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Debuts Pulentas


3 Pecados y Las Ligas menores debutaran en la 12va edición del Festipulenta, uno de los eventos más importantes de la escena independiente actual.

Por Joel Vargas

Este jueves 1 de Marzo arranca  Festipulenta Vol.12, una edición que se viene con todo y tendra lugar en El Zaguán (Moreno 2320, Once). El festival nació de la cabeza de Nicolás Lantos y Juan Manuel Strassburger cuando volvían de un recital de Viva Elástico y 107 Faunos en Pura Vida, allá en localidad de La Plata. Ellos se preguntaban cómo no había más seguido recitales así, por eso pusieron manos a la obra y crearon este clásico de la movida indie capitalina.

Durante los cuatro días del festival, habrá bandas para todos los gustos, desde Acorazado Potemkin, pasando por Mujercitas Terror hasta Javi Punga. Uno de los platos fuertes será 3 Pecados. Estos hijos pródigos del Uruguay tienen un pasado hardcore y rabioso que se puede apreciar en su primer LP: Pesadillas para niños y travestis dadaístas(2007). En esa época se hacían llamar “3 Pecados, es una mierda”. En el 2011 editaron su tercer LP: Diciembra, uno de los mejores discos del año pasado, plagado de canciones pegadizas. La voz de Pau O’Bianchi (cantante y guitarrista) es droga para los oídos. Su manera de cantar y de estirar las frases es lo que embellece aun más a las melodías. La música no es tan rabiosa como antes, es más introspectiva con arreglos simples y efectistas. El formato guitarra, teclado y batería da lugar a una intensa experimentación del sonido. ¿Qué decir de las letras? Hay versos hermosos en “Encandila”: La reina de la luz, apareció / mezclando los colores de la habitación / con sus dientes gigantes me encandiló / usando su sonrisa como un reflector. / Ella anda en skate y en soutien. / Me regala dibujos que me hacen bien. / Te pido oscuridad no la espantes, / aunque me electrocute sos el amo rey.  También hay tiros en el pecho, palabras que se vuelven canción, la que le da nombre al disco: “Año nuevo y todo sigue tan viejo. / Esperando el primer amanecer con tres amigos en un sillón. / Yo te quiero acá, regando el humo de tu cigarro. / Yo te quiero acá, contigo todo es tan extraño. / Hoy estoy más dormido que drogado, amiga buen fin de año.”  No hay dudas, verlos en vivo será  hipnótico.

Las Ligas Menores también debutará en el escenario pulenta. Hace poquito editaron, a través de Laptra, su primer EP: El Disco Suplente, con seis canciones herederas de la escuela de Rosario Bléfari. Este disco suplente, como bien dice su nombre, viene a llenar el vacío que uno siente después de una separación. El disco empieza con “Accidente” y una constante musical que se repite a lo largo de todas las canciones: guitarras simples con un ritmo bien marcado por el bombo de la bata y las cuatro cuerdas del bajo que envuelven la canción, produciendo como resultado un efecto minimalista. La voz de Anabella Cartolano destila esencia femenina y frases filosas como: Cuando termine todo /  y cuando yo pueda hacer bien lo que yo quiera / voy a salir sin llamarte /  y voy a gritarle a todos en la calle / que todo terminó / no te necesito, / ya no hay mas nada que cantar hoy, / voy a escuchar un disco. También hay nostalgia y, por momentos, se derrochan sonrisas porque la premisa es recordar “de la manera más linda y más feliz”, como dice Anabella en el punkito  “El Baile de Elvis”. En “Buscando” el encargado de las voces es el guitarrista Pablo Kemper, y se vuelve un fauno oscuro dando lugar a la búsqueda desesperada de ese alguien que ya no está más.  El momento del pogo llega con “De la mano”, que por momentos recuerda a “Churrasco Violento” de Superuva por la melodía pegadiza. La tranquilidad vuelve con “Movimiento” en la voz de la bajista María Zamtlejfer y un teclado que ilumina. Todo concluye con “Crecer”, una canción que le hace honor a su nombre y va creciendo en intensidad a lo largo de los dos minutos y medio de duración. Hace unos días, escribieron en su facebook: “¡Vayan preparando esas gargantas para cuatro días de himnos, gritos y coritos!” Que así sea.



Poesía: Gabriela Clara Pignataro


El dolor del mundo
Como hundir 
la cabeza en la almohada
como soñar en paz
cuando muchos mueren
antes del alba
con la panza vacía
la cabeza anestesiada
el futuro desangrado

Cuando despierte
esto habrá acontecido
nunca sabré sus pasos
los nombres 
habré desconocido
y luego
como volver a dormir
conociendo
que todo esto sucede
una y otra vez
sin orgasmos

Duele tanto
no poder demorar 
el dolor del mundo
con una sola mano
mientras 
hacemos silencio
el agua baja turbia
esto es tan efímero

Injusticia
es un cuerpo violentado
que se duerme frío
sin haberse acostado
los sueños llenos de esquirlas
de una bomba que estalla
haciendo agua en el fuego
de tan ciegos 
no escuchamos 
el ruido de la mecha
que se enciende
haciendo bulla de metales
en medio de la mañana




KA(R)MA CON GUSTO NO PICA

Azúcar quemado
azúcar marrón

Pequeña lava dulce

Caricias guardadas
en bolsas de alpillera

Te cascotean el alma

Karma con gusto no pica

Silban las ánimas
del ánimus

Comiendo vidrio
sin cortarse la lengua

Paseando al corazón felíz
en carretilla

Soldaditos de plomo
luchando en el recuerdo
la guerra de la infancia

Pequeños dolores cotidianos
como fibras de mango entre los dientes

La lengua del deseo
no sirve para lamerte las heridas

Confites psicoactivos
alterando la percepción

Buscando día tras día
los puntos que coincidan
con las fichas de tu dominó

Sintiendo tu perfume azulado
como el rico olor de la nafta súper

Tatuajes de virgencitas
con tinta de birome

Y tu carnecita roja
y jugosa como una sandía

¡Chimu sos canción!




Moscas en Rosas de Chimu y sus chimeneas

moscas en rosas
como el hombre que busca miel
lo miro y no lo entiendo
puedo querer correr
mientras
no
me
veas

Esta no es
Mi verdad
Esta no es
Mi verdad
Ni naciones
Ni banderas

¡no!
no nos pueden comprar
no deben corrompernos
informaciones falsas
que empañan la visión
madera noble,
roble es mi corazón

esto no es un gran Teg
ni naciones, ni banderas

ey, hoy
sos animal
aunque te duela 
sos
igual
como un perro
una cebra
como chimango
una pantera

hoy no hay
pilares
que sostengan
bendiciones o estrategias

ey, hoy
sos animal
ooh, no hay
…hoy sos animal,
aunque te duela
sos igual
como un perro
una cebra
como chimango
una pantera







Buen viaje loco, a donde estés que seas feliz... 
Escrituras Indie

Sobre la masacre de la Estación de Once y la apatía


por Gastón Malgieri


Desearía haber probado con enhebrarme los pliegues de este llanto y hacerle voladitos a la enagua de este insomnio. Hacerme una mantita de moronganda que cubra el lacio trans/currir de los días, la pesadillesca sensatez de algunas contusiones. O aprender, de una vez por todas, el dobladillo y el pespunte, así los hilos ayudan a contener  la verborragia de esta lengua malherida. Pero no llegué a tiempo. Y ahora tengo nudos en mis tres gargantas. Desvelo, furia y pesadillas.

Negada para el bordado, el zurcido y la prudencia, taconeo desbocada por los pasillos de los lugares a los que nadie me ha invitado nunca, pidiendo ungüentos y apósitos para este tajo extremadamente doloroso. Nadie puede darme consuelo. No necesito consuelo. Necesito escurrir la inercia. Así, herida y a los tumbos. 

No estoy dispuesta a contar cadáveres con el ábaco perverso de la costumbre. No estoy dispuesta a que la congoja sea titular mañana en el periódico de las culpógenas redacciones amarillistas. Ni a pedir disculpas por querer armarme hasta los dientes y arremeter contra el estado que asesina, y luego decreta duelo nacional, con bandera a media asta y cara de circunstancia para la foto.

No soy impermeable. No tengo humor para jugar a la dicotomía. Ni este cuerpo tiene fuerzas para enarbolar el cinismo que deviene metástasis en el anonimato de lxs comentaristxs de las páginas de noticias.

No quiero el hábito de la muerte, la vuelta de hoja, el dato duro, o esos cartelitos impunes que chorrean de las bandejas frías de las morgues.

No quiero volverme inconmovible, o conmoverme solo cuando se les ocurre a los noticieros, musicalizando mi angustia (y la de tantxs) a toda orquesta, como si todo, finalmente, se tratara de una mala película épica.  

No quiero explicaciones técnicas. Los tecnicismos no exculpan al Estado de la responsabilidad por las décadas de desdén con las que manipularon nuestra suerte, jugando a la ruleta rusa con los cuerpos.

No quiero la indignación contenida y empaquetada en el clickeo pasivo de las redes sociales. Ni pretendo que vengan a explicarme que esto es parte del mecanismo del Capitalismo Salvaje que nos asesina. Lo tengo claro. Y aún, a costa de tenerlo claro, no puedo racionalizar el desdén. Me niego a racionalizar, a intelectualizar el desdén.

No quiero millones de rostros iluminados catódicamente, mientras lxs responsables desde sus despachos minimalistas ven de qué manera abaratar costos, acrecentar ganancias, con la certeza de que soy (somos) números que suben o bajan. Pura intangibilidad, signos abstractos,  a merced del destino y la contingencia.

No quiero volverme una indignada que dice “qué barbaridad, me podría haber pasado a mí” y sigue sin hacer nada al respecto.

No tengo claro qué hacer, pero confío en que la bronca me levante de una buena vez de esta silla y me saque a la calle, para hacerles saber a quienes programan mi vida como un índice numérico, que acá estoy, que acá está este cuerpo dolido, embroncado, dispuesto a no sumarse en la inercia que nos lleva a estar cada vez más cerca de la apatía.  

El evangelio de la putrefacción


Necrospectiva II (Cinosargo 2011): Cuentos de gore, de locura y de muerte

Hedor santificado in nomine Patris

La densa atmósfera que satura las páginas de estos relatos está cruzada por el hedor que llena todos los espacios reales e imaginarios y se apropia del lector, invadiéndolo como una plaga de insectos, hasta querer asfixiarle de modo que el suicidio sea su única salida. Obsesiva tendencia que busca en lo nauseabundo, un intersticio para atormentar al lector, hurgando en sus íntimos temores, interpelándolo casi con rabia: “me das pena… me repugnas… mírate… te regocijas con el hedor, te regocijas con la carne”, y en otra parte: “ya te lo dije una y mil veces… perfórate la cabeza, escapa, huye, es la única forma de afrontarlo, la enfermedad poco a poco te consume, la infección se ha apoderado de tu organismo por completo… la degradación de la carne ha comenzado”. El protagonista principal es el cuerpo humano, ese templo sagrado que todos cuidamos y evitamos su ruina, al que buscamos perfeccionarlo a fuerza de prótesis y cirugías, evitar su degradación, inmortalizarlo… el cuerpo es, pues, nuestro último refugio. La degradación de la carne es algo que no quisiéramos siquiera concebir como idea. Sin embargo, este libro nos desafía, nos horroriza, nos somete a un espectáculo grotesco al cual asistimos para ver nuestros cuerpos mutilados como en una escena teatral del Gran Guiñol o una película gore extrema.

El mundo como un inmenso muladar, los cuerpos en descomposición y el hedor como telón de fondo, puede leerse como la simbolización de una realidad decadente que nadie se atreve a descubrir, como el depósito de excrementos que enterramos en el patio trasero o la fosa de cadáveres que algunos gobiernos ocultan; preferimos vivir una realidad encubierta, cómoda y sin sobresaltos; sin embargo, como dice el autor, “la realidad es otra, es algo más bien oscura, bastante triste y también grotesca”. La búsqueda de una realidad más allá de los tabúes que nos autoimponemos, esa parece ser la clave de este libro; todo en él está consagrado a la estética de lo grotesco donde el hedor es como un bálsamo que purifica los cuerpos luego de la descomposición. Desde la cita al final del primer capítulo que dice: “Alimentándome con pedazos de putrefacción, los dientes se desintegran, los dedos de los pies se desprenden, nos arrastramos igual que las lombrices que las ratas y aves comerán…” (Dies Irae, Devil Doll), las escenas se suceden como en un film de serie B: Un tipo que asalta una carnicería para comer carne cruda; otro que se arrastra en el basural hurgando bolsas de comida podrida junto con las ratas, gusanos, cucarachas y moscas; aquél que unta un trozo de pan duro y hongueado con la materia purulenta que chorrea de su brazo, para saborearlo con repugnante placer; éste otro que exclama: “En ocasiones siento el deseo de beber el agua de los frascos que deja la gente en el cementerio” y aquél otro que dice: “La materia purulenta se desprende de mi cuerpo… soy un dios mutante, decadente, un dios preocupado por las cartas de desalojo, de pagar cuentas atrasadas, un dios despreocupado de la vida que ha creado”; son como escenas de gore explícito y visceral. El lenguaje es eminentemente visual, cinematográfico. Uno de los capítulos está dedicado a Albert Fish, el famoso asesino en serie que, según estudios psiquiátricos, fue homosexual, masoquista, voyeurista, coprófago, fetichista, pedófilo, caníbal, sádico… en fin, un tipo que se ufanaba de haber matado a más de cien niños y que antes de morir, exclamó: “qué alegría morir en la silla eléctrica. Será el último escalofrío, el único que todavía no he experimentado”. En personajes siniestros como el viejo Fish o Anatoli Onoprienko uno puede hacerse la idea de cuán endeble es la frontera que nos separa de nuestra naturaleza animal, ese instinto asesino que aflora cuando menos lo esperamos.


También hay otro elemento que planea sobre estos relatos otorgándole un sabor acre, es un fenómeno que yo llamo “aturdimiento”, un malestar generalizado que experimenta el mundo posmoderno, tras el fin de las grandes utopías, y que deviene en desencanto e incertidumbre; esta diáspora existencial busca salidas, atajos, respuestas, pero sólo halla un pozo sin fondo. “Tan sólo soy lo que botó la ola, soy ese huiro maloliente que queda y se quema en la arena” dice uno de los personajes; pero, hay un relato excepcional donde se pone de manifiesto esta cruel desazón, que se puede resumir así: La plata escasea, tienes que mantener a tu vieja que se ha vuelto fanática religiosa, eres un fracasado, no sales de tu pieza, la TV terminó de corroer tu mente, te vuelves loco, destrozas todo, te atrapan e intentan exorcizarte, sacas tu arma y disparas a granel, matas a esos evangélicos de mierda… y yo, mientras camino tratando de no llamar la atención, veo a mi alrededor el producto de todo lo que nos ha dado la TV.¡La televisión es nuestra alma mater y todos nos debemos a ella!

Por todo el libro desfilan seres frustrados, solitarios, inadaptados, derrotados, viviendo una vida miserable en una sociedad tecnologizada, globalizada, deshumanizada; personajes que habitan espacios marginales y se enfrentan a la realidad con la rabia de un asesino serial. Por ahí se filtra cierta estética que lo acerca al cyberpunk, subgénero que aún mantiene vigencia y que Bruce Sterling ha descrito así: “Cualquier cosa que se le pueda hacer a una rata se le puede hacer a un humano. Y podemos hacer casi cualquier cosa a las ratas. Es duro pensar en esto, pero es la verdad. Esto no cambiará con cubrirnos los ojos. Esto es cyberpunk.” La música y el cine, son dos canales que irrigan cada página de estos cuentos. Sin duda, el soundtrack corre por cuenta de la banda de rock gótico Devil Doll, liderada por un extraño y fascinante personaje que responde al pseudónimo de Mr. Doctor; y el regusto por lo macabro proviene de las obras de Tobe Hooper, Lucio Fulci, Stuart Gordon, Darío Argento, entre otros, maestros del cine de terror, en quienes es posible vislumbrar las huellas de H. P. Lovecraft, el marqués de Sade y Edgar Allan Poe.

A Pablo Espinoza Bardi lo vi por primera vez en un recital efectuado en el Café Zeit de Tacna, recuerdo que, luego de su sádica lectura, una asistente le salió al paso para reprocharle la excesiva carga de violencia contra la mujer que emanaba de su texto… y es que la recepción de su obra siempre hallará resistencia entre ciertos sectores cegados por el tabú y obstinados a la apertura. Entiendo que la actitud de un creador no consiste en complacer determinados gustos, más o menos refinados, sino abrirse camino para aventurarse hacia lo ignoto; la apuesta de Espinoza Bardi transita por un terreno poco explorado en nuestro medio, y me refiero tanto al norte de Chile como al sur del Perú. Siendo así, tiene que ser inevitablemente un escritor solitario que se mueve como “el gusano divinizado que lleva la sabiduría de la carne, el evangelio de la putrefacción”.

Quiero saludar a Pablo Espinoza Bardi, quien, con estos cuentos de gore, de locura y de muerte, ha inscrito su nombre en la galería de los imprescindibles de nuestra generación.


 Tacna - 29/Noviembre/2011
Wilmer Kutipa Luque
Editor Revista LETRASÉRTICA


Sopita a la Birmajer

Un breve análisis de las anacrónicas costumbres culinarias del escritor Marcelo Birmajer.

Por Cristian J. Franco


Publicada hace unas semanas, la sintomática columna del escritor argentino Marcelo BirmajerA mí sí me gusta la SOPA” desencadenó una especie de lapidación digital cuya polvareda a esta altura ya se ha disuelto casi por completo. Sin embargo, y condenándome a ser mero furgón de cola del justo repudio generalizado de que fue objeto su cruzada pro-SOPA, me gustaría hacer un breve (e incompleto) desmantelamiento de las opiniones de Birmajer: su anémica línea argumental, su resplandeciente rejunte de lugares comunes, su enfática ignorancia, su perfección en la acrítica naturalización del status quo, pueden sernos didácticamente muy útiles para reflexionar una vez más acerca de los nutrientes de esa SOPA que a él tanto le deleita el paladar.
Comencemos, pues.

Según Birmajer, por culpa de las “descargas ilegales” y la “disminución instantánea de las regalías por derechos de autor” que estas provocan, los artistas “no podrán dedicar su tiempo completo a sus vocaciones” y esto generará, a largo plazo, “el deterioro en la música y el cine”. La primera y más ingenua pregunta que surge de inmediato es ¿cuántos músicos, cuántos directores de cine, cuántos escritores viven de esas supuestas regalías por derechos de autor que garantizarían la dedicación plena a su arte? ¿Alguien lo sabe? Sin necesidad de recurrir a estadísticas, podemos arriesgar que el porcentaje (absoluto o relativo) no debe ser excesivamente elevado. ¿Será esto culpa del “tráfico gratuito e indiscriminado en Internet de películas y canciones” como parece creer Birmajer? ¿Es a partir del surgimiento de la piratería digital que los artistas han empezado a tener serios problemas para parar la olla? ¿O quizás el problema sea un mercado cultural dominado por empresas multinacionales millonarias a las que poco y nada les importa el bolsillo o el estómago de los artistas? ¿Tendrá algo que ver la ausencia de políticas estatales serias que protejan y alienten el trabajo artístico genuino? Un artista tiene el derecho a poder vivir de su arte, quién puede negarlo. Pero habría que preguntarse si la verdadera amenaza para los artistas y para el arte no proviene de los diversos sectores y representantes de una monstruosa industria cultural dedicada a hacer miles de millones de pesos y dólares y euros mediante la explotación de esos mismos artistas a los que dicen querer proteger cuando en realidad lo único que les preocupa son las ganancias astronómicas que desembocan como por un tubo en las cuentas bancarias de unos pocos empresarios globales.
No somos tontos: sabemos que en el capitalismo la música, la literatura, el cine, el arte, son mercancías que se negocian en un mercado; pero también sabemos (y me atrevo a pensar que Birmajer también lo sabe) que quienes se enriquecen obscenamente con la comercialización de esas mercancías —salvo contadísimas excepciones— no son los artistas que las producen. Pero momento: ¿será que la única alternativa que tiene un artista para legitimar su obra y demostrar su talento es someterla a los inocentes arbitrios del mercado? ¿Será que aquel artista que no se enriquece con el comercio de su obra es porque no tiene talento y que la única garantía de verdadero talento es el triunfo mercantil? ¿Será que el único índice válido de la calidad artística de una obra es su volumen de ventas? ¿Será entonces que las pérdidas monetarias que produce el “actual sistema de tráfico de películas y canciones por Internet” afectan a los únicos talentosos, a los artistas triunfadores en las neutrales arenas del mercado? ¿O será que los más afectados son los empresarios que sienten toqueteada su desmesurada parte de la torta, reducidos sus millonarios dividendos, y por eso intentan el manotazo de ahogado de atragantarnos con su SOPA?
Birmajer parece estar más que nada asustado por el deterioro cultural al que se verán sometidos los “consumidores” culpa de los hackers y su “vandalismo virtual”. Raro es que no le preocupe también el deterioro del patrimonio cultural que esos mismos “consumidores” sufren gracias a —por ejemplo— los miles de discos descatalogados por las grandes discográficas debido a que son “productos que no les reditúan”; discos a los que no podríamos acceder si no fuera por ese “tráfico gratuito e indiscriminado” que tanto horroriza a Marcelito B. Esas bondadosas discográficas que —si no fuera por los hackers y su terrorismo 3.0—garantizarían a los músicos la dedicación plena a su arte mediante la justa retribución por su trabajo, son las mismas que condenan al olvido y la desaparición a incalculable cantidad de obras que ya “no les reditúan”, preocupadas solamente del deterioro de sus ganancias millonarias. Y si de deterioro artístico se trata, también cabría preguntarnos qué es eso de invertir en “mejorar la oferta de productos”: ¿las inversiones garantizan “calidad artística”? Pero ¿a qué se refiere Birmajer cuando habla de “calidad”? Porque quiero suponer que este escritor no usa los mismos parámetros para juzgar la calidad de una película o un poema que para, digamos, evaluar la factura de un lavarropas o un paquete de yerba.
Claro que a Birmajer —un justiciero, después de todo— también le quita el sueño que “unos pocos (¿quiénes? ¿los hackers?) se enriquezcan sin permiso con el trabajo de muchos”; sin embargo, no parece inquietarlo el hecho de que unos pocos se enriquezcan con permiso con el trabajo de muchos. Pero claro: esto último es natural, así funcionaron siempre las cosas y así van a seguir funcionando por el resto de la eternidad, ya que así como —según el esclarecido dictamen de Marcelito— la propiedad privada es algo eterno, ahistórico, natural, indiscutible, inmutable, también debe serlo el hecho de que “la mayoría de los artistas prefieren que otro se encargue de la difusión, promoción y comercialización de sus obras”. Dejando de lado lo risible y patético que resulta que un escritor, un intelectual, base su pálida apología de la propiedad privada en la maldición divina de tener que ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente y la simultánea expulsión del Paraíso, deberíamos detenernos en el único momento de lucidez que tuvo Birmajer en toda su columna: sí, detrás del debate sobre la ley SOPA subyace “un ataque contra la propiedad privada en sí misma como concepto”. Bravo, Marce, bravísimo.
Sí. Por más que a escritores como Marcelo Birmajer les cueste creerlo, hay artistas que consideran que la propiedad privada es un hecho histórico, social, arbitrario, cuestionable y transformable. Porque, aunque a M. B. le resulte increíble y horrendo, la propiedad privada no fue decretada por dios desde el inicio de los tiempos, sino que es un producto socio-histórico concreto nacido a partir de determinadas relaciones materiales de producción y reproducción configuradas por largos y complejos procesos sociales, económicos, políticos y culturales. Y así como un proceso histórico concreto en un tipo de sociedad determinada dio lugar en el ámbito del trabajo artístico e intelectual al surgimiento de los conceptos de “derecho de autor” y de “propiedad intelectual”, estamos asistiendo ahora a un proceso histórico concreto, complejo, dialéctico, materialmente contradictorio, que está cuestionando, resquebrajando, transformando esos conceptos en función de nuevas condiciones socio-históricas.
Y participando activamente de este complicado proceso, somos cada vez más los artistas que ya no creemos que “el tráfico gratuito e indiscriminado en Internet de películas y canciones, es más perjudicial que beneficioso”. Somos cada vez más los que dejamos de preferir “que otro se encargue de la difusión, promoción y comercialización” de nuestro trabajo, y nos hacemos cargo, gracias a las herramientas y posibilidades que ofrece el acceso a las tecnologías digitales, de la administración de nuestra propia obra. Somos cada vez más los que creemos que ya no es posible analizar la problemática de la producción artística y los medios de vida del artista en función de los perspectivas tradicionales acerca de realidades complejas como propiedad, ganancia, mercado, difusión, consumo; que el verdadero problema no es “si hay que pagar o no por las canciones y películas que se consumen en Internet”.  Sí, Marce, sí, no te miento: somos cada vez más los que creemos en que es posible cambiar de rumbo, que la producción y difusión de la cultura puede seguir otro camino, aunque no sea nada fácil.

Mar de canciones

Andrea Balency Trío te invita a nadar por su océano artístico en Lover, su segundo EP

Descubrir grandes artistas es algo que no pasa todos los días. Uno como periodista tiene que estar poniendo el ojo en la mira para pegar un tiro certero y encontrar algo que valga la pena. Andrea Balency es más que un tiro certero: te sorprende en cada canción, te lleva a su mundo cosmopolita donde las veredas del DF mexicano se cruzan con las calles de París. La torre Eiffel se vuelve por momentos el Obelisco y las melodías parecen abrazarse a Julio Cortázar, otro artista que mostraba que no existían fronteras y todos somos parte del mismo mundo, del mismo cielo.

Mientras sigue grabando su esperado primer LP en New York, Andrea Balency Trió nos regala su última producción: Lover, un EP de ocho canciones. El disco arranca con “El desorden”, track que formó parte de nuestro Compileft Vol. 1; y como escribió mi amigo poeta c J. en el booklet: la melodía, segundo a segundo, se va haciendo humo en tus venas. Apenas un vientito seguido de una sensualidad y una frase “hay algo que no me deja respirar”. ¿Quién no tuvo alguna vez una agonía clavada en el medio del pecho? Los asuntos pendientes vuelven una y otra vez, y Andrea sí que los sabe expresar. En “Lover”,  hay un equilibrio preciso entre el inglés y el español, y la voz de Balency se convierte en un instrumento más en ese mar de arreglos.

Seguimos buceando y nos encontramos con varios remixes de canciones de Mizraim (2010), el primer disco del trío. El primero es “Petepre”, hecho por Datapuntobeat: los sampleos y synthes agregados le dan un vuelo más ambient a la canción. El venezolano Algodón Egipcio, gracias a sus llamas digitales,  vuelve oscura y tenebrosa a “Mizraim”: el acordeón deja de existir y los loops gobiernan la melodía. El último encargado de darle otra cara a Balency es Caballero Elegante que, primero despojándola y después sobrecargándola de sonidos envolventes que parecen de otro mundo, torna más mística a “Laila tibia”. También hay lugar para la lengua materna de Andrea —ese francés que enamora en cada palabra— en otra versión de “Mout”, con mucha más orquestación que la original, donde lo minimalista prevalecía. 

El EP se completa con coversde dos canciones de artistas admirados por Andrea. Una es “Lycra Mistral”, del español El Guincho, que deja de ser “pop negro” para volverse una confesión desgarradora e íntima en la voz de Balency. Y la otra es “Pez”, de nuestro Lisandro Aristimuño, que se transforma en una pequeña suite moderna que no tiene nada que envidiarle a la versión original. Andrea se apropia de las dos canciones y las vuelve parte de ese mar que no para de dejarnos marcas, en la piel y más adentro.




¿QUÉ ES EL CINE INDEPENDIENTE?

Ser latinoamericano e independiente es todo un tema. La falta de oportunidades y de recursos en el séptimo arte es una constante de nuestro territorio y por lo mismo este tipo de cine es una bandera que flamean directores como el peruano Eduardo Quispe. A continuación reproducimos su manifiesto. 
Manifiesto: ¿Qué es el cine Independiente?
Por Eduardo Quispe
En simples palabras; ver una película que me produce la sensación de deberse a sí misma; que no está parametrada a ganar un Festival, a gustar a cierto típico crítico que cree que ver crecer la hierba es cine, o que mostrar a dos personas tener sexo explícito es ser arriesgado, que se esfuerza por ser “interesante” entendiéndose esto como mostrar historias bizarras (reales o ficticias), con personajes lunáticos, caricaturizados a lo MTV o Locomotion, que se introducen tubérculos al cuerpo, o marginales que beben su propia orina, que se tatúan con sus propias uñas arrancadas de raíz o que son adictos al insecticida para hormigas.
Las poses pop art cholo, las citas de escritores “malditos”, los embustes de intervenir un registro documental para ficcionalizar, la estética reality show, porque eso está de moda. Esas tonterías de manipular la imagen con filtros cochinos, o de colorcitos sicodélicos que ya son anacrónicos, de buscar ser la versión peruana y autárquica de Bresson, de intentar, y sólo eso, ser Tarantino trasnochado, Gonzales Iñarritu en ayawasca.
Darle giros a la historia, todo ese desmadre saturnino de que los malos sean buenos y los buenos no tan buenos y las fruslerías al estilo Christopher Nolan sin genio.
Osea, no hacer una película furcia que postule a que dentro de cuatro años le caiga financiamiento para el “transfer”, una irrumación de productor o financista que siempre busca “mejorar” algunos aspectos formales y narrativos a fin de “vender mejor” la película.
Hago aquí un paréntesis: si haces una película para venderla, entonces eres más comerciante que cineasta, no sé hasta qué punto pero, no podrás negar que haces la película para que determinado público la consuma, y utilizarás determinados códigos y parámetros de venta, algo que haga tu película “aceptable” para muchos o algunos muchos.

Nadie tiene derecho de descalificar, no pretendo hacerlo, sólo se trata de poner las cosas claras. Si alguien me dice que George Lucas es tan independiente como Rafael Arévalo, no me lo trago.
Un director puede creer en sí mismo, en sus ideas, en sus propuestas, y darse por ellas. ¿Eso es ser independiente? Las convicciones no hacen la independencia, es más podría decir que la maniatan. Los principios hacen la diferencia, porque está respaldado por el sentido común, por la búsqueda de bienestar comunitario, pues son en esencia éticos y morales.
Una convicción en cambio, tiende a ser ciega muchas veces, se puede confiar falsamente. Muchos directores pueden tener la convicción de que sólo una industria puede salvar el cine, como si la cantidad, las cifras de dólares elevadas y las estéticas clasificadas, etiquetadas, empaquetadas y puestas a la venta como “novedades”, puedan ser determinantes para las calidades o mejor dicho, para la variedad, y no me refiero sólo a géneros, pues la industria del embrutecimiento (o lo que algunos llaman entretenimiento) es experta en brindar la ilusión de la novedad en lo repetitivo, de lo único e individual en lo que lleva código de barras. Hay que ver a un quinceañero que se cree único porque escucha a Tokio Hotel para darse cuenta de eso.
Ok, el cine necesita público para existir, pero asumir que el público es homogéneo y que por eso las películas deben serlo, me parece insultante, es asumir que al público hay que tratarlo como a débiles mentales.
Ser independiente conlleva asumir una posición radical; los cineastas de la posvanguardia rechazan la homogeneidad y la globalización de las imágenes, así como el discurso único, las imposiciones del lenguaje dictado por parámetros neocolonizantes. El cineasta independiente está contra la mercantilización y banalización de los valores de las imágenes, pues estas le dan forma a nuestra condición humana, nos identifican, nos dan un patrimonio cultural, nos hacen ser nosotros.
El cineasta independiente está contra lo políticamente correcto, pues de lo contrario sería un empleado más. Para ser independiente tienes que rebelarte y rechazar los discursos oficiales, navegar contracorriente, mantener una actitud y postura de crítica radical.
En el arte las palabras más comunes deben ser radicalismos contra lo establecido.
Los cineastas viven y producen el constante desplazamiento del mundo del arte, en muchos aspectos. El lenguaje audiovisual ha cambiado y está cambiando, pero es más significativo el caso del cine. De la vanguardia se heredaron la experimentación, los planteamientoseclécticos, lo multidisciplinario, el dialogo con las otras artes, la asimilación de los avances del pensamiento, de la filosofía, de la estética, los nuevos enfoques históricos, los revisionismos y todo aquello que se opone a que las cosas estén bien tal como están en beneficio de los de siempre.
El cine puede ser un instrumento de resistencia, una acción política; arriesgarse a equivocarse, ir a la incertidumbre en vez de conformarse con un falso saber impuesto. Cómo diría Ángel Quintana de Cahiers du cinema: “El cine digital no ha servido únicamente para crear los mundos en los que Lara Croft acabará ganando el Oscar a la mejor actriz, sino también para aumentar el deseo de filmar las ruinas de nuestra civilización.”
Carlos Losilla dice: “¿Por qué no ser radicales? ¿Por qué no poner al espectador contra las cuerdas del sentido, de sus límites? ¿Por qué no aniquilar todas sus certezas para salvaguardar la excitación de la búsqueda constante?”
Ahora, para muchos el cine “independiente” ya tiene fórmulas.
Más allá de presupuestos, financiamientos, de formatos, soportes y asuntos técnicos, la independencia es autonomía, es hacer la película menos dependiente de un factor de gusto externo, sea este el de un “público”, el perfil de un festival, la endogamia con la crítica, y sobre todo, la concesión con el lenguaje homogenizado, industrializado. Que una película independiente intente “ser” como una película de industria, o que busque codearse con el circulito indie sundanceado o, como diría Alberto Fuguet, rotterdaniano, es casi como vender sándwiches al costado de Mc Donalds.
Pero, justamente para eso vale la pena poner las cosas claras, porque si ser independiente es la etiqueta que te hacer estar dentro del sistema sin ser parte de él (osea, sí, pero no) entonces es un embuste, una patraña. Tomar coca cola o pepsi no importa mucho, un independiente preferirá siempre un emoliente en la esquina.
Ser cineasta independiente no es cómodo, es peligroso. Si sólo se tratara de armar historiasfrikis, de buscar tipologías seudo marginales, de estéticas extremistas que rayan entre elvideoarte y el videoclip, la cosa sería tranquila.
Se trata de decir lo que otros callan, de no escudarse en la tibieza, de incomodar, de no deberle nada a nadie, para tener siempre la libertad de no tener reparos en lo que se dice, de mearse en el protocolo, en lo políticamente correcto, de zurrarse en las normas de viejos enciclopedistas con sus miles de “esto no se debe hacer”.
Podría concluir en que ser independiente es algo así como ser suicida, con todas las ventajas y compromisos que ello implica.

Un largometraje del director: 



[publicación original de Cinepata]

¿Mañana es mejor?

Con su novela Trampa de luz, Matías Capelli da un prometedor primer paso en el género.

Por Nadia Sol Caramella  

¿Y si un día viene tu ex a devolverte la plata de las últimas vacaciones que pasaron juntos y te dice que espera un hijo de otro? Así  arranca Trampa de luz. La sorpresiva visita hace volar por los aires todo tipo de conjetura acerca de lo que ocurrirá en la novela. Desde el inicio sabemos que será la historia de un perdedor que transita por las calles de una posible Buenos Aires y que entre malabares de subsistencia va ir evidenciando las ruinas de una relación y los escombros de la debacle económica de su familia paterna.

Todo ocurre durante un día caluroso mientras la basura fermenta en calles desconocidas y el Chevette (tan protagonista como su dueño) se pudre encallado en el cordón. Capelli decide narrar esta historia borrando referencias y nombres, produciendo así una intriga deliberada: sin ser llamada por su nombre, una Buenos Aires apocalíptica se nos presenta como un retrato impresionista.

El ruido, el desorden y la mugre del paisaje urbano son el lenguaje del caos y el reflejo del estado de ánimo del protagonista. La ciudad se convierte en un personaje más,   un testigo  del devenir del joven, que a la vez modifica. A través del diario y la radio, los acontecimientos externos se van intercalando en el relato y el discurso periodístico aparece deglutido por los pensamientos del personaje. Mientras, todo lo demás ocurre: el velorio del abuelo paterno, el plan para desfalcar a sus primos ricos, la aparición de Ariadna –su ex novia chilena-, la noche con Nadia -una especie de amante irresuelta-, las changas con Silas, el portero.


Narrar en tercera persona las veinticuatro horas de un día no es cosa fácil, exige un control afinado del lenguaje, en este caso, la estructura narrativa es sólida y equilibrada. Presenta varios vuelcos poéticos destacables, sobre todo en las descripciones.

Con respecto a la construcción de los personajes, resulta fácil sentir cierta empatía con alguno de ellos y en el caso del protagonista podríamos decir que no es de esos tipos que caen bien del todo. ¿Será por ese espíritu loser que lo agobia? De una manera casi mística este sujeto no es otra cosa que la consecuencia de sus equívocos constantes, como si viviera bajo los influjos de un karma eterno/paterno. Uno  tiende a preguntarse si el día narrado es parte de un círculo vicioso o si verdaderamente llegaran tiempos mejores.

Si seguimos la tradición literaria y repensamos el nombre Ariadna y Nadia, podríamos abrir otra línea de lectura. Con sus billetes, esta Ariadna chilena abre las puertas de un laberinto: el devenir interno del personaje, que al perderse en él se encuentra con sus propios monstruos; con esa duplicidad del bien y el mal que escapa a lo conciente. En el caso de Nadia podríamos insinuar que elude las nomenclaturas como su tocaya la Nadja de Bretón, ambas carecen de definiciones y accionan de manera indirecta en la vida de sus “amantes”.

Llegando al final, volvamos al principio: el titulo. Una trampa de luz literalmente es un artefacto que irradia un fulgor ultravioleta y olor a feromonas  que  atrae a los insectos; cuando se posan sobre esta trampa quedan pegados a unas placas engomadas y sufren las descargas eléctricas del aparato. Y en un sentido metafórico, el Chevette podría funcionar como trampa de luz, porque no es solo un receptáculo de los insectos y la basura urbana sino que también es el mecanismo que lleva las huellas de la degradación del esplendor personal y familiar. Su deterioro es una metáfora de lo que no vuelve.

“Esta máquina me ama” dice el protagonista sentado en el Chevette. La mirada hostil de la ciudad que no duerme enciende la imagen: los ojos de él perdiéndose en el cielo amanecido, que por suerte, brilla para todos por igual.

Visuales: Darío Fantacci





[Sobre el autor]


Darío Fantacci nació en Chivilcoy, provincia de Buenos Aires. A los cinco años fue a vivir a San Marcos Sierras, un pueblo de Córdoba. Desde los 15 años estudia dibujo. Los últimos 7 años de su vida los dedicó a la historieta. 

Trabaja en el Grupo Niños como editor y junto a sus compañeros Pedro Mancini y Santiago Fredes editan la revista Ultramundo,  dedicada a la historieta. 

Publica Niños de la basura y otros comics en Ultramundo Gorgonzola. Realiza El fou, historieta a color de formato Webcomic. 

Hace un año inauguró, junto a Isabel Loyer, Niños Golondrina, una pequeña casa editorial independiente ambulante, dedicada a la edición de historieta y libros de imagen en general. Actualmente hace base en Francia, con el Nombre de Les enfants Hirondelle

Hoy vive en Montreuil, Francia, con poca plata, dedicado por entero al proceso creativo. Su fantasía es que si se va de Europa la actividad económica del lugar volverá a la normalidad.

[Contacto]








PEDAZOS MUGRES [pliego III]


F. Bacon
Crucify 2


que casi nada
sabemos de las aguas
que nos esperan
A. B.

hasta acá
lo único seguro es el recuerdo
machucado
de las ruinas y su temperatura:
más después apenas un viento, un dibujito que
respira
sobre la tierra reseca y quieta
eso, esto:
nuestro impecable, imprudente
círculo
de cenizas y arena

(cuando digo yo
todo cruje y se
oscurece)

porque
es sabido que
hay que
elegir:
tensarnos
como una pobre rama de
sauce y luego
quedar
como desasidos pero
alertas y
enteros en el agua
adoptar, pues, quiero decir,
la forma invisible y procaz
de un pájaro subterráneo

(cuando digo yo
todo cruje y
se oscurece)

y sí
tenemos los dedos
ya sin uñas
sin huellas casi y
una o dos palabras en
idioma extranjero
que, susurradas,
vuelven,
nítidas, hermosamente
incomprensibles
como una viejísima plegaria:
opopupávo tape
opopupávo tape[i]

(cuando digo yo
todo cruje
y se oscurece)

pero si entonces
mojada de luz[ii]
intacta
nos rodea:
esas manos que llamean en lo invisible[iii]
cuando es noviembre por última vez
y los tilos
florecen o secándose
su olor y sed,
humo también
contra estas pieles
que a veces nunca mueren
pero pudrir
lo que se dice
pudrir
igual se pudren, si bien
lo hacen
digámoslo así
lentas, elegantes
pestilentes se demoran en nuestro
cuerpo amargo y paciente
que no sangra ya no
supura
curado al fin?
¿endurecido
al fin
oh! quizás quizás tal vez
este nuestro cuerpo
esta carne triste
titubeante, inútil e
ilegible

(cuando digo yo todo
cruje y se
oscurece)

y luego las aguas
que roerán
nuestros huesos impecables
pero antes
un día y otro día y otro
acá: entre cuatro paredes ciegas
con esta botella por la mitad
y el silencio brotado
de paranoia:
sombras temblando, escondiéndose en las
fisuras de la luz
y tan urgidos
del óxido que se filtra
hacia lo hondo hondo
—donde los gusanos blancos
rondan, prudentes y obscenos,
nuestras raíces—
seguimos esperando que llegue
la última noche de las moscas



[i]  “Consumido el hervor de los caminos”.
[ii]J. Dávalos.
[iii]J. L. Ortiz.