- Estos son mis dioses – dijo levantando el dedo índice de su mano derecha.
Lo mire perplejo, a la vez maravillado, no emiti sonido alguno. El silencio de la noche se confundía con la música de su guitarra, que retumbaba en mi pecho y en las 4 paredes de la habitación.
- Estos dioses me dan algo, pero me piden algo.
Me sacan cosas – susurró.
Solamente asentí con la cabeza.
- Por eso hay que tener cuidado, te pueden convertir en un cínico y peor aún en un perverso – explicó
- ¿Cómo? – pregunté intrigado.
- Y…uno tiene que saber hasta donde pedirles a esos dioses, esa cuota de… llamémosle inspiración, por ahora. Porque poco a poco te van comiendo el alma y la oscuridad le va ganando a la luz – dijo, mirándome a los ojos.
Y me calle, nos callamos. Sabía que él tenía razón.
Me hizo jurarle que nunca iba a pedirle algo a cierto dios de él, porque si lo hacia no había vuelta atrás, me iba a volver siniestro y totalmente oscuro, como él lo era a veces. Y continuamos con la noche de tertulia, sabiendo que por unos momentos lo había ayudado a salir del túnel.
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