta el alma y eran las mejores que nadie hubiese probado nunca) y por sus tortillas con chicharrón; también porque tenía cierta habilidad para arreglar aparatos eléctricos. Muchos en su momento le preguntaron por la plata.
—Está bien escondida— respondía siempre, y nadie sabía si lo decía en serio o en broma, así que en poco tiempo todo el mundo desistió de averiguar nada más. Algunos dicen que al tuerto Aguirre le dijo dónde, pero ese ya tampoco la puede contar.
Haciendo un cálculo grueso, podría decir que pasaron tres años sin novedades. Capaz que cuatro. Rojas hacía la vida de cualquier otro recluso, con su sobresaltada monotonía, con su tiempo controlado y etiquetado, con sus tres horas diarias de sol y los partiditos de fútbol dos veces al  mes, con las violencias sucediéndose regulares y previsibles, con la suciedad, promiscuidad y estupidez que adornan la vida cotidiana de cualquier interno. Por buena conducta, empezó a gozar de acceso a la biblioteca del penal y podía llevarse los libros a la celda si quería; también asistía regularmente a los talleres de electricidad y de carpintería. Entonces, en un momento empezamos a notarle un cambio de actitud. A primera vista nada para alarmarse. Pequeñas cosas, boludeces. Su celda, por ejemplo. Siempre había destacado por su orden y pulcritud, pero en aquel tiempo se volvió un desastre, un quilombo de libros, papeles, cables y cablecitos, maderas y maderitas, frascos y frasquitos, y él metido ahí casi todo el día, leyendo o metiéndole mano a cosas que vaya a saber uno qué carajo eran. Claro que a nadie le preocupó demasiado: todo el mundo estaba convencido de que, por más que anduviera siempre leyendo y haciéndose el interesante, el santia era medio retardado, así que no podía andar tejiendo nada ni remotamente peligroso.
Un día me acerqué hasta su celda y le pregunté qué mierda estaba haciendo (Rojas tenía la cabeza metida en un libraco viejo y enorme, de tapas duras y forrado en cuerina, bastante lastimado).
—En qué mierda anda, Rojas.
—Nada... nada...— me contestó, sin desenterrar su cabeza del libro.
—Vamos, cuentemé, que hoy ando conversador...
Con lentitud y resignación cerró su libro. Me miró unos segundos y le brillaron los ojitos.
—Fíjese usted, Domínguez, que hay máquinas para todo... para todo...— hizo una pausa, como si estuviese ordenando sus ideas—. Máquinas para cocinar, para volar, para mirar lejos y para mirar muy cerquita, para andar arriba y abajo del agua; máquinas que hacen música, que pintan, que cavan, que arrastran, que limpian. La verdad que a veces no lo puedo creer... Máquinas que curan, máquinas que lastiman, máquinas que piensan. ¿A usted no le parece increíble?
—Es la tecnología —le respondí, un poco desconcertado por su insólita efusividad. Eran contadas con los dedos de una mano las veces que lo había escuchado pronunciar más de cinco palabras seguidas.
—Claro, claro. La tecnología... pero así y todo, yo no lo puedo creer... —Rojas se rascaba insistentemente el brazo izquierdo— Fíjese usted, hasta este lugar... estas paredes, esta reja... también son una máquina. Nadie se da cuenta, pero... La máquina de encerrar, la llamaría yo. La encerradora. No… La enjauladora, mejor. Porque no digo sólo las paredes, las cerraduras, las luces, la vigilancia, los horarios... Hay algo más... No sé cómo decirle... A uno todo esto se le mete muy adentro en la cabeza, ¿vio?... Usted lo debe sentir también, aunque esté del otro lado lo debe sentir. Esta máquina hace que las paredes se le vayan metiendo a uno de a poco en la cabeza, bien hasta el fondo... No sé bien cómo explicarme... es raro, ¿no?... Pero lo que puedo decirle es que la enjauladora funciona. Y funciona muy bien: lo vuelve a uno un enjaulado. Porque para ser un enjaulado no alcanza con que lo castiguen a uno metiéndolo acá, en la máquina... Para transformarse en un enjaulado toda esta máquina tiene que hacer su trabajo, y para eso se necesita tiempo... Pero una vez que está hecho... bueno... una vez que está hecho uno no deja nunca de ser un enjaulado, aunque esté afuera, en la calle, ¿no le parece?
El santiagueño me miró fijo, como esperando una respuesta y al mismo tiempo sabiendo que yo no podía responderle nada.
—Sí... puede ser... —dije por decir algo.
—Claro... hay que pensarlo... es una idea interesante... —dijo Rojas, y, después de quedarse unos segundos mirándose la roncha que se le había hecho en el brazo, volvió a abrir su libraco.
Para ser sincero, no entendí hasta mucho después lo que Rojas había querido decirme. Nunca fui un tipo demasiado despierto, para qué negarlo. Siempre acepté que hay cosas para las que a uno la cabeza no le da. Por algo terminé haciendo lo que hago: no se necesita ser muy inteligente para hacer mi trabajo. Lo único que hace falta es un poco de viveza, un poco de carácter y mucho huevo; el resto es pura rutina, acostumbramiento y reflejos: aprenderse de memoria la lógica caprichosa de lo inesperado como para que no te agarren con los pantalones abajo. Con el tiempo (y ya llevo más de 25 años en esto) todo se vuelve encajable y uno aprende cómo amoldar al milímetro cada pieza, con qué herramienta laburarla, dónde meterla, como cambiarla de lugar. Pero más que nada uno tiene que saber vérsela venir, estar atento a los movimientos, a los gestos, a los olores; uno tiene que captar hasta el más imperceptible cambio de temperatura, porque sino al menor descuido te la dieron y quedás pataleando en el aire como un pobre gil.
Algunos de mis compañeros me preguntaban por el santiagueño.
—Che, Domínguez, ¿ese santiagueño hijo de puta qué mierda está haciendo ahí adentro? No estará armando una bomba, ¿no?
—Vaya uno a saber —decía yo siempre— Está medio chiflado.
No sé si realmente lo estaba, pero más allá de provocar cierta incomodidad o desconfianza en algunos, las peculiares actividades de Rojas no jodían mucho que digamos, así que lo dejábamos tranquilo.
Por eso el incendio no se lo esperaba nadie. Nadie.
Empezó tipo cuatro de la mañana y fue tremendo. No pudimos hacer nada para apagarlo, aunque lo manguereamos más de una hora. Los bomberos dijeron algo así como que la combustión había sido provocada y sostenida por algún tipo de reacción química. Lo más extraño fue que no se extendió: el fuego sólo ardió en la celda de Rojas y no perdonó nada. Pero nada de nada: del santiagueño no quedaron ni los huesos chamuscados. Según explicaron los peritos (o por lo menos es lo que pude sacar en limpio de todo ese palabrerío atravesado que usan) la temperatura alcanzada dentro de la celda y el tiempo de la combustión fueron suficientes como para carbonizar todo lo que había adentro. De alguna manera la celda se había convertido en una especie de incinerador alimentado por todas esas cosas raras que el santiagueño tenía ahí guardadas.
La investigación no duró. Oficialmente, le atribuyeron todo a un accidente originado en un desperfecto eléctrico, aunque los peritos habían establecido que el incendio fue, casi con seguridad, intencional (claro que no se les dio ni el tiempo suficiente ni la colaboración necesaria como para que realizaran todos los análisis que hacían falta para establecer con precisión las causas del siniestro). En todo caso, la versión del accidente dejó tranquilo a todo el mundo y le evitó problemas a muchos; y claro, a mí entre esos muchos. La calcinación de un santiagueño estafador y lo suficientemente pelotudo como para prender fuego su propia celda no era una cuestión por la que alguien estuviese dispuesto a tomarse demasiadas molestias, así que todos concluimos masomenos tácitamente que lo más adecuado para lidiar con el asunto era hacer pocas preguntas, bastante silencio y dejar que las cosas se enfriaran solas. Por suerte, nadie apareció para reclamar o llorar los restos que no hubo, lo cual hizo todavía más sencillo el papelerío necesario para darle pronta salida y resolución a lo que había sido la minúscula existencia en el sistema penitenciario federal de don Justino Augusto, 55 años, soltero, de nacionalidad argentina, con condena firme por estafa. Algunos ganchos, algunos sellos, y a otra cosa. Uno menos.
Más tarde, claro: que más vale, que era sabido, que se veía venir, que cómo lo dejaron a ese santiagueño hijo de puta tener todas esas cosas en la celda, que yo siempre dije que eso iba a terminar mal, que yo sabía que no se traía nada bueno entre manos, que qué otra cosa se podía esperar de un retardado como el santia… En fin, la típica capacidad profética y previsora que le nace a todo el mundo justo después de que pasan las desgracias.
Supongo que, de no ser por la carta y lo que vino después (lo que viene ahora), más tarde o más temprano me hubiera olvidado de Rojas, como me he olvidado sin voluntad ni esfuerzo de tantos otros, y a esta altura sería como mucho otro recuerdo borroneado e inútil. Llegó algunas semanas después del incidente y era bastante breve:


6.10
Papá:
Perdón que no te pude escribir antes. Ando con alguno problemas, con poco tiempo. Nada grave, pero sería largo de contar. Fue gran alegría recibir noticia tuya después de tanto tiempo. ¿Cuántos años han pasado?
La plata sigue llegando puntual todos los meses. Gracias. Mario quiere que te diga que no nos hace falta, pero la verdad es que sí. Él porque es muy orgulloso, pero está muy jodida la mano por acá, cada vez peor.
Los chicos todos muy bien, creciditos y con salud, que es lo importante.
Es lindo que estés istalado en Buenos Aires. ¿No extrañás? Yo creo que extrañaria mucho, estoy tan acostumbrada. Acá también es lindo, aunque sea mas difícil todo. Contame mas de qué es lo que andás haciendo por allá. ¿No tenés teléfono?
¿Cuándo vas a venir? Les dije a los chicos que iban a conocer al abuelo. Yo sé que es complicado, pero sería tan lindo.
Te abrazo enorme, papá. Mario también te manda saludos, y los chicos. No tardes mucho en contestar.
Auro

El sobre tenía sello de Santiago del Estero. La dirección del destinatario era la de mi casa, pero claramente la carta estaba dirigida al Sr. Justino Augusto Rojas. ¿Un error? Era demasiado. ¿Una broma post mórtem? No supe qué pensar y no quise darle importancia. Pero un mes y medio después llegó otra, más breve aún.

Papá:
Espero todavía tu respuesta a mi carta del seis de octubre. Capaz hubo algún problema con el correo. En todo caso, no hemos recibido noticias desde la última tuya de septiembre.
Abrazo y cariños de tu chiquitita.
Auro

¿Por qué respondí y firmé “Justino”? ¿Por qué escribí con esa letra que no era la mía “Te quiero mucho, espero poder verlos pronto”? Todavía, después de tantos años, no lo sé exactamente. No sé por qué respondí ni por qué seguí y sigo respondiendo y firmando y mintiendo y por qué Auro nunca se dio (o nunca quiso) darse cuenta. O sí sé, pero no quiero decírmelo, aceptarlo. Pero supongo que a esta altura ya no es importante. Porque mañana se terminan mis días en el servicio penitenciario federal. Mañana me jubilo y ya tengo el pasaje. Mañana, finalmente, es el último día de Domínguez.
Sí. Apenas dentro de en un par de días voy a volver y voy a conocerlos por fin, a mis nietos, a mi chiquitita. En unos días nomás Rojas va a estar otra vez, por fin, en familia por primera vez.


Cristian J. Franco

¡A la mierda con la SOPA!

El  23 de enero se realizará un apagón mundial en contra de la ley Stop Online Piracy Act, más conocida como ley S.O.P.A. A esta medida de protesta adhieren activistas, usuarios, Creative Commons y los gigantes de internet: Google, Facebook, Yahoo!, Twiter, Wikipedia y Mozilla. 

por Nadia Sol Caramella

Si ocurre el apagón tal y como se lo espera será una medida sin precedentes. Las grandes empresas amenazan con un apagón de sus servicios durante el día 23 de enero para evitar que se lleve acabo la ley. Esto significaría perdidas millonarias pero con un gran fin, que la medida sea desaprobada el 24 de enero por la Cámara de Representantes estadounidense.

Los activistas, por su parte, están promoviendo vídeos y material para concientizar a la población del peligro que significaría una medida de estas magnitudes para la libertad de pensamiento y de expresión. Las comunidades e inteligencias colectivas, así como la cultura libre se verían seriamente afectadas. 

La ley no solo se restringe a los EE UU sino que también afectará a usuarios de todo el mundo, porque muchas de la páginas que utilizamos habitualmente están alojadas en ese país.  


SOPA tiene como principal objetivo el combatir la "descarga ilegal" de obras con copyright. Esto quiere decir, que todas las series, películas, música, libros, que bajas y que ves en línea a través de algún sitio en Internet serán eliminadas o bloqueadas. Obviamente que la medida apaña otras acciones legales como multas y encarcelamiento, además de mecanismos de control de contenido, control de dominios, persecución, bloqueos y restricciones tanto para los usuarios como para los sitios webs (que podrán ser cerrados sin juicio previo).  


Lo dijimos antes y lo volvemos a decir ¡Compartir no es robar! esta voz es plural: ¡Por una Internet libre! Compartí, creá, difundí, apagá. 


Más info:





¿Qué es sopa? 


[QUINO remixado by derechoaleer.org]



Long Play, de Mauricio Castellón Michel



Una larga duración (LP), implica desde ya aires de nostalgia, sonidos de nostalgia o melancolía. Y no por nada la lluvia se presenta recurrente a lo largo de la poesía. La aguja sobre el vinilo avisa la presencia de un fantasma, que detrás de la cortina de una tarde gris nos contempla, nos mira saltar para llegar a las aceras bajo un aguacero o caminar casi como zombis bajo el sol. Ese fantasma es Mauricio Castellón Michel y su voz es esa, la voz del humo que habita detrás de los viejos discos que se oyen aun ahora.

Dar la cara en un Lado A, donde nacer es obligatorio y tedioso, casi la tortura de la repetición de los días, la que nos obliga a ponernos lucidamente pesimistas y cometer actos de heroísmo: ver hermosura en la basura; no es más que una premonición para un Lado B, del cual uno espera el mismo transcurrir de las coscas, la continuación de una fiesta donde nadie se anima a bailar, y es una sorpresa toparse con tanto silencio alimenticio, la fuerza de un simple punto y la contundencia de un grifo mal cerrado que gotea, con exactitud, todas las palabras del insomnio. Luego, la satisfacción de sentir el espacio aun rondando.

Sergio Gareca Rodríguez